Escaping Southern Heat
(Ross Adams, 2021)
No lo frecuento mucho porque no soy muy partidario de la música de fondo (y porque desconfío de la máquina), pero el modo aleatorio del iTunes, donde voy metiendo todos los discos, de vez en cuando, me depara alguna sorpresa. Discos y canciones que uno tenía olvidadísimos reaparecen de pronto como el fantasma de las Navidades pasadas y, por lo general, bastante a bocajarro. Esta vez ha sido «Tobacco Country», ese himno al Sur irredento, homenaje a la buena gente de las viejas montañas que aún defiende las libertades y la igualdad de derechos, y sigue luchando por erradicar la mala reputación, la caricaturización funesta, de la cultura sureña (en la línea de El manifiesto redneck rojo y las canciones de Lee Bains III & The Glory Files). Ya digo que me cogió totalmente desprevenido, con la guardia baja, destacando de pronto entre el batiburrillo más o menos previsible de seleccionadas, emocionándome desde la primera estrofa; pero no me acordaba ni del nombre del artista ni del disco. Me levanté para volver a pincharla y, ya de paso, ver de quién se trataba. Ni siquiera la cubierta me resultaba familiar. Así que me dispuse a buscar el CD por las estanterías, para recordar el motivo por el que Escaping Southern Heat, de Ross Adams, había caído en mis manos. Por qué extraños vericuetos había llegado hasta él. Me costó encontrarlo. Hay un orden arcano en la organización de mis discos. Hay a quien le da por lo alfabético, lo cronológico o lo temático. A mí no. Pero, aunque no lo parezca, hay una cierta disposición, una suerte de organización que, por lo general, ni me molesto en explicar a quien pregunta, porque sé que solo tiene sentido para mí. Es un caos completamente caprichoso, pero casi siempre sé por dónde mirar para dar con el disco que busco. Esta vez, ya lo advertí una líneas más arriba, no fue así. Y estuve a punto de desistir. Podría haber recurrido a Google y resolver el enigma de golpe y porrazo, pero me lo tomé como algo personal. Al final apareció, de puro milagro, entre los discos de Jason Isbell y los Drive By Truckers. Y ahí estaba precisamente la clave. Es un digipack bastante pobre, sin cuadernillo, con escasa información, una ilustración de cubierta criminal (con un vaguísimo parentesco a las de Wes Freed para los Drive By Truckers) y una fotografía en la contra que es de juzgado de guardia (una ampliación desmesurada del retrato, algo más digno, que aparece dentro). Vamos, que, en apariencia, no tenía ningún atractivo que pudiera llamarme la atención, más allá del título (Escapar del calor del Sur). Pero en los pocos datos de los créditos (en los que no consta ni el nombre del dibujante ni del retratista) estaba la explicación: Sadler Vaden a la guitarra, Chad Gamble a la batería y Derry DeBorja a los teclados, vamos, los 400 Unit, la banda de Jason Isbell, y el inmenso Joshua Hedley al violín. Y, claro, así suena como suena el artefacto, producido, además, por Jimbo Hart (bajista también, por aquel entonces de los 400 Unit, que aquí se hace cargo asimismo de los sintetizadores), en Muscle Shoals, Alabama. Por eso lo había comprado, en algún sitio habría leído que Ross Adams había recurrido a la banda de Isbell. Es el tercer álbum de estudio de este joven cantautor, natural de Charlotte, Carolina del Norte. Fue grabado en apenas unos días y captura perfectamente la energía y el impulso de una banda que funciona como un motor V-8 y parece que llevara tocando las canciones toda la vida (quizá los pocos días de grabación únicamente se debiesen al apretado horario de la banda de Isbell, que en esa época, 2021, año del Georgia Blue, no paraba de girar). Diez canciones gloriosas que incluyen uno de los versos más aterradores jamás escritos: el momento en «Sally's Amphetamines» en el que Sally empieza a beber y a portarse como una energúmena, y acaba arrojando al lago Erie la colección de discos de John Prine del cantante. No sé tú, pero yo no puedo imaginarme peor pesadilla. Me pongo en la piel Ross Adams y lloro (a mí me hace eso la hija de puta de Sally y, lo siento mucho, pero acabo a la sombra con la perpetua). Y, más adelante, en «30 Days» la mejor declaración de amor jamás escrita: «Yo seré tu Johnny, si tú quieres ser mi June». Un disco que en su día pasó prácticamente desapercibido, pero que viene a demostrar que no es Isbell todo lo que brilla. Y que hay vida inteligente en otros planetas.