WARRIOR

 

Acabemos este 2020 con Warrior, serie en la que se reparten hostias como panes. ¿Hay acaso mejor manera?

Recuerdo mi visita a San Francisco, ciudad donde se sitúa la acción de Warrior, como en una nebulosa. Porque ya han pasado un montón de años desde entonces y porque, nada más llegar, me corrí una juerga con un colega que vivía allí, de la que solo pude recuperarme tras tres días de cama.

Se nos fue de las manos la alegría del reencuentro tras dos años sin vernos y nos metimos y nos bebimos todo lo que nos dieron, y fue mucho de todo, la verdad.

Al cuarto día, cuando pude salir de la cama y mi estómago empezó a retener cosas sólidas, decidimos salir a dar una vuelta y a comer algo por Chinatown.

Muchos patos lacados colgando del cuello en los escaparates de algunos comercios, mucho bullicio de gente con los ojos rasgados y muchas tiendas con frutas exóticas que no había visto en mi vida, eso es todo lo que retuvo mi mente. Ah, y que la cerveza china no estaba mal.

Todo esto pasaba a finales del siglo XX, y la acción de Warrior se sitúa a finales del XIX, así que hay unos 100 años de diferencia entre la Chinatown que refleja la serie y lo que yo vi. Pero como no me acuerdo de casi nada, para mí como si fuese igual, puestos a flipar…

La trama de Warrior nace de una idea que tuvo Bruce Lee allá por los años 70 y que todas las grandes compañías cinematográficas como la Paramout o la Warner Bros rechazaron. Peor para ellas.

Cincuenta años después, Cinemax ha retomado la idea con gran acierto y por aquí las dos temporadas se pueden ver en HBO.

Diálogos de «kie» muy al estilo de las pelis de Kung Fu de Bruce Lee, las de gángsteres de Humphrey Bogart o las de vaqueros de Clint Eastwood.

De hecho, Warrior es una mezcla de todo eso, refleja las guerras por el poder entre las bandas Tong de la mafia china de aquella época, como si de un western se tratara.

Ah Sahm, el personaje protagonista, está interpretado por el actor Andrew Koji que, al igual que Bruce Lee, es especialista en artes marciales, y se nota.

Las peleas son tremendas, nada de rollos efectistas con la cámara para que los mamporros parezcan lo que no son.

Bueno, y junto a Andrew, un mazo de actores que se zurran también de lo lindo.

Vamos, que me lo he pasado como un chiquillo viendo la serie.

Cuando de pequeño vivía con mi madre, tenía un póster de Bruce Lee colgado en la pared de mi habitación, el mítico en el que salía de cintura para arriba, a pecho descubierto y con el arañazo de una garra en uno de los pectorales.

Si lo encontrara lo volvería a colgar.

 

BEAT

 

«Lenguaje mal sonante, sexo, drogas, violencia». Amazon Prime Video ha sustituido los dos rombos de toda la vida que aparecían en la parte superior izquierda de la pantalla de nuestros televisores en blanco y negro por esta nueva aclaración.

Si, cuando era canijo, los dos rombos eran la razón por la que mis padres no me dejaban ver la peli en cuestión y me mandaban a la cama, esta nueva versión de los dos rombos de Amazon es el motivo por el que le doy una oportunidad a las series que no conozco.

Igual está mal que yo lo diga, pero con la serie alemana Beat la he clavado.

Siete episodios para sumergirte en un thriller de puro acelere, música electrónica, farlopa, pirulas de éxtasis, tráfico de armas y mucho más.

Como marco de fondo, el club de electrónica que poseen Beat y su colega en la ciudad de Berlín.

Ay, Berlín… hace ya mazo de tiempo que no voy por allí. 

Como siempre que me da por algo, sea lo que sea, un disco, una ciudad, una chupa…, lo machaco hasta reventarlo. Y así me pasó con Berlín hace ya unos cuantos años, no paraba de ir siempre que podía.

La última, si no recuerdo mal, fue, ¿cómo no?, con mi compadre Dirty Lucini. El amigo Ryan Bingham no se decidía a venir a tocar por estos lares, así que los dos decidimos ir a su encuentro.

El bolo fue en un garito muy parecido al que sale en la serie, paredes de cemento, en un callejón oscuro que nos costó un huevo y la yema del otro encontrar, pero con la diferencia de que la música que pinchaban era y es la que nos gusta.

Ninguno de los dos somos muy amantes de la electrónica, vamos, que no nos gusta una mierda, aunque tengo que decir que en Beat el rollo «chunda, chunda», cumple su papel a la perfección. 

Beat, el nombre que da el título a la serie, es el de su personaje principal, interpretado por Jannis Niewöhner, actor que no tengo ni puta idea de quién es, pero sobre el que me voy a informar, porque el colega lo borda.

Como, con los tiempos que corren, el tema de viajar está chungo, yo, como vuestro abogado, os recomiendo un viaje mental al Berlín más underground, que estos días de ver series a saco, he tenido la suerte de encontrar, gracias a los nuevos dos rombos, bicheando por las plataformas.

 

GREYZONE

 

Si pienso en la década de los 90, lo primero que me viene a la cabeza es que estaba todo el día metido en el cine.

En aquellos años, un servidor era un adolescente que intentaba ser tenista profesional. Un mundo en el que no encajaba, aunque no me daría cuenta de ello hasta cumplir los 19 y mandarlo todo a tomar por culo.

Mi única vía de escape para el esfuerzo físico y el desgaste mental que suponía estar las 24 horas del día dedicado en cuerpo y alma al deporte o cuidándome para poder correr en calzoncillos con un palo con cuerdas detrás de una pelota, era ir al cine. En los años posteriores a mi retirada me desquitaría con creces de tanto sacrificio, pero durante la mayor parte de esa época así fueron las cosas. No iba a bares, no bebía cerveza, no salía por la noche y no me comía un colín con las chavalas. El poco dinero que caía en mis manos, era para estar a oscuras en una sala de cine y dejar que mi mente viajara por los mundos que se reflejaban en la pantalla. 

En los 90 lo petaban los thillers y eso es lo que consumía. Buenos, malos… me daba igual con tal de alejarme un par de horas de la realidad.

El otro día, bicheando qué ver, leí en la descripción que hace Filmin de Greyzone: «Un thriller de alto voltaje sobre terrorismo internacional protagonizado por Birgitte Hjorth Sørensen… 2018 · Serie completa · 1 Temporada · 44min/ep.». Y me dije: «¿Por qué no? For the good old times». También el enganche que tengo últimamente por las series nórdicas influyó en la decisión.

Greyzone es una coproducción sueca y danesa que te tiene con el alma en vilo desde el minuto uno. No con el rollo efectista del que gustan muchas pelis y series gringas, sino con un rollo psicológico que se le presupone a los buenos thrillers y en el que, a día de hoy, los de ahí arriba son los que parten el bacalao.

Me la he tragado de dos tacadas. 5 capítulos el sábado y los 5 restantes el domingo.

¡Todo un viaje!

Ya no voy al cine, quitando la última de Tarantino, no sabría decir cuál es la última peli que vi en una sala. Ahora bien, lo de estar a oscuras y viajar a otros mundos para escapar de la realidad a través de una pantalla, es algo que nunca he dejado de hacer.

En casa, tumbado en el sofá con mi chavala al lado y acercando la tele para que dé el efecto de ser más grande de lo que en verdad es.

Diferentes circunstancias, misma movida.

Supongo que soy un animal de costumbres…

 

LA RUTA DEL DINERO (BEDRAG)

 

Ya os aviso desde el principio que no hay anécdota en este blog.

Por mucho que me he rascado la cabeza intentando buscar alguna conexión entre mis correrías y Dinamarca, no he encontrado ninguna.

Lo que sí que hay es una serie de nivelazo y, además, lo reconozco, estoy enganchado a las series danesas. Así que, más adelante, seguro que cae algún otro blog sobre algunas de las series que se están currando en el país de Hans Christian Andersen.

La Ruta del Dinero consta de tres temporadas de diez episodios cada una y se puede ver en Filmin.

Las dos primeras están conectadas y se centran en las estafas que se producen en torno a las energías renovables. Porque mueven mucha pasta y porque, por mucho que les guste a los daneses la lechuga e ir en bici a todas partes, un buen fajo de billetes es un buen fajo de billetes.

Es curioso que el personaje del codicioso jefe de operaciones de la empresa de energías renovables sobre la que gira toda la trama, se parezca tanto a Rutte. Y no me refiero a Rute, la capital mundial del anís, situado en la Subbética cordobesa, sino a Rutte, el primer ministro de los Países Bajos, el mejor amigo de los habitantes del sur de Europa.

Otra curiosidad de estas dos primeras temporadas es haber descubierto a la actriz Natalie Madueño, con padre de Almodóvar del Río, provincia de Córdoba. Seguro que la reconocéis porque es igualita a La Chiquita Piconera de Julio Romero de Torres. Y, claro, destaca entre tanto guiri.

La tercera temporada va sobre la pasta que se mueve al introducir en Dinamarca el hachís procedente de Marruecos, con parada en España.

Los daneses nos pueden parecer muy estirados mirándolos de abajo a arriba, física y geográficamente, pero a los chiquillos también les gusta relajarse con un canutito, en su caso junto a una chimenea, como a todo hijo de vecino.

Yo, como vuestro abogado, os recomiendo que os encerréis en casa, tiréis la llave y os enchuféis a La Ruta del Dinero.

¡Además podréis fumar todo lo que os dé la gana viendo la serie!

 

EXIT

 

Uno no se ha dedicado siempre a esto de publicar libros con Dirty Works

La verdad es que, a lo largo de mi vida, he tenido un montón de trabajos de lo más dispares: camarero de garito, obrero de la construcción, monitor de tenis, mozo de almacén, realizador de programas de telebasura, director del documental Amerikanuak

También tuve una tienda de joyería y artesanía de los indios de las tribus del Suroeste Norteamericano. Viajar hasta las reservas de los indios y tratar con ellos era la parte buena, estar en la tienda era un auténtico coñazo. Como los anteriores curros, lo acabé dejando.

Pero una cosa que recuerdo de cuando tenía la tienda en la Plaza del Sol de Barcelona, era que, cada 17 de mayo, aparecían desde buena mañana un montón de chicos y chicas rubios, altos, guapos y recién planchados, colgaban en los árboles de la plaza banderitas de Noruega, se sentaban en la terraza del bar que había al lado de la tienda y se ponían a beber como si no hubiera mañana.

Traían la comida típica de su país de origen, así que los camareros del bar solo tenían que preocuparse de que no faltara cerveza.

A media tarde, todos ya bien cocidos, empezaban con los juegos, muchos de ellos clásicos de cuando un servidor era pequeño: el pañuelo, carreras de sacos, carreras con una cuchara en la boca intentando que no se cayera el huevo que iba sobre la parte cóncava…

No teniendo otra cosa mejor que hacer, yo los observaba desde la puerta de la tienda y recuerdo que me decía: estas gentes de la Europa pudiente, tienen que tener su lado oscuro, no me jodas, no puede ser que todo sean risas, jueguecitos de chiquillos, felicidad y cerveza. 

¿Y por qué cojones están todos tan morenos en el mes de mayo?

Pasados mucho años desde aquello, gracias a la serie Exit, he obtenido la respuesta.

Exit, basada en los testimonios reales de cuatro neoliberales de éxito del país noruego, es un desfase bueno, bueno. Farlopa, putas de lujo, vinos caros, cochazos y unos rollos psicológicos bien chungos. 

8 capítulos de 30 minutos para descubrir que los noruegos no son solo lagos, casitas de colores e idílicos bosques nevados.

¡La nieve también se la meten por la nariz como todo hijo de vecino!

De los actores y el creador de Exit, poco que comentar, están que se salen y no conozco a ninguno.

Exit se puede ver en Filmin y yo, como vuestro abogado, os recomiendo que no os la perdáis ni de coña.

 

THE LAST DANCE

 

A mediados de los años 90, aunque nuestro equipo favorito de la NBA fuese otro, parte de nuestro corazón pertenecía a los Chicago Bulls.

La culpa de ello la tenían Scottie Pippen, Dennis Rodman, Phil Jackson y, por supuesto, Michael Jordan.

The Last Dance, además de ser una serie documental de 10 episodios sobre cómo consiguieron los Bulls de Jordan los 6 anillos, en mi caso, ha sido como mirar un álbum de fotos de mi vida en aquellos años.

Supongo que como para cualquier otro antiguo seguidor de la NBA.

Tengo tantas anécdotas relacionadas con la NBA que no sé ni por dónde empezar. Soltaré aquí las primeras que me vengan a la cabeza, y teniendo en cuenta que ya no me quedan tantas neuronas en el cerebro como cuando era un chaval, seguro que me dejo más de una.

A finales de los 90, todos los viernes quedábamos religiosamente en mi casa, mi socio Lucini y un servidor, nos comprábamos un montón de Budweisers y veíamos el partido de la NBA que pasaban por el Canal Plus. Tras una de esas borracheras, decidimos tatuarnos encima del tobillo el logo con el tiíllo de la NBA.

Por suerte, al día siguiente, con la resaca, pasamos de esa idea.

No nos lo llegamos a tatuar, pero sí conseguimos ahorrar para el que sería nuestro primer viaje a New York.

Lo primero que hicimos al llegar fue gastarnos gran parte de la pasta en sacarnos una entrada en la fila 6, a pie de cancha, en el Madison Square Garden, para ver jugar a nuestro equipo, los New York Knicks.

Era la época de Latrell Sprewell y Allan Houston, y el partido que vimos de la liga regular fue contra los Cavaliers.

Una gran fiesta en la que nos emborrachamos junto con mi ex, que también se vino con nosotros a NY y al partido.

Al terminar, nos quedamos sentados en nuestros asientos mientras se vaciaba el Madison, apurando la última cerveza.

En la fila cero, habíamos visto sentado al actor Matthew Modine.

La chaqueta metálica era y es una de nuestras películas favoritas, así que flipamos al verlo tan cerca.

No sé cuál fue la razón por la que él también se quedó esperando a que saliera la gente, pero mi socio vio que era el momento de pillarle por banda, me dijo: «Prepara la cámara», agarró a mi ex del brazo y se lanzó a la caza de Matthew. Un segurata los intentó parar, pero Matthew, debió de decirle que todo bien, que les dejara acercarse, y por ahí anda la foto de los tres pisando el parquet del Madison Square Garden .

Un par de años más tarde, en otro viaje a NY, en este solo con mi ex, sacamos unas entradas de gallinero para otro partido de los Knicks. Mientras esperábamos a que empezara, se nos acercó una señorita de la organización del Madison y nos dijo que habíamos ganado algo. Yo confundí la palabra won (ganado) con want (queréis) y no paraba de decirle que no quería nada.

Mi ex me sacó de mi error idiomático mientras aparecía un cámara, la empleada nos invitaba a seguirla y, de repente, vi nuestros caretos en las pantallas gigantes que hay en el techo de Madison.

Parte del público nos aplaudía y otra nos abucheaba, yo no entendía nada.

Al final, como el premio era de la empresa Continental Air Lines, nos sentaron en unos asientos con forma de sofá de avión de primera clase, justo encima de la entrada y la salida de los jugadores a la cancha.

Recuerdo que, entre otras lindezas, nos traían las estadísticas del partido al terminar cada cuarto.

En ese mismo viaje, vi jugar en vivo a Michael Jordan contra los Boston Celtics en la cancha de Boston. En mi defensa diré que no fue con la camiseta de los Chicago Bulls, sino con la de los Washington Wizards.

Pero oye, a caballo regalado…

Pasaron los años y cuando Andrés Montes dejó de retransmitir los partidos de la NBA y se pasó al fútbol, poco a poco empecé a ver menos baloncesto.

Cuando Andrés Montes murió, ya no veía ningún partido, y hasta hoy.

The Last Dance es lo más cerca que un viejo seguidor de la NBA puede estar de los Bulls de Michael Jordan en su lucha por los 6 anillos. De que cosas como «el triángulo ofensivo», o los peinados de Rodman, te hagan viajar en el tiempo.

Es una serie imprescindible para recordar o para enterarte de lo que era «la vieja escuela», depende de la edad que tengas.

Otra manera de entender el deporte y, por ende, una vida que ya ha desaparecido.

El otro día, hablando por teléfono sobre The Last Dance con mi hermano Dani, me recordó que aún tiene en su poder las Jordan originales que se compró cuando salieron allá en los ochenta. Destrozadas, pero ahí están, en su caja original.

También nos echamos unas buenas risas cuando recordamos que, de canijos, mi hermano no paraba de preguntarle a mis padres cómo podía hacer para ser negro y así poder jugar en la NBA.

Con el tiempo, él mismo se dio cuenta que era imposible, al igual que te das cuenta de que muchos de tus sueños de aquella época nunca se van a cumplir.

Pero oye, ni tan mal, ahora tengo a mi chica, a mi socio, a mi madre siempre a mi lado y, la mayor parte de las veces, la nevera llena de cerveza.

Y está la familia Dirty Works… así que todo bien. 

Ala, chavales, no me deis más el coñazo, a jugar con la pelota al campo.

 

TOP BOY

 

No tengo ni idea de quién es el rapero canadiense Drake y, seguramente, su música, si la escuchara, no me interesaría lo más mínimo, pero si gracias a él, como he leído por ahí, Netflix decidió ponerse las pilas y retomar la producción de Top Boy, bendita sea su estampa.

La historia es que las dos primeras temporadas, de 4 episodios cada una, fueron producidas por Chanel 4 y en 2013 ahí quedó la cosa.

Siete años después, en 2019, aparece la tercera temporada de 10 episodios, como digo, de la mano de Netflix y, menos mal, porque es un pedazo de serie.

La acción de Top Boy se sitúa en Londres, en una zona del barrio de Hackney llamada Summerhouse.

Summerhouse está poblado en su mayor parte por gente de origen jamaicano, y si bien el nombre de esta zona es invención del creador de la serie, Ronan Bennett, el barrio de Hackney sí es real.

La última vez que recuerdo haber estado en Londres fue, cómo no, con mi socio y hermano Javi Lucini, no sé si fuimos a ver un concierto o simplemente nos largamos a la capital inglesa porque nos aburríamos y los billetes estaban tirados de precio.

Caímos en un hostal que nos costaba 10 libras y una noche quedamos con un colega inglés que nos había hablado de un garito muy molón en la zona de Brixton.

Nos costó encontrarlo y al llegar vimos que un rastafari enorme registraba a la toda peña que entraba. Supusimos que era buscando drogas en los bolsillos, pero al estar ya dentro comprobamos que todo el mundo estaba fumando porros como si no hubiera mañana.

El garito era, y no sé si seguirá siendo, algo digno de ver. Un jardín con puestos de comida caribeña, una sala de conciertos y otra sala enorme de luz tenue con mesas y una barra. Localizamos a nuestro colega sentado solo en una de las mesas, nos acoplamos con él y empezamos con las pintas de cerveza.

Por los altavoces sonaba música reggae, no muy de nuestro agrado, pero se compensaba con la buena pinta de toda la peña de color que habitaba el local. Teníamos la sensación de estar dentro de una película.

Con nuestro inglés chapucero de aquella época, según avanzaba la noche, le pregunté al colega que por qué registraban a todo el mundo al entrar si allí dentro fumar canutos parecía legal. Me miró como si yo fuera un pardillo y me dijo que el portero no buscaba droga, sino armas, hacía unos días había habido un tiroteo en la misma calle donde estaba el garito.

Nosotros no vimos nada raro en las horas que estuvimos allí, al contrario, a todo el mundo se le veía colocado y sonriente. Nadie nos dijo nada por ser blancos y la borrachera fue de las buenas.

Top Boy va de esos tiroteos que no vimos, de trapichear con drogas duras, de vivir en la calle, de ser negro y nacer en un barrio sin esperanza. Y está muy bien contado, sin el efectismo ni las hostias que tienen algunas series yankis.

Todos los actores que salen en Top Boy son completos desconocidos, al menos para un servidor. Y eso juega a su favor, más que interpretar, los actores parecen personas reales.

Si después de ver The Wire todos los que flipamos con la serie nunca olvidaremos al personaje de McNulty, después de ver Top Boy también se quedará grabado en nuestro cerebro el nombre de Dushane, si no, al tiempo.

De lo mejorcito que he visto últimamente, y eso que con tanto confinamiento estoy devorando series igual que devoraba todo el papeo que encontraba en la nevera de joven. Iba ciego de canutos a todas horas.

 

LLEGAR A SER DIOS EN FLORIDA

 

A principios de los 2000, no recuerdo exactamente el año, me encontraba en el bar de un hotel de lujo de la ciudad de Nueva York, en el que me sentía más extraño que un pulpo en un garaje.

Lámparas con cascadas de luces colgando del techo, sofás tapizados de colores sobrios a juego con las alfombras que cubrían el suelo, camareros que te trataban de usted y cervezas a 9 pavos.

La cosa es que una pareja de colegas que vivían en la ciudad de los rascacielos por aquel entonces, se empeñaron en enseñarme lo que para ellos era el auténtico Nueva York, es decir, el lujo de Manhattan. Estaban decididos a que dejara de darles la chapa con los garitos cutres que tanto me flipaban de Brooklyn que iba descubriendo en mis interminables paseos por ese barrio.

Como eran ellos los que invitaban a las cervezas de 9 dólares, accedí, nunca digo que no a la cerveza gratis.

Por aquel entonces mi inglés dejaba un poco que desear y tenía que estar superconcentrado para no perderme en las conversaciones. Reconozco que, a veces, sonreía o asentía cuando lo hacían los demás, aunque no tuviera ni puta idea de qué estaban hablando.

Y ahí estábamos, bebiendo una cerveza tras otra, cuando llegan otros amigos de la pareja. Con cara de sorpresa empiezan a gesticular y a señalar en dirección a la entrada del hotel que se podía ver desde donde estábamos sentados. No entendía nada de qué iba la cosa pero decidí seguir el refrán de «allí donde fueras, haz lo que vieras».

No me enteré hasta el cabo de un rato de que lo que mirábamos era a la actriz Kirsten Dunst, que estaba esperando fuera del hotel a que viniera a recogerla un taxi amarillo.

No puedo decir con seguridad que yo la viera, estaba de espaldas, pero quiero pensar que la chavala de melena rubia, que calzaba botas de cuero hasta casi las rodillas, era ella.

En aquel entonces, Kirsten Dunst lo petaba con la primera peli de Spiderman, pero como ya os comenté en otra de las estradas del blog, a un servidor las pelis de superhéroes se la sudan, y como las posteriores apariciones de la actriz en las pelis de Maria Antonieta y Melancholia, me interesaron bien poco, no es una actriz a la que le haya dado mucha bola desde que la vi en Las vírgenes suicidas.

Pero, ahora que me acabo de chascar en un par de días la serie Llegar a ser Dios en Florida, ¡soy su fan número uno!

Basura blanca, cocodrilos, estafas piramidales, un parque de atracciones desahuciado a la sombra de los grandes parques de atracciones de Orlando, personajes estrafalarios con sobrepeso de tanto engullir helados y perritos calientes… Llegar a ser Dios en Florida tiene todo lo que nos gusta a la familia Dirty. Y, planeando por encima de todo ello, Kirsten Dunst, en el papel de Krystal Stubbs: una madre coraje sin pelos en la lengua, que igual que se disfraza de sirena para una valla publicitaria, a ver si con su encanto aumenta la afluencia al parque de atracciones en el que trabaja, se carga a tiros a un par de cocodrilos y los descuartiza en el garaje de su casa para poder comer cuando no llega a fin de mes.

Llegar a ser Dios en Florida es uno de esos descubrimientos que hay que agradecer al confinamiento de estos días.

10 episodios de pura comedia negra que se pueden ver en Movistar+ y que, como vuestro abogado, os recomiendo que no os perdáis ni de coña.

 

TIGER KING

 

¡Madre mía, es tal el desfase en la serie documental Tiger King, que no sé ni por dónde empezar!

Después de ver de cabo a rabo los siete episodios en Netflix en una tarde, Harry Crews me parece un escritor costumbrista que, durante toda su obra, se dedicó a narrar la vida de sus congéneres.

Mogollón de tigres enjaulados a los que se les trata como si fueran los gatitos esos que salen en las fotos de Instagram, un colega que se pasea subido a un elefante por las calles de su pueblo en Carolina del Sur, poligamia white trash gay, poligamia hippy heterosexual, tipos sin dientes por el consumo excesivo de metanfetamina, metralletas de camuflaje rosas, pistolas, explosiones… y así podría seguir soltando perlas hasta hartarme.

El maestro de ceremonias, el héroe de todo este zoo, es Joe Exotic, dueño del Greater Wynnewood Exotic Animal Park, situado en la localidad de Wynnewood, Oklahoma.

Joe Exotic, con su peinado mulllet rubio platino, su revólver colt al cinto, sus canciones country en tonos pastel y más labia que un telepredicador, es el auténtico Tiger King del que toma nombre la serie.

Como todo Rey, Joe Exotic tiene su antagonista, en este caso es Carole Baskin, supuesta activista por los derechos de los felinos, y su organización Big Cat Rescue, con base en Tampa, Florida.

La vida de esta buena mujer, que gusta de llevar una corona de flores como si fuera una ninfa entrada en años, es de traca, pero para saber por qué hay que ver Tiger King.

Me muerdo la lengua, no quiero reventaros la serie.

¡Dirty Family no os perdáis Tiger King ni de coña, según pasan los episodios cada vez es mejor y más delirante! 

Os lo digo, como siempre, como vuestro abogado.

 

ZEROZEROZERO

 

¡Madre mía, la de vueltas que puede dar un cargamento de cocaína hasta llegar a las narices de la peña!

En el caso de la serie Zerozerozero, tiene que llegar en barco desde Monterrey, México, hasta Gioia Tauro, Italia, pasando al final por más manos que un turulo hecho con un billete de 20 euros.

El transporte, en un principio bien planeado, con sus sobornos y todo en regla, se va liando hasta que no queda títere con cabeza.

No me voy a poner a enumerar los países y ciudades por los que pasa la coca, porque sería destripar la serie, solo decir que ni Willy Fog con su vuelta al mundo.

Un servidor, de todas las ciudades que salen en Zerozerozero, solo ha estado en Nueva Orleans, que es de donde es, en la serie, la familia Lynwood, padre y dos hijos, los encargados del transporte de los «jalapeños». 

Y todo bien, estuve solo un par de días haciendo el sonido para el rodaje de un documental que nos llevó a cruzar más de 12 estados de la Unión.

Pennsylvania, las dos Virginias, las dos Carolinas, Arkansas, Georgia, Alabama, Mississippi, Lousiana, Tennessee y Texas

15.000 kilómetros en dos semanas y media, desde Nueva York hasta Galveston, Texas, y vuelta. 

En su momento, me pareció una paliza, ahora, después de ver Zerozerozero, entiendo que fue moco de pavo.

La serie de 8 episodios está basada en la novela homónima del señor Roberto Saviano, que de estas cosas del narcotráfico sabe un rato.

Los Lynwood son interpretados con tremendo nivelazo por Andrea Riseborough, Dane DeHaan y Gabriel Byrne. Y esto solo por citar a las estrellas. Todos los actores están finos finos, y los personajes son complejos, con una doble moral que, en algunos momentos, entiendes muy bien, dadas las circunstancias y, en otros, detestas.

No me voy a poner técnico con la dirección y el guión, siempre me han parecido un coñazo las revistas de cine con artículos interminables en los que tienes que leer la frases dos veces para medio entender algo, pero ya veréis, pura clase.

En fin, veo que mucha gente anda preguntando por las redes qué ver y dónde en estos días de confinamiento. 

Aquí va con Zerozerozero mi aportación, y se puede ver en el canal Amazon Prime.

 

WATCHMEN

 

Que vaya por delante que no soporto ni los cómics ni las películas de superhéroes.
La lucha entre el bien y mal sin ningún matiz no va conmigo.
Spiderman me parece un noño, Supermán un bobo y el peor de todos es Batman. Que un pijo, con mayordomo incluido, tenga una revelación tras la muerte de sus padres, se enfunde un traje de murciélago y decida salvar a la peña, no me lo trago ni con un litro de cerveza.
Dicho esto, y sabiendo que Alan Moore y Dave Gibbons están tras el cómic en el que se basa la serie de Watchmen, el otro día le di una oportunidad al ver que en HBO ya estaban colgados los 9 episodios.
Y me alegro, no me gustó la película de Watchmen, pero sí la serie creada por Damon Lindelof.
La historia se sitúa en Tulsa, Oklahoma, en un mundo paralelo que transcurre 34 años después de la acción de la película, vamos, que no es un refrito.
La verdad es que la trama es un poco marciana y difícil de explicar, pero como no me gusta dar detalles a este respecto en los blogs, problema que me quito de encima.
Sí decir que aunque la serie sigue el tópico de que los rednecks son los malos y la poli, los superhéroes y las minorías raciales los buenos, las líneas entre estos grupos están difuminadas y eso hace que Watchmen se desmarque de las demás historietas de superhéroes, con su o blanco o negro que ya comentaba al principio.
Entre los actores se pueden ver caras conocidas como las de Don Johnson, Jeremy Irons o Louis Gossett Jr., viejos guerreros de la interpretación, y eso siempre mola.
Y nada más, en mis viajes por los USA nunca he estado en Oklahoma, así que hoy no hay batallitas de un servidor al respecto.
Ya llega el finde, si no tenéis nada mejor que hacer, a darle caña a Watchmen, se pasa un buen rato.

 

THE OUTSIDER

 

Por fin se hace justicia al señor Stephen King en una serie. Normalmente, en cuanto veo: «serie o película basada en una novela Stephen King», apago la tele y corro a esconderme en el cuarto de baño. Y no porque tenga miedo de alguno de los siniestros personajes que puedan salir en ella, sino porque estoy casi seguro de que la creación televisiva va a ser un horror en sí misma (lo sé, hay excepciones como Carrie o El resplandor).

Aun así, también es verdad que el nombre de Stephen King tiene, para un servidor, una atracción especial que me viene de la época en la que devoraba sus novelas como si no hubiera un mañana.

Por esa misma época, conseguí ahorrar para realizar un viaje de casi un mes y medio por Nueva Inglaterra, pillando un autobús tras otro de la compañía Greyhound. La mayor parte del viaje se centró en el estado de Maine, y el motivo fue que la mayor parte de las novelas de terror que tan pillado me tenían, ocurrían en ese estado.

Recuerdo llamar al que sigue siendo mi socio, Dirty Lucini, nada más llegar a Portland, Maine, desde una cabina que estaba en la estación de autobuses. Recuerdo que le desperté porque en Madrid era de madrugada y que, cuando salió del sopor del sueño, nos estuvimos partiendo la caja como siempre hacemos cuando hablamos por teléfono. Recuerdo que la base de la lámpara de la mesita de noche del motel donde caí para dormir, era de cerámica y simulaba un montón de libros apilados. También recuerdo pasear por el Old Port que estaba petado de restaurantes y no comer langosta hervida, el plato típico que devoran los turistas, pero sí ponerme tibio de cervezas fresquitas.

Me sentía como dentro de una novela de Stephen King y esperaba cruzarme con él de un momento a otro, pero no sucedió.

The Outsider no transcurre en New England sino en Georgia, dos estados que no tienen nada que ver, como comprobé en otro viaje. Pero la atmósfera que ha creado Richard Price, guionista de la serie, de calma y camaradería pueblerina que se rompe por un asesinato impensable y que hace temblar los cimientos de una pequeña comunidad, es la misma.

Todas las líneas de personajes bien trazadas, actores en su sitio, buena dirección, música tensa, planos picados que aplastan a los personajes… no he leído la novela, pero la serie se sale.

10 episodios completan The Outsider, hasta la fecha se pueden ver 6 en un exasperante goteo de un episodio a la semana con el que tiene a bien martirizarnos HBO a los frikis de las series.

Bendita Netflix que cuelga todo de golpe y luego ya que uno se organice como quiera.

 

THAT ´70s SHOW

 

Había visto la serie a saltos cuando a finales de los 90 y principios del 2000 viajaba al Sur de los USA por curro. 

Después de chupar carretera durante todo el día, pillaba un pack de seis, una hamburguesa y me tiraba en la cama del motel de turno a buscar con el mando a distancia el canal en el que estuvieran poniendo algún capítulo nuevo o reposición de That ´70s Show.

Eran como la familia y los colegas que te esperan en casa después de un largo día de trabajo.

Cuando volvía a España ni me preocupaba si la estaban poniendo en algún canal.

Hace un par de meses, bicheando por Netflix, me encontré con que estaban las 8 temporadas completas, así que me dije: ¿por qué no?

Y es lo único que he estado viendo hasta que el Día de Reyes, reconozco que me emocione viéndolo, llegó el último capítulo después de dos meses de carcajadas.

Si uno se olvida de las risas enlatadas de las comedias de situación, y si la serie es buena eso ocurre en nada, con That ´70s Show te lo vas a pasar “teta”.

Irreverente, inteligente, sarcástica y con una buena variedad de personajes en los que identificar paridas de cuando eras un chaval o identificar a algunos de tus colegas de por aquel entonces.

En los papeles de Eric Forman, Michael Kelso, Steve Hyde, Fez, Jackie Burkhart, Donna Pinciotti, Kitty Forman, Red Forman y Bob Pinciotti, los actores Topher Grace, Asthton Kutcher, Danny Masterson, Wilmer Valderrama, Mila Kunis, Laura Prepon, Debra Jo Rupp, Kurtwood Smith y Don Stark.

Y sé que los nombres de muchos de estos actores no me los aprenderé o los recordaré en la vida, pero los de sus personajes ya se han quedado grabados a fuego en mi cerebro falto de neuronas.

Un total de 200 episodios entre todas las temporadas, de unos 23 minutos cada uno, para olvidarse al llegar a casa de las mierdas que ocurren en el mundo real, que no son pocas.

Así que esta es mi primera recomendación para el 2020. 

¡Por los viejos buenos tiempos!

By the way, el doblaje al castellano es infame, así que ni se os ocurra.