VERMON SUBUTEX

 

Solo he visitado una vez la que se dice que es la capital del amor, París. Y mi experiencia no se puede decir que fuera muy grata.

Para empezar, yo no quería ir, pero mi novia de aquel entonces insistía de tal manera que, al final, acabé gastándome los pocos ahorros que tenía en el viaje.

Irte de viaje cuando una relación está en las últimas para intentar arreglarla, es tan mala decisión como tener un hijo para salvar un matrimonio.

Bueno, igual aquí me he pasado un poco, porque cuando termina el viaje cada uno puede irse por su lado, y si hay un chiquillo de por medio, te vas a pasar el resto de tu vida teniendo que tratar con alguien a quien deseas perder de vista para pasar página.

Recuerdo que todo era carísimo, que olía mazo a mantequilla y que los franceses hablaban francés y yo no.

Ella, aunque no era ni es francesa, sí que hablaba el idioma nativo y se sentía a las mil maravillas relacionándose con la peña.

Un servidor solo pensaba en volver a casa para tirarse en el sofá a fumar porros y ver pelis.

Al protagonista de la serie Vermon Subutex aún le van peor las cosas y eso que el personaje es parisino hasta la médula.

La tienda de discos, Revólver, de la que era dueño, y que lo petaba cuando la gente compraba vinilos y escuchaba música que se hacía tocando instrumentos, tiene que cerrar porque ese rollo ya no se lleva.

Le echan de su piso por no pagar las facturas y comienza a deambular por los sofás de las casas de sus antiguos colegas de correrías, para comprobar que ellos sí se han sabido adaptar a los tiempos, cambiando la chupa de cuero por un traje de tres piezas y las ansias de la revolución underground por un trabajo en el que al final de mes te pagan.

Basada en las novelas de la escritora Virginie Despentes, Vernon Subutex consta de nueve episodios de unos 35 minutos cada uno y yo la he visto en Filmin, aunque he leído por ahí que también se puede ver en Netflix.

Muy recomendable para los que nos sentimos fuera del tiesto y para los que en su día lo estuvieron.






 

LEYENDAS DEL RING (THE KINGS)

 

«Nice boys don´t play rock and roll», lo cantan Rose Tattoo y se puede aplicar también al boxeo.

Los niños bonitos no se meten en un ring a darse de hostias para llevar el pan a la mesa.

Sugar Ray Leonard, Roberto Durán, Marvin Hagler y Thomas Hitman, desde finales de los setenta y la década de los ochenta, se zurraron de lo lindo para ver quién era el mejor en lo que, sin duda, fue la época dorada del boxeo.

Que cuatro púgiles de su clase fueran contemporáneos es una circunstancia que difícilmente va a volver a repetirse, y de eso va Leyendas del ring.

Bueno, de eso y mucho más: las luchas internas y los demonios de cada uno al llegar a lo más alto, el precio de la fama, las drogas, las lesiones, caerse y levantarse otra vez…

Y todo ello enmarcado en el contexto histórico de la época. No hay que olvidar que el señor Ronald Reagan, el 40º presidente de EEUU por aquel entonces, entre otras lindezas, estaba con su «No a las drogas» mientras, de espaldas al Senado, traficaba con farlopa para financiar a «la Contra» en Nicaragua.

Leyendas del ring, cuatro episodios que te van a dejar KO, tanto si te gusta el boxeo como si no, se puede ver en Movistar.

Uno, que es muy aficionado al deporte, ha estado viendo en directo a los New York Knicks en el Madison Square Garden y a los New York Yakees en el Yankee Stadium, pero tengo una espinita clavada por no haber visto nunca un buen combate de boxeo en algún marco incomparable. Espero poder quitármela algún día.

Esa y la de ver al Betis en el Benito Villamarín.



 

ARENAS MOVEDIZAS

 

Los pijos también tienen su corazoncito. 

¿Acaso lo dudáis?

A veces puede ser ñoño y a veces puede ser retorcido, como en el caso de los protagonistas de Arenas movedizas.

Muñecos rotos, mentes podridas por todo el dinero al que pueden echar mano.

Difícil de entender para los simples mortales que nos rompemos los cuernos para llegar a fin de mes, pero se ve que su dolor existencial es real.

El dinero no lo es todo, pero cómo molaría tener un buen fajo de billetes en el bolsillo, como los pijos de por aquí cuando van al Rocío a desparramarse a la salud de la Virgen. 

Luego ya confesarán sus problemas de conciencia por derrochar a lo loco ante el cura, y asunto zanjado.

Encima, los pijos problemáticos que se retratan en Arenas movedizas son suecos.

El colmo de la pijería para las pobres gentes de la Europa del sur.

Los 6 episodios de Arenas movedizas se pueden ver en Netflix y son cosa buena.

Niños y niñas de papá, desparramando con el sexo, las drogas y las armas, entre mansiones y coches de lujo.

Cien por cien recomendable para ver el lado salvaje de los que visten con polos y vestiditos de colores pastel.

 

CONDENA (TIME)

 

Stephen Graham: actor, inglés y nacido el 3 de agosto de 1973. 

Todo lo que haga este buen hombre, ya sean series, películas (a excepción de Piratas del Caribe) o incluso anuncios, tengo la intención de verlo.

El compadre rezuma verdad por todos los poros delante de una cámara.

En el drama carcelario de 3 episodios, Condena, junto a Sean Bean, vuelve a estar que se sale.

Condena está rodada en la HM Prison Shrewsbury de Liverpool, ya en desuso.

Un servidor, cuando se dedicaba, sin mucha suerte, a intentar sacarse unos dineros siendo realizador de TV, también estuvo a punto de rodar en una cárcel abandonada. En mi caso, en la Modelo de Valencia.

Al final el programa se cayó por baja audiencia y el único reportaje que pude grabar fue en un colegio, del que no recuerdo el nombre, también de Valencia.

Me pagaron bien por ello, pero, como ya digo, el segundo reportajillo, el que de verdad me habría gustado grabar, no fue posible.

Cosas de mis años mozos aparte, Condena, que se puede ver en Movistar, es algo que como vuestro abogado os recomiendo que no os perdáis.

Así que venga, si pasáis del desfile de nuestras Fuerzas Armadas en el día de la Hispanidad, ya tenéis algo que ver.

Por cierto, acabo de recordar que, cuando tuve que hacer la mili obligatoria hace miles de años, también me tocó desfilar en el Día de las Fuerzas Armadas… pero esa es otra historia que igual alguna vez me da por contaros.

 

ENTOURAGE: EL SÉQUITO

 

Para evitar los deseos de salir a la calle y, como consecuencia, quedar reducido a un simple charco en la acera, desde que vivo aquí, en el sur, cada verano repesco una serie que ya haya visto, que me haya molado y que tenga un montón de temporadas.

La idea es combinar la serie con grandes cantidades de líquido y un buen chorro de aire acondicionado. De no hacerlo, sé que mi salud mental se vería más que resentida durante el periodo estival. 

Porque un servidor odia el calor veraniego como odia pocas cosas.

La de este 2021 ha sido El séquito.

En su momento la fui viendo año tras año según iban estrenando cada temporada. Un total de ocho, desde el año 2004 al 2011.

Este segundo visionado me ha durado cerca de un mes, desde mediados de julio a mediados de agosto. 

Ay agosto… el mes en que realmente me empiezan a patinar las neuronas.

He de reconocer que lo he pasado como un chiquillo mientras ha durado la fiesta.

Porque eso es El séquito, una fiesta de 96 episodios de media hora de duración, que se pueden disfrutar en HBO.

Vincent Chase, Eric Murphy, Johnny «Drama» Chase, Tortuga y Ari Gold, los personajes principales de la serie, acaban siendo parte de tu imaginario después de una sesión intensiva como la que me he metido para el cuerpo.

Todos ellos neoyorquinos que, siguiendo la estela de Vincent, acaban en Los Angeles, donde Vincent lo peta como actor, y junto a él se dan la gran vida, con alguna penuria que otra. 

Bueno, Ari Gold ya estaba en L.A., es el representante de Vincent, aunque al final acaba siendo uno más del Entourage.

Así que nada, yo como vuestro abogado, ya sabéis. Dadle duro al El séquito y ya me contáis. 

Me voy a por una birra.

¡Ah, y hay película después de las ocho temporadas!

 

UNA CONSPIRACIÓN SUECA (We Got This)

 

Lo sé, con este título en castellano tan horroroso cualquiera pasaría y ni siquiera le daría una oportunidad a esta miniserie de 6 episodios que se puede ver en Filmin.

El caso es que un servidor estuvo a punto pero, al final, ni sé por qué, le di al “play” a ver de qué iba la cosa.

Y, oye, la verdad es que me alegro. Buen ritmo, buenas risas y un montón de frikis desfilando por la pantalla mientras intentan descubrir quién fue el asesino del presidente sueco Olof Palme más de 30 años después. 

La razón, poder cobrar la recompensa de 5 millones de euros y, con la pasta, enderezar sus miserables vidas.

A la cabeza de la banda de investigadores, un inmigrante norteamericano, con problemas con el fisco sueco, con el idioma escandinavo y con la vida en general.

Yo nunca he estado en Suecia y, comiéndome la cabeza a ver si en algún momento de mi vida he tenido alguna relación con este país tan moderno y avanzado, lo único que me viene a la mente es una artista sueca a la que conocí en una exposición, en una galería en New York.

¿Qué hacía yo paseando con cara de bobo entre obras de arte abstractas que ni entendía ni me gustaban? La verdad es que no lo recuerdo. ¿Por qué acabé hablando con la chavala sueca que exponía en la galería? (Bueno, hablando ella, la colega no metía lengua en paladar explicándome el significado de su arte). Tampoco lo recuerdo. Pero ya se sabe que cuando uno pasa tiempo fuera de casa, deambulando por un país extranjero, a veces se encuentra en situaciones un tanto pintorescas.

Quedé con la artista sueca unos días más tarde y me enseñó su barrio en New York, Spanish Harlem, yo vivía en Brooklyn y no lo conocía. Ella seguía hablando de sus proyectos artísticos y yo escuchaba.

Un par de años más tarde, de vuelta en Barcelona, me dijo que estaba en la ciudad condal y quedamos para cenar. Ella volvió a hablar, esta vez de un proyecto en el que quería que yo participara. Tenía que salir desnudo en un corto de arte y ensayo, corriendo por la playa de la Barceloneta al atardecer. Le dije que no y nuestras vidas no han vuelto a cruzarse.

Es verano, hace mucho calor y cualquier cosa refrescante siempre es bienvenida, así que yo, como vuestro abogado, os recomiendo Una conspiración sueca, ventilador, cerveza y a verlas venir.

 

BLACK SUMMER

 

<< Mi hermano Fano me ha dicho que esta serie de gente que corre es estupenda >>.  

Con esta frase y sin darle más vueltas a la historia, el primer día de resaca, en la última visita al rancho de mi compadre Lucini, nos pusimos a ver la primera temporada de Black Summer.

Y si en las series de zombis la cosa ya va de por sí de correr para escapar de los infectados, sin duda Black Summer se lleva la palma.

Sin concesiones, sin diálogos estúpidos y sin heroicidades que nadie se traga. Vamos, como si la movida fuera de verdad.

Ocho episodios en la primera temporada que nos dejaron sin aliento. Y eso que los que no paraban de aquí para allá eran los personajes en la pantalla, que nosotros estábamos tirados en el sofá como unos señores.

Se nos quitó la resaca de cuajo.

La segunda temporada ya la hemos visto cada uno por nuestra cuenta, Javi me avisó el otro día de que ya estaba en Netflix.

Sus palabras fueron: << Es grandiosa >>.

A ello que nos pusimos Marga y un servidor.

Del tirón los nuevos ocho episodios y es verdad, si la primera temporada es buena, la segunda es grandiosa e incluso yo diría que sublime.

La productora de Black Summer, The Asylum, es la que está detrás de las películas de Sharknado, no te digo más ná y con eso te lo digo tó.

Uno de los creadores, Karl Schaefer, junto con John Hyams, ha estado involucrado en la serie Z Nation que, aunque en otro tono, según dicen, de Black Summer es su precuela.

Yo no he visto Z Nation, pero ya me voy a poner a ello.

Así que, como vuestro abogado, os recomiendo que, si queréis bajar unos kilos para esta nueva operación bikini, cerveza en mano y con las posaderas bien plantadas sobre algo mullidito, Black Summer es, sin duda, el remedio antigrasa.

 

BIENVENIDO A UTMARK

 

Cuando un servidor era un chiquillo, nacido y criado en Teruel hasta los 12 años, lo que me petaba era que mis padres me llevaran a Madrid, donde se acumulaba todo lo que soñaba.

No era fácil convencerles. 

Lo normal, en cualquiera de las vacaciones que teníamos en el cole, era ir de Teruel a Colmenar Viejo, el pueblo de mi padre.

Montar en bici por caminos de tierra, coger moras si era la época, disparar con la escopeta de perdigones a los pájaros y no acertar nunca, bañarse en una charca, acompañar a mi abuelo al corral a recoger los huevos de las gallinas…

En definitiva, más de lo mismo.

Hoy en día agradezco esa niñez tan asilvestrada, pero en aquella época no. 

Yo lo que quería cuando salía de Teruel, era ir al cine a ver La Guerra de las Galaxias de estreno, ir a librerías donde tuvieran todos los libros de La pandilla de Sherlock Holmes, a tiendas de discos para poder pillarme el último de Baron Rojo «calentito del horno», o a ponerme ciego de Big Macs hasta que me doliera la tripa.

Eso sucedía en muy raras ocasiones y eso que Colmenar Viejo está solo a media hora en coche de Madrid.

No es que mis padres fueran unos modernos y en el campo y la naturaleza vieran la mejor manera de educar a un niño. En vacaciones se iba a ver a los abuelos, se soltaba a los críos a retozar y así ellos podían tomarse un descanso. 

Punto pelota.

Ahora parece que la cosa ha cambiado bastante. Ahora se va al pueblo para entrar en contacto con la naturaleza, con las raíces, con «lo salvaje» tienen los huevos de decir algunos.

Bueno, si por «lo salvaje» se entiende que en los pueblos hay borrachos, drogas, parejas que se ponen los cuernos, que la mierda de vaca o de cerdo huele mal y que a los que son diferentes puede que, si se descuidan, les den dos hostias, entonces estamos de acuerdo.

Vamos, igual que en las ciudades, pero rodeados de árboles.

Y además con el agravante de que en los pueblos todo el mundo se conoce y se cotillea que no veas.

Bienvenidos a Utmark (HBO), serie de 8 episodios ambientada en un pueblecito del norte de Noruega, viene a reforzar esta teoría mía de lo equivocados que están los que creen que «lo salvaje» es la panacea.

En Bienvenido a Utmark, se matan ovejas por rencillas entre vecinos, se trafica con alcohol y prostitutas, se veja al que se siente diferente, los hijos sufren viendo discutir a sus padres alcohólicos… eso sí, en unos parajes idílicos con unos cielos preciosos, y con un sentido del humor negro de nivel.

Si eres de los urbanitas que sueñan con irse a vivir al campo y sabes que nunca lo vas a hacer –no nos engañemos–, pero fantaseas con la idea mientras ves crecer en el balcón de tu casa las zanahorias que has plantado en una maceta, sin duda, esta es tu serie.

Te va a abrir bastante los ojos.

Si eres de pueblo, te vas a sentir identificado con muchas de las cosas que pasan en Bienvenido a Utmark.

En ambos casos te vas a echar unas buenas risas.

 

LO QUE HACEMOS EN LAS SOMBRAS

 

Mi socio y un servidor, bajo la supervisión de Marga, otra de las patas que sujeta el sofá Dirty Works, hacemos un par de reuniones al año para revisar lo que vamos a publicar cada semestre y cómo nos van las cuentas.

Nuestra rutina es currar y beber cervezas por la mañana, y luego, por la tarde, montamos una U con una cama y dos tresillos, nos tumbamos frente a la tele y devoramos series, películas o documentales, sin dejar de lado la cerveza.

En la anterior ocasión, Javi vino con la recomendación por parte de su hermano de la serie de películas Sharknado, y como nos estuvimos riendo lo más grande, Javi le preguntó a Fano qué tenía guardado por ahí para esta nueva reunión de empresa.

Pensamos que superar Sharknado era misión casi imposible, gran error por nuestra parte. Fano es el gurú para hacer que te partas la caja con movidas de terror y ciencia ficción.

Lo que hacemos en las sombras, coged papel y lápiz y tomad nota del nombre de esta serie.

Yo, lo reconozco, al bichear por HBO, había visto que anunciaban Lo que hacemos en las sombras, creada por Jemaine Atea Mahana Clement y Taika David Cohen, y ni se me había pasado por la cabeza verla.

La razón era que Taika David Cohen era el director y escritor del guion de la película esa en la que un niño tiene de amigo imaginario a Adolf Hitler, y la cosa no podía interesarme menos.

Así que, por asociación, pasé de Lo que hacemos en las sombras.

Qué ignorancia la mía.

Si digo que te puedes llegar a mear encima de la risa me quedo corto, alguno de nosotros tres lo hizo, pero no voy a decir quién porque creo que fui yo.

Hilarante, fina a la vez que desfasada, Lo que hacemos en la sombras, lo tiene todo para trabajar los abdominales sin tener que sufrir largas horas de Gym, ahora que se acerca la operación biquini. Puedes beber toda la cerveza que quieras que, con esta serie, te sale tableta de chocolate seguro.

Cuatro compañeros de piso que son vampiros y su fiel servidor, Guillermo.

El bueno de Guillermo…, qué bien nos habría venido a nosotros tres para que nos acercara las birras mientras devoramos las dos temporadas que hay hasta la fecha.

Cuando uno termina la serie se queda un poco vacío, pero deciros que también está la peli (con otros protagonistas) y que se ha confirmado la tercera temporada.

¡Que no pare la música!

 

SKYLINES

 

He de reconocer que en el tema de la música rap o el hip hop me quedé clavado en los 90. Y ya entonces tampoco es que les diese mucha bola, a excepción de Cypress Hill, hasta que los metaleros se empezaron a mezclar con los raperos.

La banda sonora de la película Judgment Night, culminación de lo que en su día empezaron Aerosmith y RUM DMC, hizo que me explotara la cabeza en mis años mozos.

Ver que algunas de mis bandas favoritas como Faith No More, Helmet o Biohazard, se juntaban respectivamente con Boo-Yaa TRIBEHouse of Pain y Onyx, para sacar esos temazos, no tenía nombre en una época en que la música era lo más importante en mi vida.

Rap Metal llamaron a la movida.

Todos estos recuerdos vinieron a mi mente el otro día cuando leí la sinopsis de la serie alemana Skylines y me decidí a verla.

Mientras disfrutaba viendo Skylines me he dado cuenta de que esta asociación de ideas ha sido de lo más peregrina.

El rap que se cuece en la actualidad en la ciudad de Frankfurt nada tiene que ver con el rap de los USA y mucho menos con el de los años 90.

Todo muy de botones y maquinitas, pero aun así la serie es cosa buena.

Crimen organizado vinculado al sello discográfico que da nombre a la serie, sueños rotos, drogas y una sobriedad en la manera de contarlo todo que atrapa.

La primera y única temporada se puede ver en Netflix.

La todapoderosa Netflix ha decidido cancelar la segunda temporada ante la sorpresa de todos los que hemos visto la primera. Prefieren seguir dándole cancha a rollos sobre una chiquilla que juega al ajedrez o las movidas de los pijos de la familia Real Británica. Así es la vida en la periferia.

 

STANLEY, RETRATO DE UN CRIMINAL

 

Holanda, además de sus famosas bicicletas, quesos, coffee shops y señoritas de compañía en escaparates, se ve que también cuenta con su capo de prestigio, Stanley Hills.

Conocía de buena mano las cuatro primeras características que dan fama al país, pero no tenía ni idea de la existencia del bueno de Stanley.

Gracias a la serie de cuatro episodios Stanley, retrato de un criminal, que justo ayer me chasqué en Filmin del tirón, mi cultura internacional es ahora un poco más amplia.

No puedo decir que la peregrinación a Amsterdam que realicé en mis años mozos fuera estrictamente cultural. Existía la intención de visitar el museo Vincent van Gogh, creo, pero nos pasaron tantas cosas durante el viaje en tren y una vez que llegamos, que la verdad es que mi mente borró por completo la existencia del señor que se cortó la oreja y su museo.

Ya conseguir un asiento en el tren, cuando aún estaba parado en la estación de Atocha, fue una odisea. Por aquellos días, los trenes eran de los que tenían compartimentos para seis personas y cuadros con fotografías antiguas de Madrid atornillados a las paredes encima de los asientos. Y el rollo era sálvese quien pueda, literalmente. Había gente con mochilas tiradas por todas partes. En los pasillos, en los espacios entre vagón y vagón, incluso sentada en la taza del váter para no ir de pie.

Al llegar a la Estación Central de Amsterdam a las tantas de la madrugada, el sitio donde se suponía que íbamos a dormir estaba cerrado. 

Los doce colegas que nos juntamos en el viaje decidimos tirarnos en el suelo de madera de un embarcadero junto a un canal para descansar un rato, hasta que amaneciera, y luego buscar un sitio donde alojarnos. Utilizamos las mochilas de almohada, pero aun así, a una colega se la robaron con toda la ropa, el pasaporte y la pasta que tenía para el viaje.

Así que, al día siguiente, además de buscar dónde dormir, nos tocó ir una comisaría a hacer la denuncia y al consulado para conseguir un pase para que pudiera volver a España sin su pasaporte.

Pero bueno, al final lo pasamos bien, fumamos porros para el resto de nuestras vidas y me hice mi primer tatuaje.

Y mientras todo esto nos pasaba a nosotros, Stanley Hills (la serie está basada en hechos reales) la liaba a lo grande por las calles de la ciudad del vicio.

Así que, ya sabéis, Dirty Brothers and Sisters, yo, como vuestro abogado, os recomiendo Stanley, retrato de un criminal, para pasar un buen rato. Aunque por el título y la temática pueda parecerlo, la serie no es densa para nada, vamos, que más de una vez, anoche, me estuve partiendo la caja con las liadas de Stanley y sus secuaces.

 

HOME GROUND

 

Lo mío con el fútbol es una relación de todo o nada. O no paro de ver partidos, como me sucede ahora, o le hago el mismo caso que le hace mi socio Dirty Lucini, que es nulo.

Javi lo tiene claro, no le interesa lo más mínimo, pero un servidor se deja llevar por cómo se alinean los astros al comienzo de cada temporada.

Me pasa un poco con todo en la vida, me dio por tatuarme y no paraba; ahora mismo no me haría un tatuaje ni de coña, que duelen un huevo y la yema del otro. Me da con un autor y solo leo sus libros; me da por las series y paso de las películas, cosa que, por cierto, según está el cine en los días que corren, es bastante fácil, dadas las castañas que se hacen, salvo honrosas excepciones. Con las gorras lo mismo, tengo la casa llena, hay en las sillas de la cocina, en el cuarto de baño, encima de los discos en el salón, colgadas en los marcos de los cuadros que tengo en la pared del dormitorio, y en mi cabeza, claro está.

En cuanto se me pase la fiebre, sé que seguiré llevando una gorra cada vez que salga a la calle, pero dejaré de comprarme.

Nunca llego a ser un auténtico coleccionista que dedica toda su vida a una pasión en concreto. Puedo tener conversaciones sobre muchos temas de los que sé cosas, temas a veces de lo más peregrinos, pero no soy un pro en nada. De joven, no llegar a profundizar hasta la obsesión en los temas o las cosas que me interesaban me causaba desasosiego y cierta inseguridad, con los años, me la suda. 

Cuando apareció la serie Home Ground en 2018, estaba despertando de un letargo no futbolero y me costó decidirme a verla.

Home Ground va sobre la primera entrenadora, Helena Mikkelsen, interpretada por la actriz Ane Dahl Torp, de un equipo de fútbol masculino recién ascendido a la primera división noruega, el Varg IL.

Tanto en la decisión de ver la serie, como en la decisión de volver a ver fútbol, la culpa ha sido de Margarita, mi chavala. Y no veas lo agradecido que le estoy. Ella es futbolera, pero sobre todo bética, y como en todas las cosas de mi vida de un tiempo a esta parte, siempre me da buenos consejos. 

Home Ground, en cada episodio, va más allá de lo que es el fútbol para un equipo no puntero. Vamos, que si no te interesa lo más mínimo que veintidós tíos con pelos en las piernas corran en calzoncillos y camiseta detrás de un balón sin salirse de un rectángulo e intenten chutar entre tres palos, y que encima se les pague por ello, no quiere decir que no te vaya a molar la serie.

Clase obrera, sueños rotos, compartir cervezas en la barra de un bar, romper barreras establecidas, relaciones tóxicas paternofiliales, y frío, todo el frío que puede hacer en un pequeño pueblo del norte de Noruega.

Eso sí, alrededor de una pelota de cuero.

By the way, se puede ver en Filmin y, de momento, hay dos temporadas.