TERRY ALLEN

Juárez

(Paradise of Bachelors, 2016 / Sugar Hill Records, 2004)

Terry Allen es un genio, y poco más habría que añadir, podría acabar aquí la reseña y quedarme tan ancho, todo lo demás sería farfolla, pero aun así añadiré, por si hay algún despistado, aunque al final todo redunde en lo mismo, en su genialidad, su arrojo, su osadía, su hacer siempre lo que le sale de las narices (un recuerdo especial para Pedal Steal, su álbum de 1985, producido, mano a mano, con Lloyd Maines, un solo tema de 35 minutos y 45 segundos que, en 2005, cuando se reeditó y los niveles de atención del personal ya hacía tiempo que venían cayendo en picado, Allen esperaba que el oyente fuese capaz de escuchar de una sentada y a todo lo que diese, «pues ha sido concebido para que se escuche así»), sin parar mientes, siempre a lo suyo, sin amoldarse a las modas ni a los consejos desaconsejables de los más aconsejados. Iniciar así su carrera discográfica, en 1975, con un álbum conceptual, algo hoy del todo impensable, y sin hacer concesiones, sin cortes ni respiros entre tema y tema, a piñón, con solo un par de guitarras, piano, maracas y una mandolina, era ya bastante suicida en aquel entonces (aunque en aquel entonces se tolerasen mejor semejantes inmolaciones). «Contenido: un relato simple». «Personajes: SAILOR, un muchacho de Texas, recién regresado de una misión militar en el Pacífico, que se encuentra de permiso en el puerto de San Diego; ALICE, una prostituta mexicana que se trabaja los bares de Tijuana tratando de hallar la forma de ingresar en Estados Unidos; JABO, un chicano nacido en Juárez que reside en Los Ángeles y decide regresar a su tierra en un coche robado en la zona sur de Colorado; y CHIC, la novia californiana de Jabo, un enigma, escritora de rock y, ocasionalmente, una proyección del propio Jabo.» Juárez, dice Allen, es una suerte de guarida, aunque quizá sería mejor tildarlo de obsesión. A lo largo de los años, la «pieza» se ha ido presentado en diversas manifestaciones: una serie de dibujos, textos y artefactos; pilas de cuadernos llenos de anotaciones y bocetos; dos libros de prosas breves, poemas, acuarelas y fotografías (solo llegaría a publicarse uno); numerosos grabados; multitud de canciones y grabaciones; un disco que acompañaba a una colección de litografías y textos; un guion de cine; un programa de radio para la NPR; una pieza de teatro musical para una sola actriz interpretado por Jo Harvey Allen; un musical coescrito con David Byrne (que estuvo también a cargo de la producción); y cinco instalaciones en museos, con vídeo y audio. Juárez, dice Allen, es un proyecto en marcha que empezó a finales de los años sesenta y llega hasta el presente, hasta la presente reedición (que incluye, por cierto, un portentoso cuadernillo de 48 páginas con la reproducción de la serie de litografías, las letras, un ensayo de Brendan Greaves escrito para la ocasión Today's Rainbow is Tomorrow's Tamale: El Corrido de Juárez, el ensayo que escribió Dave Hickey para el catálogo de la exposición que se inauguró en 1992 y el ensayo de Dave Alvin que apareció en las notas de la primera edición en CD, en el mítico sello Sugar Hill Records), un proyecto en marcha, decía Allen, «que no me cabe la menor duda que seguirá dando coletazos de una forma u otra en el futuro. Probablemente este álbum haya instigado y/o influenciado todo lo que he hecho en mi vida». Dave Alvin recuerda a Terry Allen, en 1998, como una especie de Moisés iracundo en el monte Sinaí, asesinando un piano al final de una jam session en Italia. Alvin estaba interpretando un tema de Bo Diddley. En el escenario lo acompañaban el propio Allen, Guy Clark, Butch Hancock, Peter Case, Tom Russell y la banda de Texas, los Loose Diamonds. Y en medio de la canción, Terry Allen («el internacionalmente renombrado escultor, cantautor legendario y tejano visionario») la emprendió a golpes con el piano hasta dejarlo hecho trizas. Lo que le sorprendió a Alvin no fue ver a alguien destrozando un instrumento (eso ya ha pasado a formar parte del folclore más verbenero del rock, y a nadie impacta a estas alturas), sino la mirada que descubrió en sus ojos: eran los mismísimos ojos de Jabo, el asesino chicano con morriña de Juárez, el portento de disco que hoy reseñamos. Y, después de rememorar aquel momento, Alvin no duda en calificar el disco de obra maestra («su primera obra maestra», le seguirían muchas, si no todas). Lo sitúa, nada menos, a la altura del Blood on the Tracks de Dylan y el Good Old Boys de Randy Newman, que saldrían, más o menos, en esa misma época. «Un universo de mitos, historias, amantes, bares, carreteras, callejones sin salida y capas y más capas de significados.» Hay muchos momentos en el disco, dice Alvin, que resultan tan aterradores como aquel piano exterminado, y cita el tema «There Oughta Be A Law Against Sunny Southern California» como una de las mejores baladas de gente chunga que han salido del aún salvaje e indómito Oeste. Honky-tonk existencialista. Con sus momentos de humor trascendental. Y mucha violencia. Una belleza triste y conmovedora. Los prostíbulos fronterizos, los parques de caravanas, las carreteras oscuras que atraviesan el desierto. «Y como Hank Williams o Robert Johnson —afirma Alvin—, Terry es capaz de hacerte creer en todo lo que canta: la rabia, la decepción, la lujuria, la soledad, el amor, la esperanza y la desesperanza de Jabo, Chic, Alice y Sailor», avatares del propio Allen, que sabe muy bien de lo que habla. Una obra de arte sin héroes nobles ni lecciones morales. Una historia, sin más. Una simple historia que había que contar, del mismo modo que había que destrozar aquel piano en Italia. Porque sí. La obra de un genio descomunal, quedaos solo con eso, todo lo que antecede, ya lo dije al principio, no es más que farfolla para cumplir el expediente.