The Price of Admission
(Bossier City Records & Thirty Tigers, 2025)
Algún día iremos, o eso queremos pensar, porque soñar es gratis (aunque, por lo general, salga caro), las cosas vendrán bien dadas, es un suponer, y podremos asistir cualquier año de estos (pagando «el precio de admisión» y lo que sea) a uno de los tres o cuatro eventos con los que siempre hemos fantaseado, en este caso hablo del Woody Guthrie Folk Festival, que este verano, en Okemah, Oklahoma, reunió, en el escenario del Crystal Theatre, nada menos que a Hayes Carll con el grandísimo Evan Felker, líder de los Turnpike Troubadours, con Sarah Lee Guthrie (que estuvo, por cierto, con su hija y su sobrina, el pasado lunes en Madrid y luego tiró para Valencia, enamorando a todo el mundo, como ya hizo la vez anterior) oficiando de telonera (disculpen la palabreja, que ya no se estila, porque dicen que ofende). Escuchar a Felker sin su banda, a pelo, en un entorno tan íntimo, debió ser memorable. Entradas agotadas desde ni se sabe cuándo. Obvio. Felker, natural de allí mismo, de Okemah, como Pedro por su casa/causa, se ganó al público de calle desde el primer tema de su set, el «Every Girl» del primer disco de los Troubadours, el ya mítico Diamonds and Gasoline, para, acto seguido, presentar al que anunció como uno de sus héroes personales, Hayes Carll, y yo ya solo de contarlo casi lloro. Cerca de dos horas, mano a mano, intercambiando canciones e historias. Pura magia, según cuentan los que asistieron. Felker cantó un par de temas del último disco de los Turnpike (este The Price of Admission que hoy reseñamos para abrir la temporada por todo lo alto, en el que repiten producción con el inefable y cada día más exquisito Shooter Jennings, que deja sonar a las cosas como suenan, y, claro, no pueden sonar mejor, dando pie, eso sí, en esta ocasión, a texturas más audaces, lo que el cliente disponga, oiga, que es el que paga), curiosamente, no el tema dedicado al Festival de marras (la penúltima canción del disco, «Leaving Town (Woody Guthrie Festival)»), pero sí el «Heaven Passing Through», una historia sobre mirar las estrellas con su hija, que brindó el gran momentazo de la velada, cuando la hija en cuestión gritó: «¡Papi!» desde el patio de butacas, antes del verso final de la canción. Envite que recogió al vuelo Hayes Carll, con su referencia a Henryetta, la ciudad de Oklahoma, y las puestas de sol del estado, en la canción «A Bad Liver and a Broken Heart», que, como era de esperar (y él lo sabía) arrancó su consabida ovación (no tan pantagruélica como las que ahora se estilan en los Festivales de cine, que dan como cosilla verlas, la verdad, esa pobre gente aguantando el tipo durante quince minutos, ya sin saber adónde mirar ni qué cara poner). La cosa acabó con Felker cantando «Pay No Rent», una canción escrita a pachas con otro buen paisano de la zona, de la parroquia del barro rojo, John Fullbright, sobre su difunta tía, Lula Johnson, propietaria de la Lou's Rocky Road Tavern, situada «al final de la calle, a la vuelta de la esquina». De momento, habrá que conformarse con los vídeos que ya rulan por YouTube, de mano temblorosa y sonido infecto. Y, a falta de eso, de la emoción in situ, desde aquí hemos tenido que ir matando el ansia y sosegando los rigores del verano, pinchando una y otra vez en casa el último disco de los Trovadores de la Carretera de Peaje (machaconamente el corte 8, «Ruby Ann», y el último, ese portentoso «Nothing You Can Do»). La cosa empieza tranquila con «On The Red River» y luego va cogiendo velocidad y ruido. Porque, claro, con banda es otra cosa, y, además, estamos hablando de una de las mejores bandas del panorama, una banda que sigue manteniéndose fiel a sí misma, sin flirteos con Nashville ni Texas ni pollas en vinagre. Puro territorio red dirt, que para eso se molestaron en crear su propio sello, Bossier City Records, para que nadie les viniese con zarandajas. Hay un tema escrito con Ketch Secor (líder de la otra gran banda que se disputa nuestro corazón, los inmensos Old Crow Medicine Show, quien acaba de sacar, por cierto, su primer disco en solitario, del que ya daremos buena cuenta en algún momento de esta nueva temporada), y el ya mentado con John Fullbright. Pura aristocracia de esto, llámesele como se quiera: folk, country o americana. El año que viene, nos lo ponemos desde ya en la lista de deberes (bueno, de acuerdo, de deseos), conseguiremos, o no, plantarnos en Okemah y vaciaremos los barriles de la Lou's Rocky Road Tavern, que ya hemos visto que cierra a las dos (tiempo de sobra) y que está en el 118 S de la calle Segunda. Así que por allí nos veremos, hasta que dejemos de vernos, si los hados nos son favorables. Pero, hasta entonces, pues nada, a seguir desprecintando discos, que no hay placer más jubiloso. ¡Salud y buenos acordes!