JESSE DANIEL

Son of the San Lorenzo

(Lighting Rod Records, Die True Records & Thirty Tigers, 2025)

Ha pasado casi un año exacto desde que reseñamos su anterior disco, Countin' the Miles, la cosa ya está más que bien asentada y este Son of the San Lorenzo, su quinto álbum de estudio, es la prueba de ello. «Son of the San Lorenzo» es una canción que ya había aparecido antes, por primera vez, cerrando su segundo disco, Rollin' On. Reaparece ahora, no solo en una nueva versión, sino, además, dando título al álbum: su canción más autobiográfica (hoy casi un himno en el susodicho valle, y también el mote que se ha ganado Daniel, como el de la zarigüeya que se ganó en su día George Jones), prestando título a su álbum más autobiográfico, una obra que podría tildarse, si la etiqueta no fuese tan enojosa, de conceptual. En esto de los autobiografías y las memorias hay escuelas o barrios. Desde el artefacto cansino y egocéntrico de la autoficción (con permiso de Carrère, que no tiene culpa ninguna de haber dado a luz a cientos de catastróficos e insulsos imitadores, y cuyo peor avatar quizá sea el de los prologuistas, muy de aquí, del «cuando yo…», para los que habría que ir pensando ya en un contenedor específico, aunque dudo mucho que tal materia pueda reciclarse, puesto que no la quieren ni los chacales), hasta la cosa más confesional y cruda, con su algo de biopic de superación (o sin ello), pasando por aquellos que sostienen que la autobiografía pertenece al género de la ficción (y que la ficción, a la postre, cuando está bien cocinada, resulta mucho menos ficticia que la presuntuosa no-ficción, que suele pecar de fantasiosa), vaya usted a saber. El caso es que este disco de Jesse Daniel es Jesse Daniel, el superviviente, el hombre que podría no haber llegado vivo hasta aquí (aun con sus escasos treinta y dos años), contándonos su vida, desde el tema que abre el disco, «Child is Born», hasta el «The End», que lo cierra. Las once canciones lo abarcan todo. Nacimiento; infancia en el norte de California en el valle de San Lorenzo, oyendo las canciones que definieron el country de los setenta (aparte de Led Zeppelin, los Eagles y la Creedence) en el camión de su padre; caída en el infierno («One's Too Many (And a Thousand Ain't Enough»), que habla de la adicción, de la cuchara y la aguja, de los dieciocho a los veintipocos enganchado a la heroína y a la metanfetamina, con numerosas incursiones en calabozos y programas de rehabilitación); vuelta a casa («Mountain Home», con banjo y violín, y su textura de bluegrass, interpretada a dúo con el que mejor está cantando sobre las montañas de su casa en la actualidad, el inmenso Charles Wesley Godwin, cuya voz dota de credibilidad a todo lo que acaricia) y redención, gracias, en buena parte a Jody, la Jody de «Jody», el sexto corte, que empieza diciendo: «Escribir una canción de amor para ti, no fue cosa fácil» (después de todo lo vivido). Y todo ello grabado, además, en el Bomb Shelter de Andrija Tokic, en Nashville, (que ya se va definiendo, lo hemos apuntado en alguna otra ocasión, como la piscina de uranio de la que sale lo mejor de la ciudad), con su banda habitual y la incorporación del mítico armonicista, miembro del Country Music Hall of Fame, Charlie McCoy, el teclista de los Lynyrd Skynyrd (Peter Keys) y el banjo de los SteelDrivers (Richard Bailey). Jesse Daniel confiesa que, a diferencia de lo que le ocurre con sus anteriores discos, de los que siempre quiere cambiar esto o lo de más allá, en este, ha sido tanto lo que ha puesto de sí mismo, en los arreglos, las letras y cada parte del proceso de producción, componiendo hasta el último lick de cada guitarra, que, al final, el resultado se ha acercado más que nunca a lo que tenía en la cabeza, y se siente realmente orgulloso de ello cada vez que lo escucha. Daniel relatándonos los capítulos más luminosos y más oscuros de su vida, sin imposturas ni poses, imbuyendo su particular versión del sonido Bakersfield con un poco de eso que ha venido a llamarse «country cósmico» y el rock sureño que mamó de crio. Hay gente que toca así, «a la manera de», como un ejercicio de estilo (con todo el sentimiento que se quiera, sí, pero nunca dejará de ser una representación), y hay gente que toca eso porque son, sencillamente, eso, porque vienen de ahí, porque lo vivieron y/o lo padecieron. La autenticidad, a veces, se cobra su precio. No todos la sobreviven. Jesse Daniel, el hijo del San Lorenzo, por fortuna para todos los que lo gozamos, ha salido airoso de la prueba. «Todos tienen su propia historia que vender, / hay verdades y mentiras / y es difícil distinguir lo uno de lo otro en las revistas importantes, / en las historias que alimentan nuestras pantallitas brillantes. / La mía comenzó entre la secuoyas y los pinos / comíamos moras directamente de las zarzas. / Mi sangre salvaje me llevó muy lejos / y dejé aquellos tiempos más sencillos en el pasado. // Pero allá donde voy le digo siempre a mi corazón / que algún día volveremos a donde fluye ese viejo río de aguas frescas. / En el fondo sé que ese día puede no llegar nunca, / pero de lo que jamás podré desasirme es de la convicción de que, para bien o para mal / ya sea una bendición o una maldición, / soy un hijo del San Lorenzo.»