VANDOLIERS

Life Behind Bars

(Break Maiden Records & Thirty Tigers, 2025)

Luego dicen que si Texas esto o que si Texas lo otro, pero ya son dos (bueno, siete: un pistolero solitario y los seis componentes de una maravillosa banda de forajidos) los que han salido a la palestra para advertirles a los matones que no, que por ahí sí que no, que hasta ahí podíamos llegar y que de ninguna de las maneras, que se atrevan… El asunto, para situarnos, fue el Proyecto de Ley 3 del Senado de Tennessee (SB3), más conocido como «la ley antidrag». Escudándose en una peregrina protección del menor (protección que, por otro lado, en Tennessee, ha dado lugar a la aprobación de una ley que impone clases de seguridad en las aulas, con un curso anual y obligatorio sobre el uso de armas de fuego al acabar la secundaria), la infame SB3 prohibe terminantemente las «actuaciones de cabaret para adultos» en público, esto es: nada de espectáculos lascivos, ya sea de gogós, strippers o «imitadores masculinos o femeninos» (al loro con el circunloquio), que estarán penados con multas de dos mil quinientos dólares y hasta un año de cárcel, a la que se incorpora, a la chita callando, la adenda abyecta, ya no tan preocupada por enmascarar el odio, de impedir a los menores de edad acceder a medicamentos o cirugías de afirmación de género, como ya se viene haciendo en los beneméritos estados de Florida y Alabama. Aquello provocó en su día varias manifestaciones. Numerosos colectivos lo vieron como parte de un «ataque a gran escala» contra la comunidad LGTBIQ+. Y, ya digo, para que luego digan lo que dicen de la testosterona y el garrulismo de los paisanos del estado de la Estrella Solitaria, resulta que han sido precisamente dos texanos (bueno, siete —de los que yo, al menos, tenga conocimiento—) los que se han atrevido a plantar cara desde sus respectivas palestras. El primero fue nuestro admiradísimo James McMurtry, de quien hablábamos la semana pasada, que durante sus bises en los conciertos de Knoxville y Nashville de mayo de 2023, salió al escenario con un vestido rojo de flores, lápiz labial y un collar de perlas, a modo de protesta contra la dichosa ley, para cantar «Red Dress», esa canción del álbum de 2002, St. Mary of the Woods, que contiene los gloriosos versos: «Sí, estoy borracho, pero, joder, tú eres fea /, y una cosa te digo, para que lo sepas, / mañana yo estaré sobrio / pero tú seguirás siendo un adefesio». Los otros seis fueron los Vandoliers, la banda de Dallas, haciendo honor a la frase con la que suelen definirse («Troublemakers All Our Lives», pendencieros toda la vida), más atrevidos aún, si cabe, por actuar en el mismísimo estado de la discordia, en Marryville, Tennessee, salieron también al escenario ataviados de mujer y maquillados durante su gira de 2023. Con aquella experiencia, Jenni Rose, líder del grupo (superbanda de country-punk formada por integrantes de diversos grupos de folk y metal, como Whiskey Folk Ramblers, Vinyl, Revolution Nine y Armadillo Creek), reconoce haber empezado a aceptar su vida como mujer trans. Y de aquella misma rabia desatada contra la violencia tránsfoba surgieron asimismo los diez temas que componen este Life Behind Bars, su quinto y más reciente álbum, que hoy reseñamos. Violines, trompetas, pedal-steele, banjo, aires fronterizos y guitarrazos punk, como nos tienen acostumbrados. Y las fantásticas colaboraciones del inmenso Joshua Ray Walker y la maravillosa Taylor Hunnicutt, hija orgullosa de Alabama, en la muy honkytonk «You Can't Party With the Lights On». Canciones con letras que Jenni Rose, una vez quebrada la pared de cristal, reconoce como mucho más significativas, abiertas, vulnerables y veraces, nada preocupadas por el juicio ajeno. Encerrados dos semanas en el desierto, en el Sonic Ranch, el mítico estudio de Tornillo, Texas, fundado en la década de los años treinta del pasado siglo y dirigido hasta hoy por Tony Rancich, instalados junto al productor Ted Hutt en las dependencias de esa hacienda española de adobe con vigas de pino en la que nada ni nadie molesta, con Ciudad Juárez a tiro de piedra, por si la calma del desierto necesita descomprimirse un poco (porque no todo va a ser ulular de viento, aullidos de coyotes y cascabeles de crótalos), han perpetrado su álbum más personal, hasta el punto de que fue allí mismo, componiendo el tema «Evergreen», cuando Jenni Rose se dio cuenta de su dismorfia y su necesidad de dar el paso. Alrededor de una semana después de grabar el disco, Jenni salió del armario frente a su esposa e hijos. Luego reunió a la banda en un Taco Bell y les contó todo lo que estaba viviendo, revelándoles por qué llevaba dos años tan distante. Luego se fueron todos de fiesta al bar del hotel El Rey, una noche extraña y perfecta, su primera noche queer. Y todos respondieron de maravilla, el sello discográfico, su agente, la familia, la banda, los amigos…, lo que, de alguna forma, habla de un mundo no tan siniestro como el que se nos pinta o nos pintamos (ni siquiera en Texas, aunque aún haya mucho por lo que seguir luchando, obviamente). Y esa alegría reconquistada se palpa claramente en la energía que desprende el disco, un nuevo ímpetu ante el que no podemos más que descubrirnos el cráneo, como hacía don Latino, y exclamar, sin riendas: ¡Bravo por los viejos pendencieros de toda la vida!