Spirits
(New West Records, 2025)
El trío de Pete Bernhard ya lleva más de dos décadas con su frenética y poderosa fanfarria. Siete álbumes de estudio más otros tres en vivo, e infinidad de conciertos que, según los damnificados, siempre te dejan con ganas de más. Nadie ha salido aún indemne de sus bolos. Son energía pura. En este último trabajo, Spirits, hay un intencionado regreso a sus raíces más crudas y despojadas. Dice Pete que querían volver al barro más tradicional, pero no para seguir cantando sobre trenes, minería y bebercio (esos clichés que ya son un poco como lo de recurrir a una rosa o la luna en un poema), sino sobre temas de más rabiosa actualidad (aunque los trenes, la minería y la bebida, por mucho que el progreso progrese, que es lo suyo, o precisamente por eso mismo, nunca dejan de ser de rabiosa actualidad). La música folclórica es eso o debería serlo. Lo fue desde su mismo origen. Trata de lo que duele en el momento en que se perpetra, como hicieron Guthrie y Dylan (o como hace hoy, tan magistralmente, Willi Carlisle, por poner solo un ejemplo). No ha de ser solo una recreación de algo viejo y polvoriento. Vestirse de gente antigua y reproducir un sonido añejo, por muy virtuosamente que se haga, no deja de ser un vacuo ejercicio de estilo, un diorama de pingüinos disecados en un museo. The Devil Makes Three (nombre hurtado a la letra de una canción folk tradicional de la banda sonora de O Brother, Where Art Thou, concretamente la nana «Didn't Leave Nobody but the Baby», interpretada para aquella ocasión por Emmylou Harris, Alison Krauss y Gillian Welch, recogida en su día por Alan Lomax en sus célebres pesquisas: «Go to sleep little babe / Go to sleep little babe / You and me and the devil makes three / Don't need no other lovin' babe») grabaron estas nuevas trece pistas en Dreamland, un viejo recinto religioso reformado a las afueras de Woodstock, entre «muchas tormentas eléctricas y relámpagos espeluznantes», y alguna que otra experiencia espectral, algo que, sin duda, ayudó a recrear la atmósfera que tiñe el disco, en el que puede identificarse un claro hilo temático poblado de fantasmas y muertes (no en vano, Bernhard perdió a su madre, su hermano y su mejor amigo de infancia durante la elaboración de estas canciones), añadido al material político, de vuelta al viejo Guthrie, en el que reflexiona sobre la ya mentada rabiosa y sangrante actualidad y trata de hallar en el desbarajuste algunas zonas de encuentro, puntos en común desde los que poder reconstruir sobre los escombros. Sus inicios, aunque con un espíritu mucho más oscuro, fueron más o menos coetáneos y muy similares a los de los Old Crow Medicine Show (en eso fueron también pioneros y se adelantaron a su tiempo: músicos punks que hocicaban en los viejos catecismos de la música folk para crear un nuevo sonido; los Old Crow, entre deserciones y nuevas incorporaciones, se han ido dulcificando con el tiempo, se han ido amoldando a un concepto más estandarizado; los «tres con el diablo» no han perdido, en cambio, su tizne diabólico, de hecho da la impresión de que veneran esa particularidad, de que incluso le han metido más fuelle a la fogata; a ellos, el paso por «tablaos» como el Red Rocks y el Fillmore no les ha hecho condescender, ni por bondad ni por conveniencia, no les ha hecho acomodarse al gusto o la voluntad de nadie, sus bolos siguen siendo ceremonias satánicas, ceremonias satánicas en el buen sentido de la palabra, en lo que implica el satanismo de desafuero, frenesí, incontinencia y baile). Todo eso lo da, claro es, el bricolaje de base. Mucho pico y mucha pala. El disco lo ha vuelto a producir Ted Hutt, quien ya se había hecho cargo del Chains Are Broken de 2018, un productor de origen británico que cuenta con sobrada experiencia trabajando con bandas de la misma calaña, como los propios Old Crow, los Dropkick Murphys y los Violent Femmes. Hutt fue el instigador de este Spirits, el que desbloqueó el proceso creativo a partir de unas cuantas demos. En aquel momento, Pete Bernhard no tenía ni siquiera gérmenes de canciones, sino que lidiaba con un montón de sentimientos y preguntas sobre cómo sobrellevar la pérdida, sobre cómo acometer el tiempo que resta sin lo perdido, cuando lo ausente, ese vacío, ocupa mucho más espacio y tiene mucha más presencia que lo presente. «La muerte siempre ha estado muy presente en las canciones tradicionales que amo», sostiene Bernhard, y no deja de ser increíble el modo en que un tema tan lúgubre y depresivo, en sus manos, las de Bernhard y sus secuaces, Cooper McBean y MorganEve Swain, resulte tan vigorizante, algo muy parecido a lo de irse bailando detrás de la Parca, tañendo o rasgueando la guadaña (en una película de Bergman o del primer Woody Allen). Y es que, en efecto, al final, el mensaje no puede ser más reparador. En «Holding On», el tema que cierra el disco, se verbaliza con meridiana claridad: «Algún día, todo lo que amo desaparecerá / No creo en el azar, no creo en el destino / Solo creo en aguantar». Y de eso se trata. De seguir tirando.
