JOHNSON & FINNEMORE

Find a Love That Brings You Home

(Gulf Coast Records, 2025)

Son de Birmingham, pero no de la Birmingham del acero, en Alabama, «la ciudad mágica», «la Pittsburgh del Sur», sino de la otra Birmingham, la primera, la original, la de las Tierras Medias Occidentales, en Inglaterra, conocida como «el taller del mundo» o «la ciudad de los mil oficios», la de los Peaky Blinders, para que usted se ubique, son, por tanto, auténticos «brummies», de allí mismo, de la cuna del heavy metal, por cierto, ámbito de formación de bandas como Black Sabbath y Judas Priest, cuna también del grindcore. Pero, en efecto, parecen oriundos de la otra Birmingham, de la de allí, de la del otro lado del charco, de la de Emmylou Harris y Tammy Wynette. Y no. Resulta que no. El violín, la mandolina, el dobro y la pedal steel hacen que te transportes instantáneamente a esos parajes, y la decisión, casi moral, de incluir una versión del instrumental de aires hawaianos de Chet Atkins y Boudleaux Bryant, «How's the World Treating You?» (del que hay numerosas versiones, desde la de Elvis a la de Alison Krauss y Robert Plant). También tienen vibraciones del Laurel Canyon de los setenta. Dan Finnemore llevaba tiempo liderando la Swampmeat Family Band, y Stewart Johnson, leyenda del lap steel que se dio a conocer con Ricky Cool & The Icebergs, llevaba tocando años con grandes nombres de la música country, tenía banda propia, The Toy Hearts, y había estado colaborando una temporada en el West End con el musical Great Balls of Fire. Grabó y giró con la estadounidense Low Cut Connie (recibiendo numerosos elogios, entre ellos los de Jack White, siempre atento a estas cosas). Se juntaron en 2018. Johnson debutó en la Swampmeat Family Band, en el primer disco que grabaron, Too Many Things to Hide. Y ahí se comenzó a fraguar esta pequeña joya (ocho canciones, apenas veinticuatro minutos) que hoy reseñamos. Basta con escuchar el primer corte, el tema «Babybird» (compuesto en apenas veinte minutos, «como suele pasar con las mejores canciones», un poco menos de lo que se tarda en escuchar el disco), para saber en qué maravilloso territorio nos hallamos. «Alegría para los días más oscuros», así se definen ellos en el comunicado de prensa. La música importa, y repercute. Ellos están convencidos. Lo sucedido con la reunión de Oasis, dicen, es prueba de ello. Se palpa en los recintos donde tocan. De momento, no saben si este disco es el comienzo de algo que ignoran dónde acabará o la culminación de un largo camino. Está por ver. Por ahora, siguen saliendo canciones. Country, folk y blues sinceros y artesanales. No hay más secreto. Así de simple (y de complejo). Discreción, calidez y honestidad. Una rareza, en definitiva. «En un mundo ruidoso, a veces una armonía suave es exactamente lo que uno necesita», apunta Stevie Ritson en su reseña de la web Rock The Joint Magazine. «A veces los discos más silenciosos son los que dejan los ecos más fuertes.» Ese nivel de intimidad que logran, como si estuviesen tocando en tu salón, el modo en que Johnson, como muy bien apunta Julian Birch en otra reseña, hace llorar a la pedal steel en medio del ruido de la calle (en mi caso la calle León, el trasiego de carga y descarga, el ferretero en su eterna disputa con el estanquero, el oleaje distante, pero siempre rumoroso, de la calle Atocha…), parece intemporal. Un disco que suena a lo que siempre te gustó. A lo que empezaste a escuchar hace ya tantísimo tiempo, cuando te sedujeron aquellas cosas que, por aquel entonces, en tu entorno, nadie escuchaba, porque estaban a otras cosas, a pájaros, yo diría, mucho antes de que hasta el más inmundo de los rockeros se sumara a la moda de la «americana» más comercial y manufacturada. En realidad, es un poco eso lo que viene a ser este disco. Un regreso a casa, como anticipa la última canción que da título al disco. Una casa que nunca estuvo aquí, en Madrid, como tampoco, para ellos, en la Birmingham de las West Midlands, sino en la música que escuchábamos y amábamos. «Encuentra un amor que te lleve de vuelta a casa.» Para mí, como para ellos, «casa» fue precisamente eso: la otra Birmingham, la de allí, la de Alabama, como también Nashville, por supuesto, y Laurel Canyon (aunque, en mi caso, menos). Pero vistos con la mirada y el asombro de aquí, de la Birmingham de aquí mismo, de mi calle o mis calles. De lo que fuimos, somos y seguiremos siendo si nadie lo remedia, esto es, mucho más de allí que los de allí. Tan lejos, tan cerca. Un gustazo.