TIFT MERRITT

Stitch Of The World

(Yep Roc Records, 2017)

Mientras dejamos que pase el tiempo con paciencia y esperamos la llegada del Time and Patience, el nuevo disco de nuestra adorada Tift Merritt (*véanse los orígenes de nuestra irreparable adoración en la reseña que hicimos hace ya unos años del Traveling Alone), con las grabaciones de la cocina del colosal Tambourine, su álbum de 2004, un conjunto de demos y pistas inéditas rescatadas de aquellas sesiones, mientras aguardamos, decía, que el cartero llame dos veces, o las que quiera, he recaído jubilosamente (y me veo de nuevo convaleciente) en este Stitch Of The World, un disco que, desde que salió en 2017 no ha hecho sino remontar puestos en el disputadísimo escalafón de cosas favoritísimas («Dusty Old Man», el tema con que se abre el disco, ha ido ganando fuerza y preeminencia con el paso del tiempo, ¿es eso posible o es solo una impresión mía, sacudido por el paso del tiempo, cada vez, yo mismo, más «dusty old man», «con las manos callosas y el corazón manchado de lágrimas»?). Habían pasado cuatro años desde su anterior álbum de estudio (tiempo y paciencia, algo que hoy no termina de coagular y por eso es que se nos van llenando los escaparates de discos ansiosos y precipitados), entre otras cosas había cumplido los cuarenta, se había divorciado y acababa de ser madre. El caso es que para esta nueva tentativa acudió a Sam Beam, de Iron and Wine, no solo para coproducir el álbum, también para que le prestase su voz. Ella lo admiraba, una mañana se topó con él en el aeropuerto de Carolina del Norte y le contó que tenía un puñado de canciones nuevas, pero que no estaba muy segura de si eran buenas. Él le dijo: «Déjame escucharlas». Y ya. Dice Tift que Beam, en ese período de incertidumbre, le devolvió la confianza que necesitaba para emprender el nuevo disco. Marc Ribot, legendario, y MC Taylor (His Golden Messenger) también se unieron al proyecto. Se fraguó en solo cuatro días, en los estudios United Recording de Los Ángeles. En las diez canciones (más las tres tomas acústicas adicionales interpretadas junto con Beam) hay un regreso a sus años de formación, un recuerdo a su padre, responsable en buena parte de su pasión por la música, y a lo que oía en aquel entonces (Dylan, Johnny Mitchell, Joan Baez, Tom Waits…) así como a lo que iría descubriendo luego (Emmylou Harris, Bonnie Raitt, Townes Van Zandt…), ya plenamente consciente de los ingredientes más seguros a la hora de cocinar un disco: la codicia y la franqueza. «El proceso es difícil de precisar, pero espero que el mío haya avanzado a través de la voluntad de profundizar a medida que voy aprendiendo». Sigue teniendo esa frescura devastadora de sentirse aún en el camino y no haber llegado a ninguna parte. Escucha, ensaya, aprende, se va haciendo su propio camino, algo difícil pero, sin duda, gratificante. Sabe que no hay puertas mágicas. Que hay que jugársela. Hay que tener coraje y ser sincero. Al final hay que quedarse solo con lo que uno quiere. Eso se va aprendiendo con el tiempo. Lo sabía muy bien Raymond Carver. En su poema «Mi barco», del maravilloso poemario Donde el agua se une a otras aguas (incluido en la edición bilingüe de Bartleby Editores, Todos Nosotros), Carver se manda hacer por encargo un barco para sus amigos, para la gente que ama, para que se diviertan, para dar pábulo a sus historias, tanto las cortas como las que no acaban nunca, un barco para los poemas y las pinturas y las canciones, con buenas reservas de pollo frito, buena carne para el almuerzo, quesos y bocadillos de pan francés, cerveza y vino, por supuesto. «Comeremos, beberemos y nos reiremos un montón en mi barco.» En «My Boat» el tercer tema del álbum, Tift Merritt homenajea a Carver (y da gracias a Tess Gallagher en los créditos por dejarle utilizar el poema de su marido). Al final es eso. Hay que desvincularse de los necios. Hay que priorizar y descartar a los advenedizos. En el barco solo sube lo más íntimo. Eso te lo enseña, como decía antes, el tiempo, y la paciencia. Una metáfora de fuga e inclusión. Es un disco, además, de transición, el piano, la pedal steel y la acústica adquieren protagonismo. Es una vuelta a sus raíces (de hecho, en esos días regresó por un tiempo a Raleigh, su tierra natal en Carolina del Norte). «No quería escribir un disco de ruptura, pero estaba cuestionando muchas cosas y estaba pasando por un momento difícil, con una tristeza terrible en mi vida. Quería que mi trabajo me animara a seguir adelante.» La calidez familiar y la sensación de hogar (de nuevo: «Mi barco»). Su voz más polvorienta y conmovedora que nunca. «Me sentiría muy orgullosa si el disco sonara a Carolina del Norte. Hay algo en mí que es, esencialmente, Carolina del Norte. Ese es el ruido que hago.» Además, es una yonqui declarada de los encurtidos, con lo que aprobaría, con la calificación más alta, el riguroso examen al que le sometería mi abuela según entrase por la puerta ofreciéndole a bocajarro un pepinillo, mi abuela, que detestaba a los desabridos y a los tiquismiquis. Y, así, con este intempestivo homenaje a mi abuela me despido, deseando que lleguen las demos de la cocina de Merritt (el número de seguimiento de Correos dice que ya está en la oficina de destino).