Younger Years
(Santana Records, 2024)
Ella estuvo la semana pasada en Nashville. En esta simple oración cabe todo el amor, el odio y la envidia del mundo. Han pasado muchos años (algo más de dos décadas) desde la última vez que crucé el río Cumberland. No existía aún el museo de Johnny Cash, de hecho Johnny Cash acababa de morir. Una semana antes de que ella se hiciese receptora de todo el amor, el odio y la envidia del mundo, Barry Gifford me preguntó si era cantante de country & western. Le dije que no, que se iba de vacaciones, que era un regalo de su jefe, pero que los dos hemos sido siempre muy forofos del country & western. Barry me respondió que quién sabía, que lo mismo ella me daba la sorpresa y volvía a Madrid con un contrato discográfico debajo del brazo, que igual yo podría escribirle una canción, ¿por qué no?, y titularla, por ejemplo «La Sorpresa», así, en español, en La menor, que es la clave de los grandes éxitos. Al día siguiente, Barry me escribió de nuevo. Me mandaba los primeros versos y el coro de la canción que le había escrito. Se titula, en efecto, «La sorpresa». Habla de una chica que va a Nashville a triunfar, la cosa se pone fea y escribe a su novio desde un motel, llena de tristeza, echándolo de menos… No se puede ser más cool y más cariñoso que Barry Gifford. Qué suerte que nuestros caminos se hayan cruzado. El caso es que ella se fue, como digo, a Nashville, con todo mi amor, mi odio y mi envidia en la maleta. Consiguió entradas para ver a Del McCoury en el Opry y a los 49 Winchester en el Ryman. Ella me iba mandando fotos de todo, con moderación, para no decantar la balanza de la ecuación hacia el lado ya bastante cargado del odio y la envidia. El caso es que Bayker Blankenship abrió en el Ryman para los Winchester. Ella lo vio claro desde la primera canción y, después del bolo, compró el disco (Younger Years, un EP con cinco canciones), esa fue su «sorpresa». No había duda. En el Ryman no debuta cualquiera. Bayker Blankenship, de Livingston, Tennessee, se subía al escenario del Ryman para presentar su primer disco. Con veinte años, recién cumplidos, Bayker ha protagonizado su particular versión de «La sorpresa». Un caso parecido al de Zach Bryan y otros artistas de la generación TikTok (esa popular plataforma china que ahora corre peligro, ya ha sido prohibida en algunos estados después de que una coalición de catorce fiscales generales, liderados por California y Nueva York, la haya demandado por su papel en la crisis de salud mental de los menores de edad, lo que podría tener implicaciones catastróficas para muchos músicos, en el caso de que la prohibición se termine imponiendo en todas partes). Su tema «Waxed Out», tonteado con una guitarra Álvarez y subida a la red como quien no quiere la cosa, se hizo viral de la noche a la mañana. Le cayó de la nada un contrato discográfico y el álbum, que se lanzó en julio de 2024, alcanzó más de cuatro millones de reproducciones en la primera semana. En muy pocos meses pasó de tocar en pequeños garitos de su ciudad natal a abrir para Willie Nelson y debutar en el Ryman Auditorium. Melodías pegadizas y narración sincera. Las claves del éxito, junto a la de componer en La menor, que sugería Barry. Llevaba dándole vueltas, y no caía. Caigo ahora: su voz y sus fraseos, por momentos, me recuerdan a Tommy Prine (y a toda esa genealogía). Por lo que se conoce, en su familia nadie tocaba ningún instrumento, pero, eso sí, su madre cantaba en el coro de la iglesia y su padre escuchaba infatigablemente a los ZZ Top y los Eagles en el camión. Bayker se recuerda diciéndole que por qué escuchaba esa basura. Ahora se ríe. Cuenta que consiguió su primer trabajo a los dieciséis años y que su jefa, una tal Rhonda (bendita sea), resultó ser una fanática de Tyler Childers. Estaba molesta porque Tyler había dejado de hacer giras por aquel entonces (estamos hablando de ayer mismo, como quien dice), así que a él le entró la curiosidad y se puso a escucharlo. Fue el detonante de la bola de nieve. Se compró una guitarra y comenzó a tocar las canciones de Childers. Ha pasado el tiempo, uno se da cuenta precisamente con este tipo de cosas, con las nuevas referencias a las que acuden los artistas emergentes. Childers bebía de Sturgill Simpson y ahora Bayker Blankenship bebe de Tyler Childers. La última vez que pisé Nashville, Bayker Blankenship ni había nacido y, a poco que me descuide, va a salir alguien de Oklahoma o Carolina del Norte, abriendo para no sé quién y diciendo haberse inspirado en Blankenship. La cosa funciona así y no puede sino ser ilusionante. Lo del círculo que no se rompe, por muchos sepultureros que se empeñen en enterrarlo. Barry me ha vuelto a escribir preguntándome qué tal le fue a ella en Nashville. Bien, Barry. Ya está aquí. Y ha venido cargada de sorpresas (no la que tú anticipaste, aunque sí hubo mensajes de motel, de soledad y saudade). Esta es una de ellas: Bayker Blankenship. Nos va a dar muchas alegrías. Ya verás. Enamoró en el Ryman (y a mí su disco me ha sosegado todo el odio y la envidia que llevaba dentro, como un boxeador tronado).
