ZACH BRYAN

Zach Bryan

(Warner Records, 2023)

Dijimos la semana pasada que acabaríamos el año viejo y emprenderíamos el nuevo con sendos pelotazos, y he aquí que venimos a cumplir la promesa con este descomunal Zach Bryan (primer y único propósito de Año Nuevo que probablemente cumplamos). Calculo, también, que con ya más de trescientos setenta discos reseñados desde esta ventanilla, a lo largo de diez años (con este que ahora empieza), ha de ser la primera vez que se nos cuela en el rancho una vaca de Warner (deberíamos decir, quizá, la segunda vez, pero es que se trata de la misma vaca). Esto es muy significativo y resume bien lo que me propongo explicar a continuación con mayor o menor atino. El caso es que con Zach Bryan viene pasando, pasa y seguirá pasando, si Dios no lo remedia (y quiera Dios que no lo remedie), lo impensable. En principio todo nos parecía un No, pero resulta que es un Sí como una catedral. Reconozco aquí mis prejuicios. Ya hablamos de este fenómeno por estas mismas líneas cuando la cosa saltó con su tercer disco. Ya dimos cuenta de nuestro asombro. Si te lo cuentan, ni te lo crees. Me refiero a lo de darle crédito a algo así. Un chaval de Oklahoma, de familia militar, con pinta de capitán del equipo de fútbol, que cuelga sus coplillas en YouTube y de pronto se hacer viral, y lo peta ya con Warner rendida a sus pies, llenando estadios con un disco intimista que contenía nada menos que treinta y cuatro canciones, ninguna mala. Un fenómeno parecido al de los Avett Brothers o los Lumineers en su día. Pensamos que no podía ser, y lo seguimos pensando. Seguimos sin dar crédito, aun teniéndolo delante. Y ya sé que es un lugar común, lo de decir «ha vuelto a hacerlo», pero es que lo ha vuelto a hacer. No ha bajado el pistón. No ha dado su brazo a torcer. No ha hecho ninguna concesión, como podía esperarse de alguien fichado por un sello mastodóntico, de los de antes. Ni corto ni perezoso (que no es ninguna de las dos cosas, sino todo un currante), sin doblegarse a las imposiciones del cotarro («establishment» en traducción, como ya apuntamos en alguna parte, del gran Torrente Ballester), se ha sacado de la manga otros dieciséis temazos, el primero de ellos, para más inri, «Fear & Friday's», un poema recitado en el que, en efecto, como muy bien apuntaban en la Rolling Stone, deja meridianamente claro que ni se le ha subido a la cabeza ni se ha dejado seducir por las sirenas del éxito. Y que sigue sin tener nada que ver con el circuito infecto con el que, en un primer momento, por pura miopía recalcitrante (que supimos corregir al instante), podríamos haberlo relacionado. Zach Bryan, para ir abriendo boca, nos dice lo que es para él una buena vida, lejos de la vorágine farandulera: nada de camionetas, chicas en bikini o en shorts, barbacoas, latas de cerveza y partidos de fútbol, etc…, nada del habitual paisaje (horripilante) por el que transita la música country que empuerca desde hace ya eones las emisoras de radio (similar al de la cosa cateta —aunque pretendan disfrazarla de ironía— del hip-hop, pero en pálido y con sombrero). Para él es coger la moto y recorrerse la Pacific 101, subir al Empire State con su padre o despertarse en la cima de una montaña. Ver gente morir, gente nacer y besar unos buenos labios. «He aprendido que basta con cada despertar y que el exceso nunca conduce a nada mejor, que solo se apila y se apila sobre las cosas que ya tienes delante en abundancia, como respirar, buscar, bailar lento, hacer el amor, luchar y reír». Mientras lo recita se oyen olas de fondo. Se acabó esa música de viernes, esa música de usar y tirar, esa música de fin de semana. Para él, como acaba diciendo en el poema, el miedo y el viernes tienen mucho en común, están de alguna forma sobrevalorados y glorificados, y siempre te dejan a medias. Lo que hace falta, viene a decirnos, es una música para siempre, no solo para un momento, una música para vivir, para que te acompañe todos los días de la semana. Ese es su compromiso y en eso estriba la dimensión de su genio. Su periplo es una búsqueda incesante. Y es impresionante el modo en que ese mensaje está resonando en la gente, saltándose todo tipo de fronteras. Al poco tiempo de salir, el disco se encaramó al Número Uno de la lista de doscientos álbumes de la Billboard, vendiendo doscientas mil unidades en su primera semana. Y encabezó las listas no solo de country, también de rock, de música alternativa, de folk y hasta de pop. Y todo sin perder un ápice de autenticidad. Ahí están, como señalaba la Rolling Stone, Guthrie, Steinbeck, Faulkner, Springsteen (su héroe) y los tres acordes y la verdad de Harlan Howard. «Su Sur es puro Gótico Sureño». Está la épica de las carreteras y las vivencias mundanas de pueblo pequeño, soñadores con los pies bien plantados en el suelo, trabajo, pérdida y decepción. Hace poco giró con Charles Wesley Godwin, la otra fiera que está redimensionando los viejos conceptos y rescatando los tesoros de la tradición, inoculando savia nueva al árbol caído (en lugar de hacer leña, que es lo que llevan haciendo desde hace tiempo los «entendidos» de las secciones culturales). Y en el disco colaboran Sierra Ferrell, Kacey Musgraves, los War and Treaty y los Lumineers, porque es evidente que Zach Bryan está marcando el camino. Así que, desde aquí, como han hecho en Warner (donde se conoce que aún persiste alguien con criterio), no tenemos nada que añadir ni sugerir más allá de decirle al bueno de Zach (como si nos fuese a escuchar) que le dejamos las llaves de casa debajo de la maceta para que venga a instalarse cuando le plazca: «El perro no muerde y tendrás la nevera siempre llena.» No creo que haya mejor forma de empezar el año.