CHARLES WESLEY GODWIN

Family Ties

(Big Loud Records, 2023)

Para acabar el año (y empezar el que se nos viene encima) me he he estado reservando un par de ases en la manga, dos discos de dos sospechosos habituales por estas líneas que son, a mi juicio, de lo mejor que ha salido en 2023. Hoy nos ocuparemos de Family Ties, el tercer álbum de Charles Wesley Godwin, el joven artista de West Virginia que nos viene emocionando y fascinando desde que debutase con aquel fabuloso Seneca que nos dejó ojipláticos en febrero de 2019. He de confesar que, en un principio, me temí lo peor. No sé si será solo cosa mía, pero cada vez que un artista se cae del caballo camino de Damasco, me pongo a temblar. Los discos de los iluminados, de los enamorados, de los accidentados, de los supervivientes, de los despechados, de los de repente papás o mamás, de los que ya llevan un tiempo sin beber, de los que se han hecho veganos o han descubierto la versatilidad de los teclados… No es que me parezca mal que les pasen cosas y que sean más o menos felices, claro es, sé que sin todas esas peripecias es obvio que no se puede crear una obra personal e íntima, pero conviene masticar bien la comida antes de deglutirla, el arte no es un patio de vecindad, ni un confesionario. Se pueden exorcisar o celebrar las cosas sin necesidad de ser un moñas o un cansino. Esta vez se venía publicitando que la cosa iba a ir de la familia. Diecinueve temas, nada menos, contando la obertura y la «cerratura» («overture» y «underture»). Pero lo que en otros suele acabar resultando en álbumes bochornosos y sonrojantes, en el caso de Charles Wesley Godwin se traduce, como nos viene teniendo acostumbrados, ya sea al hablar de sí mismo y de su tierra, al más puro estilo Stanislavski en «el trabajo del actor sobre sí mismo» (Seneca), como al distanciarse, a lo Brecht, para contarnos las historias de otros (How the Mighty Fell), en un disco exquisito (el tercero, siempre tan difícil), compendio de ambas cosas (lo mío y lo de la gente de mi tierra), y no le faltaba razón cuando él mismo argüía que se encontraba en su mejor momento compositivo. La felicidad no le ha hecho peder garra ni fuerza. Todo lo contrario. Parece haber hallado un lugar cómodo desde el que crear. Dice que ha sido el trabajo más disfrutón que ha emprendido hasta ahora. Que nunca se había divertido tanto en un estudio. Esta vez ha sido el Echo Mountain de Asheville, en Carolina del Norte (tan de los Avett Brothers), donde confiesa haberse sentido como en casa, durante dos semanas (la vez que más tiempo se ha pasado grabando). En esta suerte de álbum conceptual (algo ya de por sí bastante valiente, si no osado y puede que hasta incluso suicida en los tiempos que corren), hay una canción dedicada a su padre («Miner Imperfections»), una a su madre («The Flood»), un par a su mujer («All Again» y «Willing and Able»), una a su hijo («Gabriel») y otra a su hija («Dance in the Rain»). La sombra benefactora de Kris Kristofferson, su ídolo, sigue estando muy presente y hasta se atreve a componer una secuela («10-38») para el «State Trooper» del inmenso Nebraska de Bruce Springsteen, en la que nos cuenta la otra mitad de la historia. También homenajea la mítica canción de John Denver, himno no oficial de su terruño («Cue Country Roads») e incluye, para concluir, una versión del susodicho, «Take Me Home, Country Roads», con el que suele cerrar sus conciertos. Y aprovecho, ya que estamos, para recomendar el EP con cinco temas que ha sacado este mismo año, Live From the Church, grabado en los estudios The Church de Pittsburgh, Pennsylvania, que abre con una versión de nuestro reverenciado Chris Knight, «The Jealous Kind»; y la escucha de «Jamie», su brillante colaboración para el EP de 2022, Summertime Blues, de la otra mala bestia cuya gira ha estado abriendo durante buena parte del año y cuyo último disco nos reservamos para inaugurar por todo lo alto el blog del año que viene. ¡Feliz 2024!