BILLY GRAY

Nowhere to Go (But Out of my Mind)

(Sundazed, Americana Anthropology, 2023)

Junto a las tempranas emisiones de radio de Jackie DeShannon, bajo el nombre de Sherry Lee, grabadas por su madre, y el disco de 1966 de los Kentucky Colonels, la buena gente de Americana Anthropology, sello de Sundazed, sigue con su laborioso y paciente rescate de joyas del pasado y nos brinda ahora este maravilloso Nowhere to Go (But Out of my Mind) del grandísimo Billy Gray. De allí mismo, de donde Travis Henderson se había comprado una parcelita en mitad del desierto que enseñaba en una foto a su hermano en Paris, Texas, de esa misma localidad que luce esa delirante réplica de la Torre Eiffel coronada con un sombrero rojo de cowboy que los tornados, muy razonablemente, tienen a bien desbaratar cada vez que se les presenta la ocasión, de esa misma pequeña ciudad del condado texano de Lamar, Paris, a escasos kilómetros al sur de la frontera de Oklahoma, es oriundo Billy Gray, perfecta personificación de la música country, el western swing y el espíritu honky-tonk de Texas. Vio la luz allí en 1924 y, desde los doce años, se estuvo deslomando en los campos de algodón, después del colegio y en verano, para comprarse su primera guitarra que, como dictan los cánones, aprendió a tocar sin ayuda de nadie, por su propio celo, esfuerzo y facultades, lo que muy pronto le llevaría a ganar un concurso de talentos en una emisora de radio local. A los diecinueve ya había formado su primera banda, Billy Gray & His Echo Mountain Boys, y no tardaría en trasladarse a Dallas, donde todo se dispararía. Talento + Destino = Verse de Pronto Abriendo y Calentando el Escenario para Hank Thompson en el Cotton Club de Lubbock, quien no duda en contratarlo para reinventar el sonido de su banda y ejercer de líder del combo. Ambos darían lugar a un western swing muy particular que los haría destacar por encima de las demás bandas del género que fatigaban los escenarios: Hank Thompson and the Brazos Valley Boys (que incluiría, más adelante, al inmenso Merle Travis, uno de los guitarristas más influyentes del siglo pasado). La banda haría historia en el circuito de los salones de baile y los clubes nocturnos, tal y como se estilaba entonces, con sus doscientos cincuenta bolos al año y sin bajar el listón (cifra que amedrentaría a los músicos desaplicados y remolones de hoy en día, que gastan más tiempo en promocionarse por las redes con sus soberanas soplapolleces, enumerando y celebrando escuchas en plataformas de mierda, que en tocar o, en buena parte de los casos, en aprender a tocar, siquiera decentemente). En marzo del 54 se mete con la banda en los estudios de Capitol de Los Angeles. El último día, Hank Thompson, contrata una sesión para grabar aparte unas demos de Billy con una muchacha de dieciséis años que Hank había descubierto dos años antes en un programa de radio en Oklahoma City: nada menos que Wanda Jackson. Cuando Paul Cohen, director de Decca Records, oye la cinta, se apropia al instante de Billy y Wanda para su sello. «You Can't Have My Love» los lanza a lo más alto de las listas de música country y, al poco tiempo, con su nueva banda, Billy Gray and The Western Okies, continúa marcando hitos durante las giras organizadas por el Grand Ole Opry, encabezando el cartel junto con June Carter y Cowboys Copas. Fueron dos años de no parar. Luego vendría Billy Gray & The Nuggets, con su propio programa de televisión en Fort Worth, Texas, y sus bolos en Las Vegas, donde llegarían a abrir para Willie Nelson en la gira promocional de su primer disco, And So I Wrote. Luego se haría cargo de la banda de Ray Price. Imparable. Parece estar en todas partes. Y crea una nueva banda, esta vez: Billy Gray and The Cowtowners, por la que siguen pasando músicos que luego triunfarían y se convertirían en referentes. Ray Benson, de Asleep At The Wheel, heredero de todo aquello, lo recuerda siempre al hablar de sus influencias: «Todos los músicos que alguna vez hemos admirado, habían pasado alguna vez por la banda de Billy Gray». Su estrella ni siquiera se apagó en la época del outlaw y aquel artefacto que llamaron country alternativo. El honky-tonk de Texas vivió un resurgimiento y los rockabillies siguieron adorándolo en la sombra. Aunque él no viviría para verlo. Falleció de un ataque al corazón a principios de marzo de 1975, con cincuenta años, los que yo cumplo hoy (sin terrenito ilusorio en Paris, Texas, que enseñarle a mi hermano al aparecer un buen día perdido en mitad del desierto, ni Nastassja Kinski detrás de un cristal, ni banda a mi cargo). Más adelante, pese a su más que evidente influencia en todo lo que suena hoy en los saraos western de Texas, vendría el olvido, el anonimato y la oscuridad. Su música llevaba, hasta hace unas semanas, más de cincuenta años desaparecida del mercado. Ahora ha vuelto, en vinilo y CD, gracias a los rescatadores del bendito sello de Hillsborough, Carolina del Norte, aunque lo cierto es que nunca se había ido del todo. Su legado es inmortal, más allá del soporte de turno. Está en el alma de Texas. Forma parte de su banda sonora. Es casi, casi, un sonido primordial. Todos bebieron de aquella fuente. Poco menos que la piedra de Rosetta.