RODNEY RICE

Rodney Rice

(RR01, 2023)

Ya hablamos por aquí en su día, hace un par de años, con motivo de la publicación de su segundo disco, Same Shirt, Different Day (2020), de aquel muchacho de West Virginia, graduado en geológicas, que se ganó el pan recorriéndose el país como instructor de kayak y trabajando en minas, hasta acabar recalando en las plataformas petrolíferas del sur de Texas, donde llegaría a escuchar casi a diario (y sin el casi) las canciones de Billy Joe Shaver (amén) en las máquinas de los bares, al salir del curro, lo que muy probablemente cambió el curso de su vida (junto a la cepa inoculada por aquel lejano concierto de John Prine al que le llevó su hermana de canijo y que le llevaría a decir, años más tarde, esa cosa tan bonita y tan atinada de que «en un concierto de John Prine uno nunca tiene la sensación de estar en la última fila»). La música, en cualquier caso, desde la banda primeriza que formó con su primo, Buford & Pooch, con quien llegaría a tocar poco menos que en todos los honky-tonks de los Apalaches, siempre le había estado acompañado de un modo u otro y, tras tanto bandazo geográfico, llegaría a cosechar una ingente galería de personajes e historias que, en el granero de su mente, aguardarían el momento de habitar una canción. Billy Joe Shaver (cuyo batería, Jason McKenzie, fue quien le allanó el terreno a Rodney para que pudiera meterse en el Congress House Studio a grabar su primer álbum, Empty Pockets and a Troubled Mind) y John Prine fueron los detonantes. Para este tercer disco, homónimo y autoeditado, se ha ido de Austin, Texas, donde grabó los dos primeros, y se ha afincado en East Nashville, seducido por los maravillosos sonidos del Bombshelter, el estudio a cargo de Andrija Tokic y Drew Carroll donde, ya de un tiempo a esta parte, se están metiendo a grabar los mejores, gente como los Alabama Shakes, los Banditos, Caitlin Rose, Courtney Marie Andrews, los Deslondes, Ian Noe, Jeremy Albino, John R. Miller, Kashena Sampson, Luke Bell, Margo Price, Langhorne Slim, Sam Doores, Tré Burt, Spencer Burton y tantísimos otros. El tesón y el aguante son cualidades que Rodney Rice ha adquirido por lo duro en los ríos de aguas bravas y las nieves de Colorado. Estar en conexión con la naturaleza (no abrazando árboles ni plantando zanahorias, sino tomándole el pulso a la intemperie y retándose en cada recodo) hace que su mente, su cuerpo y su espíritu se mantengan alerta en todo momento. «Esas actividades en lo salvaje son a veces físicamente exigentes. Las condiciones pueden llegar a ser extremas (cuerpo), frío y lluvia, pero hay que mantenerse centrado en la dinámica de la situación (mente), en lugares donde uno no es más que una mota de polvo en la montaña, o una gota en un río (espíritu)». Habilidades que uno no pierde cuando regresa a su sofá o al taburete de su bar predilecto. Rodney Rice afirma que cuando la vida te exige y es incómoda (la vida del artista independiente es básicamente exigencia e incomodidad), toda esa experiencia te enseña a mantenerte centrado en lo que te traes entre manos. Esa perseverancia ha de ser la base de todo artista independiente que se precie. La industria, lo que queda de ella, te lo pone difícil, pero eso hace ya mucho tiempo que no ha de disuadir a nadie. No es excusa. Puedes sentarte a esperar o a lloriquear, como hacen los pusilánimes en sus redes sociales, o puedes currártelo sin cuartel, aunque no haya la menor certeza ni expectativa, aunque sea boxear muchas veces con tu sombra. Y él, como sus maestros, a base de deslomarse en los rápidos y de pasar frío en las cumbres, está versado en captar los destellos fugaces de los momentos emocionales de la vida y transformarlos en canciones que evocan nuestros sentimientos de desesperación y esperanza, de amor y pérdida, nuestro múltiple común denominador. Sus personajes, con sus desvelos y sus dificultades, nos recuerdan a gente que conocemos, a este o aquel vecino, y ese es su principal magisterio. Lo cotidiano se vuelve excepcional e insólito. Para este álbum las coordenadas han sido la muerte de unos abuelos entrañables, la pérdida de una mascota querida, la extenuante monotonía de la carretera y la gozosa celebración del matrimonio. Su sentido del humor sigue siendo su principal baza. «Rabbit Ears Motel», con el sonido vibrante de la Telecaster y su steel guitar, hará las delicias de todo aquel que se haya hospedado alguna vez en un motel de carretera con cartel de neón parpadeante y piscina vacía. Mero botón de muestra de un álbum excepcional que no baja el listón ni por un segundo. Nueve canciones y treinta y cuatro minutos de gloria bendita.