SEVERANCE

 

Me ha costado decidirme a ver Severance, lo tengo que reconocer. Que una de las premisas con las que se promociona la serie sea que está dirigida por Ben Stiller, no me decía nada.

También que en el tráiler y en las fotos que había visto por ahí todo fuera tan blanco y de aspecto modernete, no me decía nada.

Pero, al final, me alegro de que me haya picado la curiosidad, porque la serie está de lujo.

La cosa va, a grandes rasgos, de una peña que trabaja en una empresa en la que al entrar a currar, se te activa un chip que te han instalado en el cerebro y no te acuerdas de quién eres cuando te pones delante de la mesa de tu despacho.

Y a la inversa cuando sales del curro.

Con esta premisa, el creador de Severance, Dan Erickson, del que en mi vida había oído hablar, se monta un rollo de crítica a las grandes corporaciones y de cómo el capitalismo exprime a la gente y la trata como a meros números.

Sin darte la chapa con ello y sin caer en los topicazos que todos ya conocemos.

Un servidor nunca ha sido mucho de entrar a fichar y trabajar para otra peña.

Sí que he pasado por ello, porque uno ya peina canas y ha tenido un montón de trabajos hasta encontrar Dirty Works.

He sido mozo de almacén, peón de la construcción, he trabajado en el servicio de limpieza de unas piscinas, de realizador de televisión en un programa de mierda de esos con concursantes y en otro de debates también de mierda, monitor de tenis en una escuela donde los chiquillos soñaban con llegar algún día a ser profesionales del deporte sabiendo que no lo conseguirían jamás, de camarero en un bar de copas… En ninguno de los curros duraba más de un par de años, porque nunca he llevado muy bien que me digan lo que tengo que hacer y cómo lo tengo que hacer.

Es lo que hay, no es ni bueno ni malo, entiendo que cada uno se gane el pan como pueda y yo no soy nadie para decirle a la gente cómo hacer para lidiar con las manías que tenemos los humanos de comer cada día y tener un techo bajo el que cobijarnos.

Severance se puede ver en Apple TV+ y consta de 9 episodios. Han renovado para una segunda temporada, así que bien.

Salen actorazos como Christopher Walken, John Turturro y Patricia Arquette, así que no se hable más.

Después de alguno de los grandes papeos que se mete uno para el cuerpo durante estas fechas tan señaladas, os recomiendo acoplaros en el sofá, pillar el mando y darle caña a Severance que os va a molar.

Y a ver si se acaba de una vez este 2022, que menudo año raruno hemos tenido.

 

4 BLOCKS

 

Tras terminar de ver Dinero fácil, me puse a bichear sobre los actores y creadores de la serie para la entrada del blog anterior, y encontré por ahí un comentario de Ricky Gervais.

Uno es muy fan de todo lo que hace o dice el bueno de Ricky pero, además, por dicho comentario, descubrí que el compadre tiene un pico muy fino para las series.

Comparaba Dinero fácil con una mezcla de Gomorra, Los Soprano, The Wire y 4 Blocks.

De las cuatro series, de la única que no tenía ni idea era 4 Blocks, así que me puse a ello.

Mafia libanesa en el barrio de Neukölln, en Berlín.

¿Qué puede fallar?

Pues absolutamente nada.

Más chaquetas de chándal, más chupas de cuero, más crudeza, cocaína y unos personajes y tramas que se cruzan sin concesiones ni mierdas de cara a la galería.

La banda sonora también es tremenda: gangsta rap de peña como Gringo y Hasan K., raperos alemanes de origen árabe y originarios del barrio de Neukölln, donde se desarrolla 4 Blocks.

Todo queda en casa.

Un servidor ha viajado muchas veces a Berlín, aunque la verdad es que hace años que no piso tierras alemanas.

Tengo unas cuantas anécdotas de mis viajes por allí.

Desde una vez que compré unas sábanas estampadas en grande y a todo color con el mapa y la bandera de Turquía, porque eran las más baratas que había en la tienda, para sustituir a las usadas y llenas de pelos que tenía el apartamento que alquilé de Airbnb, hasta cómo conseguí meter dentro de un tubo de cartón unos cuernos, de no sé qué animal, que compré en un mercadillo, para luego ir a una oficina de correos y enviármelos a mi casa de Barcelona, por no llevarlos en la maleta y que me los quitaran en el aeropuerto.

Los cuernos aún los tengo por ahí, las sábanas las dejé en el apartamento, aunque tentado estuve de traérmelas; no lo hice porque ocupaban mazo en la maleta.

Y ná, he descubierto que los creadores de 4 Blocks, que se puede ver en HBO y consta de 3 temporadas con un total de 19 episodios, tienen otra serie, también en HBO, que se llama Para- we are kings, le voy a dar caña y ya os cuento.

Los creadores de 4 Blocks son: Hanno Hackfort, Bob Konrad y Richard Kropf.

En mi vida había oído hablar de estos tíos, pero oye, olé sus huevos.

 

DINERO FÁCIL

 

Si en nuestro bien amado país, en la época del cine del destape, la expresión «¡que vienen las suecas!» significaba que llegaban del extranjero unas señoritas rubias de muy buen ver y que no tenían ningún problema en ponerse en topless en nuestras soleadas playas, dejando al macho ibérico de pelo en pecho con la boca abierta y llevándose algún que otro coscorrón de la parienta por pasarse con las miraditas, en la actualidad, si nos diera por usar la susodicha expresión, un servidor, sin duda, pensaría en series de tv.

Diferente motivo, misma reacción, pero sin colleja.

De hecho, ha sido con la chavala con quien he disfrutado a saco de Dinero fácil.

Yo no sé qué tienen estas gentes del norte de Europa haciendo series que, desde que gracias a plataformas como Netflix, donde se puede ver Dinero Fácil, podemos acceder a sus historias, me tienen todo enganchado.

Que vale, que sí, que el cine del señor sueco Ingmar Bergman está muy bien, y que desde hace siglos hemos podido ver en las filmotecas de nuestras ciudades sus cosas de gentes del norte, pero ¿quién tiene ganas de rollos sesudos así, por la cara, para echar la tarde?

Es más, ¿quién coño tiene ganas de salir de su casa para ir al cine, cuando sabes que siempre te vas encontrar con algún graciosillo que no para de comentar la jugada de lo que pasa en la pantalla?

Además, como se puede ver en Dinero Fácil, no todos los suecos son rubios y tienen unas comeduras de olla existenciales del copón.

En Estocolmo, donde se desarrolla la acción de Dinero fácil, hay mazo de peña procedente de Somalia, Siria, Afganistán, Irán, Irak, Turquía… Y muchos de ellos son también suecos, bien porque son de primera generación o porque han conseguido la nacionalidad.

Esto es así, pese a quién le pese.

Dicho esto, Dinero fácil, demuestra que ganarse un buen dinero no es nada fácil.

Trapichear en las calles de Estocolmo es todo un curro, mantener el territorio, conseguir buenos suministros de droga, que no te pillen los maderos, te mantiene las 24 horas del día a tope.

Eso en lo que respecta a algunos personajes de la serie, hay otros que quieren triunfar en el mundo de los negocios de forma legal, y tampoco la cosa es que sea muy relajada.

En Dinero fácil estos dos mundos chocan y la trama se pone a cien.

Dos temporadas de 6 capítulos cada una y un sin parar, con un realismo y una crudeza muy de agradecer.

Ya para cerrar el blog, solo comentar que en lo que se refiere al vestuario, en la serie sale una colección de chaquetas de chándal «pa mear y no echar gota», algunas son un poco excesivas para que aquí un servidor se las ponga, pero hay otras…

Espero no volverme loco como en su día me pasó con las gorras o las camisas de cowboy.

El tiempo lo dirá.


 

AMOR Y ANARQUÍA

 

El otro día, cuando le recomendé la serie a Javi y me preguntó cómo se me había ocurrido ver una serie con este título, mi respuesta fue la pura verdad: porque me dijo Marga que igual teníamos que darle una oportunidad, a pesar de tener un título tan chungo.

Como Marga la clava muchas veces cuando ya no sé por dónde seguir para satisfacer mi consumo de series, le hice caso.

Es verdad que lo hice pensando que a los 10 minutos la quitaríamos.

Comedia sueca, ambientada en el mundo de las editoriales…, la cosa no daba muy buena espina.

Que conste que los suecos con sus movidas dramáticas y policiales me suelen molar, pero una comedia

Otro prejuicio que tachar de mi lista.

Amor y anarquía es como comer pipas, una vez que empiezas, ya se sabe.

Y, además, da muy buen rollo.

Nunca he trabajado en una editorial que no sea Dirty Works, así que no tengo ninguna referencia de cómo es estar metido en el engranaje de los libros, aparte del mundo tan personal que nos hemos creado mi socio y un servidor, junto con nuestros colegas.

Tampoco nos relacionamos mucho con nadie del gremio a no ser que sea una persona con la que nos iríamos de birras aunque fuera carpintero.

A los dos nos parece que no hay nada más tedioso que ir a la presentación de un libro y cuando esta termina, lloriquear sobre los sinsabores de nuestra profesión entre copas de vino barato y calentorro.

Y es lo que suele pasar, por lo menos a las pocas que yo he ido.

Tampoco me interesa una mierda escuchar a un autor leer unos fragmentos de su libro y que me analice cómo a través de sus vivencias llegó a desarrollar tal o cual personaje.

Un libro es una cosa que uno se compra y lee a solas. Si te gusta te metes una buena flipada, y si no, pasas al siguiente.

Así de simple.

Dicho todo esto, si la cosa fuera más como en Amor y anarquía, igual saldría más de mi cabaña a que me diera el aire.

No hace falta saber nada de editoriales para disfrutar de esta serie de dos temporadas de 8 capítulos de media hora y que se puede ver en Netflix.

Aunque claro, si por alguna razón te has rozado o te has visto inmerso en este mundo tan elevado que algunos se creen que es lo de publicar libros, hay guiños con los que te vas a partir la caja.




 

LA CIUDAD ES NUESTRA

 

Por fin HBO vuelve a producir un poquito como en los orígenes.

Eso sí, sin dejar de lado su estilo goteo de un episodio a la semana que tanto me desespera.

Después de esperar un mes y medio, he podido verme del tirón La ciudad es nuestra del bueno de David Simon.

A los que pensábamos que ya no veríamos nada parecido al nivel de The wire, se nos puede calificar de hombres de poca fe, lo reconozco.

Baltimore, la ciudad a la que nadie ha ido ni se le ha pasado por la cabeza ir, ni tan siquiera para ver a los Baltimore Ravens, equipo de la NHL en el que ha jugado el español Alejandro Villanueva su última temporada antes de anunciar su retirada.

La ciudad es nuestra, 6 episodios de pura dinamita.

Drogas que no falten, brutalidad policial y corrupción, no, lo siguiente, clubs de striptease y demás lindezas... vamos que no falta de ná.

La serie está basada en un libro de Justin Fenton, periodista que curró con David Simon en The Baltimore Sun y que, en su momento, cubrió la noticia de lo que pasaba en Baltimore con la Brigada de armas de la policía de la ciudad.

La ciudad es nuestra está basada en hechos reales, y aunque esta etiqueta no es siempre sinónimo de calidad, sí lo es en este caso.

Así que nada, a encerrarse en casa con aire acondicionado, el que lo tenga, y cerveza fresquita, y a no pisar la calle, por lo que pueda pasar.

Con La ciudad es nuestra ya tienes excusa para pasar desapercibido estos días de sofoco.


 

TOKYO VICE

 

Con los calores que pegan por el sur de la península, uno consume cantidad de líquidos sin comprobar lo que pone en la etiqueta. Después de un trago, si no te gusta, pues pasas al siguiente.

A muy malas, siempre está la cerveza.

Con las series me pasa lo mismo, desde que las plataformas digitales descubrieron que con las historias en fascículos había un filón, hay mierda a espuertas.

Se mira un capítulo y, si no te convence, a por otra cosa.

Esta es la manera en la que he llegado a Tokyo Vice, porque el título y las referencias no me llamaban la atención ni por asomo.

Que sí, que muy bien, que Michael Mann es el productor y el director del primer episodio, ¿y?

El título me recordaba a Miami Vice, lo cual me hacía pensar en un refrito versión nipona.

Pero oye, al final me lo he pasado bien.

He pensado muchas veces en ir a Japón, nunca lo he hecho y no sé si algún día pasará.

Eso sí, en New York conocí en un bar a una de las nietas de uno de los dueños de Honda, o al menos eso me dijo una de sus amigas, me invitó a salir con ella a la calle a fumarnos un porro, cuando se enteró de que tenía novia paso de mí.

También en New York fui a una tienda de muñecos japoneses extrañísima en lo alto de un edificio, a ver si me dejaban entrar a comprarle un regalo a un colega que estaba pillado con todo el rollo japonés.

El tío que nos abrió la puerta se parecía al que cultiva los ojos para los replicantes en Blade Runner.

Muy majo el compadre, pero los precios de los juguetes se pasaban con creces de mi presupuesto.

También por aquella época, y también en la ciudad de los rascacielos, fui por primera vez a un restaurante japonés, estaba en un sótano y parecía más un fumadero de opio que un sitio para pasear.

No probé bocado, por aquel entonces no concebía meterme al estómago nada que no hubiera pasado por la sartén, pero la cerveza japonesa, bien fresquita, me gustó.

Y ya mi última experiencia con el mundo del sol naciente, de unos años más tarde que las anteriores, fue cuando fui a ver la exposición de uno de mis compañeros de piso en Brooklyn en la que, junto a sus obras, también mostraban sus trabajos de fin de curso otros alumnos de una escuela muy moderna de arte a la que solo se podía acceder si te daban una beca o estabas forrado.

Uno de los trabajos que se mostraban era el documental (ella lo llamaba intervención fílmica o algo así) de una chica sueca muy maja y que hablaba por los codos, que se había pasado un año grabando a los chavales de compañía para mujeres pudientes japonesas que, fíjate tú por dónde, tienen bastante relevancia en la trama de Tokio Vice.

Sea como fuere, Tokio Vice, de ocho episodios, se puede ver ya completa en HBO Max y está de lo más entretenida.

Métase en una coctelera mafia japonesa, chicos y chicas de compañía, karaoke, policías corruptos y otros que no lo son, periodismo de investigación, gringos buscando su lugar en la vida entre japoneses, artes marciales, un poco de hielo triturado, agítese fuerte y sírvase en vaso ancho con una rodaja de limón.

Entra de lujo y ayuda a estar hidratado en estos tiempos estivales.





 

THE RESPONDER

 

Martin Freeman se sale en la primera temporada de Fargo y lo vuelve a hacer en The Responder.

Dos interpretaciones que no tienen nada en común, salvo el arte del compadre para meterse a tope en el personaje y dejarnos pegados a la pantalla de nuestra tele.

Serie policiaca trepidante, sin concesiones, dura… dura como dicen que son las calles de Liverpool, donde se desarrolla toda la acción, ciudad que en The Responder, como ocurre últimamente en muchas series, es elevada al estatus de personaje principal.

No puedo decir nada sobre Liverpool, nunca he estado allí y no entra en mis planes ir nunca.

He estado un mazo de veces en Londres, como todo hijo de vecino, en Brighton, Oxford, Cardiff, e incluso pasé cuatro días, por casualidades marcianas de la vida, en el Atlantic College, donde estudia el bachillerato la que será nuestra futura reina.

Durante mi estancia en tan fino lugar, y como siempre hago cuando me invitan a un sitio, acabé bebiéndome y comiéndome todo lo que me ponían por delante, e intentando que no me echaran por mi comportamiento.

Esto último no lo consigo siempre, las cosas como son, pero en el Atlantic College he de decir que todo fue bien.

The Responder se puede ver en Movistar y consta de 5 episodios, seguro que si te pones a verla en fin de semana te la tragas del tirón.

Así que nada, queridos amigos y amigas del planeta azul, aquí tenéis una serie más para llevaros al coleto con todas las garantías.

 

SOMEBODY SOMEWHERE

 

Parafraseando a Johnny Cash en la canción «I´ve Been Everywhere», de Geoff Mack, uno también se ha pateado lo suyo por los USA.

He estado en Colorado, Utah, New Mexico, Arizona, New York, Nevada, California, West Virginia, North Carolina, South Carolina, Georgia, Alabama, Mississippi, Louisiana, Texas, Arkansas, Tennessee, Kentucky, Maine, Pennsylvania, Massachusetts… y seguro que me dejo algún estado.

Pero, mira tú por dónde, estoy seguro de que nunca he estado en Kansas, lugar donde se sitúa esta maravilla de serie: Somebody Somewhere.

Siete episodios de veintisiete minutos que se pueden ver en HBO MAX, de risas y reflexiones sosegadas que, con el acelere de estos días, ni tan mal.

Muchas series y películas gringas nos presentan unos personajes que nada tienen que ver con la realidad que te encuentras cuando viajas por allí.

Nos la quieren colar, básicamente.

La peña no es estilizada y va siempre vestida de punta en blanco dependiendo de la ocasión.

Puede que en la costa de California esto se dé en alguna medida, pero ya te digo que ni en el interior de California la cosa va así.

Sea políticamente correcto decirlo o no, en los USA el sobrepeso campa a sus anchas, es algo cotidiano y normal.

Tú pásate un par de meses viajando por esas tierras y ya verás cómo te quedas atrapado en la hamburguesa y la pizza hasta que te salga por las orejas.

Es lo que hay, lo tomas o lo dejas.

Y esa es una de las cosas que me ha molado de Somebody Somewhere, estéticamente no puede ser más realista, además de tener un humor fino fino.

Todos se salen, desde la protagonista, Bridget Everett, a cualquiera de los personajes corales que la rodean.

Ni un pero que valga.

Y otra de las cosas que me gustaría comentar, ya para cerrar el blog, es el buen rollo que me encontraba en mis viajes cuando me movía de un estado a otro.

Pistolas y escopetas he visto, he llegado a disparar con «armas buenas» a latas de cerveza en medio de un descampado.

Pero no es lo que más me ha llamado la atención. Una de las cosas que más me impresionaron fue el buen rollo de la gente con la que me cruzaba.

Te paras a tomar una cerveza, por temas de hidratación, en cualquier garito de carretera y, en cuanto te escuchan acento de fuera, comienzan a darte palique. En algún lugar hasta me han llegado a invitar a las cervezas.

Suerte supongo que es cuando te pasa una vez, pero cuando te pasa varias veces, igual es que la gente de los USA es más maja de lo que nos quieren hacer ver en los noticiarios.

Así que nada, chiquillos y chiquillas, a darle duro a Somebody Somewhere, que lo único malo que tiene es que ver la primera temporada entera se te pasa volando y te deja con ganas de más.

¡Aunque creo que han dado luz verde a la segunda!

 

DOPESICK

 

Reconozco que he visto la serie de Dopesick de puro milagro. Según mis baremos, la cosa no apuntaba bien.

Ver que la pasaban en Disney+ y que la estética de los carteles publicitarios que durante unos días adornaban los laterales de los autobuses de Córdoba me recordaba a series como Doctor House o Anatomía de Grey, me tiraban para atrás.

Joder, pensaba, qué mal está la cosa para que actores como Michael Keaton o Rosario Dawson se tengan que poner a hacer mierdas de esas de médicos.

Gran error el mío. Dopesick ni por asomo se parece a esos peñazos de series.

Dura, sin concesiones a la galería y de una crudeza que recuerda a las películas sociales de los años 70.

Oxycontin, el remedio para cualquier dolor, con receta médica, todo legal, que según la farmacéutica Purme Pharma, la que lo creó, no producía adicción, pero no veas la peña enganchada y las muertes que ha dejado a su paso durante más de dos décadas hasta llegar a nuestros días.

Opio en pastilla al alcance de cualquiera.

En mis años mozos también había pastillas con receta para colocarse, aunque la cosa iba más por la velocidad que por quedarse atontado.

Centraminas, Dexedrinas y otras cuyo nombre no recuerdo, pero sí que acababan en «-ina», eran lo que se zampaba la gente que no tenía dinero para la reina Cocaína.

Nunca me fue mucho ese rollo.

Lo que sí recuerdo es que un día, junto con los colegas de aquel entonces, después de que nos echaran del último garito que quedaba abierto en Barcelona, nos acoplamos en un banco del parque más cercano a ver para dónde tirar mientras amanecía.

Unos que ya para casa, otros que podíamos pillar unos litros de cerveza y quedarnos allí hasta caer rendidos...

Total, que una colega, de cuyo nombre me jode no acordarme, va y suelta que llevaba en el bolsillo unas pastillas que el médico le había recetado a su madre para adelgazar (pura anfeta). Que había pensado que nos las podíamos haber metido al principio de la noche, pero que se la había olvidado decírnoslo.

Alguien soltó: «Pues nos las tomamos ahora», y eso hicimos.

Se nos cortó a todos la borrachera de cuajo, decidimos ponernos en movimiento, colarnos en un tren para ir a una playa cercana que estuviera fuera de Barcelona, para que nadie nos molestara.

Allí nos bañamos en ropa interior o en pelotas, según las preferencias de cada cual, hablamos sin parar y acabamos quemados y deshidratados. Por la noche volvimos cada uno a su casa.

Nadie acabó enganchado a nada por las pastillas que nos zampamos ese día, que yo sepa.

En fin, la serie Dopesick, de ocho episodios, tiene todo lo que nos gusta a la familia Dirty, Apalaches, currantes que para no desfallecer y seguir en la brecha se toman lo que les dice el buen doctor, y corporaciones sin piedad apoyadas por un estado que adora al señor dólar por encima de la vida de la clase trabajadora.

Muy recomendable y necesaria, sin duda. No vayáis a cometer el error que casi comete un servidor y os la perdáis.

 

LA SANGRE HELADA

 

Pese a que me flipa toda la estética de rollo marinero del siglo XIX, escotillas, aparejos, cabestrantes, timones y demás, en cuanto por alguna razón tengo que subirme a cualquier artilugio que se mueva por encima del agua, me mareo.

Solo de pensar que no voy a tener tierra firme bajo mis pies, me entran los sudores.

Justo antes del «mundo mascarilla» la chavala y un servidor decidimos pedir un préstamo al banco y largarnos de viaje a Islandia.

Otra peña decide pedir préstamos para comprarse una casa o un coche, a nosotros no nos van esas movidas, nos va visitar sitios y dejar la pantalla del ordenador por unos días.

¿Por qué Islandia? Pues porque está lejos, pero no tan lejos para que el viaje en avión sea una paliza, y porque para quien vive en el sur rodeado de olivos, pasar a estar rodeado de las lenguas de los glaciares que avanzan sobre la negra tierra volcánica es exótico de cojones.

También porque odio el calor y pensar que durante más de diez días en pleno mes de junio tendría que estar con la cremallera de la chupa bien cerrada y la capucha del jersey sobre mi cabeza me hacía levitar de alegría.

Da igual lo que te hayan contado o las fotos que hayas visto de Islandia, una vez allí el país supera todas tus expectativas.

No me refiero a Reikiavik, que no es que esté mal la ciudad, me refiero a la naturaleza tan sobrecogedora.

Lo que nosotros hicimos fue alquilar un coche y dar la vuelta entera a la isla.

Claro que una de las paradas era en Húsavík, antiguo pueblo pesquero, ahora turístico a tope, para pillar un barco y ver las ballenas.

Para estar preparado para tal aventura me pillé una caja de biodraminas en España.

Con un comprimido el prospecto te dice que ya, pero yo decidí hacer como con los Petit Suisse y me zampé dos.

Echar la pota por la borda y quedar como un blandengue de tierra firme no podía ser una opción, más cuando lo de subir al barco de las ballenas costaba una pasta.

Las biodraminas funcionan, puedo dar fe de ello, te dan un agradable colocón y navegando por el mar de Groenlandia, a 60 kilómetros del Círculo Polar Ártico, me sentí como un experimentado lobo de mar.

Hasta tal punto que, mientras los demás turistas corrían de un lado a otro de la cubierta, cámaras en ristre, para no perderse una sola cola de ballena saliendo a la superficie, yo me quedé sentadito en mi sitio disfrutando de la brisa y silbandillo la canción que quisiera venírseme a la mente.

En La sangre helada, el viaje al avistamiento y caza de ballenas es bastante más movido que mi personal experiencia ballenera.

Traición, asesinatos, sodomía y mazo de hielo y frío a bordo del barco ballenero Volunteer.

Al director, Andrew Haigh, le dio por rodar en el verdadero Ártico y no con pantallas verdes en un plató, se agradece y se nota en la atmósfera de la serie.

Colin Farrell, un actor que me suele dar grimilla, está que se sale en el papel del despiadado arponero Henry Drax y, por supuesto, Stephen Graham, del que, como ya dije en blog anterior, veré todo lo que haga.

Seis episodios que se pueden ver en Movistar, la empresa de telefonía que igual que te instala el cable en tu casa, te vende seguros médicos o alarmas para el hogar.

¿Qué más se puede pedir?