DALLAS BURROW

Blood Brothers

(Subliminal Hymnal Records, 2023)

Parte vaquero, parte indio, parte vagabundo y parte poeta. Natural de New Braunfels, ciudad situada entre los condados de Comal y Guadalupe, en el estado de la Estrella Solitaria. Los inmigrantes alemanes, allá por 1845, lo tuvieron bastante claro cuando el príncipe Carlos de Solms-Braunfels decidió fundar allí su colonia: «In Neu Braunfels ist das leben schöne», esto es, «En New Braunfels la vida es bella», algo que los indios Waco, de la nación Wichita, ya sabían desde hacía tiempo. Al final, no se llevaron tan mal. El joven Dallas Burrow, cercano a la cultura nativa, desde canijo, decidió dedicarse a la música y, quizá porque estaba en el aire o en las aguas del río Guadalupe, algo que ha hecho de la ciudad una suerte de Meca de los compositores y músicos texanos, con la guitarra en ristre, no dudó en lanzarse, en cuanto pudo, a la carretera. Hoy día, cada vez que se sube a un escenario, dedica una parte del concierto a contar una vieja historia de su padre que ilustra muy bien (casi literalmente, como veremos) el modo en que los nacidos en New Braunfels llevan la música en las venas. A principios de los años setenta, en Nashville, su padre, Mike Burrow estaba presentando a Richard Dobson, John Lomax III y Townes Van Zandt en el garito que regentaba con sus hermanos en Elliston Place, cerca del viejo Exit/In (el mítico garito que salía en la película Nashville, de Robert Altman, y donde debutaría Steve Martin antes de hacerse célebre, por citar solo a uno de los muchísimos artistas que han pasado por su escenario; la lista, tal y como consta en el cartel de la fachada frente a la que posa la gente como si fuese Ryman Auditorium, es abrumadora). Pues bien, después de cerrar el bar, su padre y esos tres piezas se montaron una fiesta privada durante la cual Townes Van Zandt insistió en que tenían que hacerse hermanos de sangre para asegurarse, (bendito alcohol y lo que hubiere), de estar vinculados cósmicamente para siempre. A todos les pareció bien (bendito alcohol y lo que hubiere), y quizá por eso, fantasea ahora Dallas, a través de vaya a saber usted qué poder místico e intangible, desde la sangre paterna, le fue transferido el espíritu de Townes Van Zandt (al que venera por encima de cualquier otro artista). Y después de contar la historia de aquellos míticos borrachos de Texas, como no puede ser de otra manera, nobleza obliga, Dallas Burrow se lanza a tocar siempre, al menos, una canción de Townes Van Zandt en sus conciertos. Y por eso, también, al comenzar a concebir el disco que hoy nos ocupa, Blood Brothers, su amigo Jonathan Tyler (que aquí hace, asimismo, las veces de productor), le animó a componer una canción que rindiese tributo a aquella cicatriz que su padre enseñaba a veces, arremangándose la camisa, recuerdo de aquella historia de cruentas batallas de whisky y viejas guitarras, en compañía de los fabulosos «chicos de Texas», la noche en que se hicieron aquellas promesas de fraternidad eterna después de tajarse los brazos con un cuchillo y mezclar sus sangres. Así fue y, al final, la canción que da título al disco, acabaría convirtiéndose en el faro que alumbraría el resto de las canciones del álbum: un homenaje a sus raíces musicales. Burrow, con su voz de barítono, a lo Johnny Cash, canta: «Papá tenía una cicatriz que ni te creerías, / como una historia oculta en la manga. / Dieciséis años tardé en escuchar lo que había detrás […] // Decía que nunca hubiese sucedido de no haber sido por el alcohol». Burrow lleva ya cuatro años sobrio. Ha dejado de ser un nómada ebrio. Ya no es el que fue. Ahora es un hombre de familia, casado y con un hijo. Pero conoce las promesas del alcohol y de la carretera y solo desde la perspectiva de hoy, que casi podría considerarse la perspectiva de un superviviente, ha podido escribir una canción así, glorificando sin aristas a aquellos legendarios trovadores de «las carreteras del corazón gastado». Él estuvo allí y, sí, en efecto, lo lleva en la sangre. Su padre fue el puente que le unió con todos los héroes de su infancia y adolescencia: Townes, claro, pero también Guy Clark, Billy Joe Shaver y Willis Alan Ramsey, su particular santuario o monte Rushmore. En el álbum también hay guiños al blues de honky tonk, algunos vientos de inspiración Stax, y hasta un glorioso Wurlitzer que conjura la época dorada de Muscle Shoals (remendando, incluso, la voz de Dr. John en un tema). El año pasado, cuenta Burrow, tocó por primera vez en Luckenbach, el famoso local de Fredericksburg, Texas. Tocar allí es un rito de iniciación para los músicos de la Estrella Solitaria. Al final del concierto invitó a su padre al escenario para cantar juntos una canción. Fue un momento muy especial. De alguna manera, el círculo se cerraba. Para él fue una representación literal del momento vivido por aquellos gloriosos «hermanos de sangre», durante aquella velada mítica, perdida en la noche de los tiempos. En el disco hay una canción escrita por su padre («X Old Flames»), otra escrita mano a mano con su amigo Charley Crockett («Only Game in Town») y, por supuesto, una versión de su santísimo patrono, «Mr. Mudd and Mr. Gold», amén.