JULIANNA RIOLINO

All Blue

(You've Changed Records, 2022)

Ya no es solo la chica de la banda. Después de La Luna (2022), el tercer álbum de Daniel Romano con The Outfit, no sabemos muy bien que nos deparará el futuro. Con Romano nunca se sabe. Será según le dé o se levante ese día. Dependerá de lo que haya cenado o leído la noche anterior. Cosas del genio. Como sabrá cualquiera que lo siga (probablemente con la lengua fuera), de avatares y heterónimos va y viene más que sobrado (lo último ha sido Spider Bite, si no llevo mal las cuentas, lo que podría muy bien ser, porque este hombre no para quieto ni un segundo, es una diana difícil, la pesadilla de un francotirador). Pero Julianna Riolino, por su parte, ya tiene bien encauzada su carrera en solitario después de aquel primer EP con cinco canciones, J.R. (2019), que pasó casi desapercibido (por entonces sería el EP de la chica de la banda de Romano, pese a haber sido grabado un año antes del primer álbum con The Outfit, el How Ill Thy World is Ordered). No obstante, en este All Blue, el álbum con el que debuta, militan varios miembros de The Outfit (incluyendo a los hermanos Romano), y ahora se puede decir que son ellos los chicos de la banda de ella, lo que no está mal, para variar. Julianna cuenta que en los días previos al lanzamiento del disco estuvo ayudando a restaurar las vidrieras de la catedral de San Miguel, en Toronto. Y que, rodeada por todos aquellos símbolos representados a través de pedacitos de vidrio francés del siglo XIX, no pudo evitar ponerse a reflexionar sobre su pasado y la memoria de sus sucesivas heridas y sanaciones. De haber sido pintora, dice, esto podría considerarse algo así como su período azul: contemplar, a toro pasado, su biografía, todas las decisiones, buenas o malas, y proceder o bien a la expiación o bien a reírse abiertamente de ellas, dos formas bastante efectivas de hacer borrón y cuenta nueva. Hay en ello un cierto fervor religioso que ella identifica con sus tres iconos personales: Dolly Parton, Emmylou Harris y The Band. Gracias a, o por culpa de, esos tres tótemes, Riolino, desde muy pequeñita, estuvo dando la tabarra para que le comprasen una guitarra y, una vez obtenida, aprendió por sí misma a dar cuerpo a las melodías que sonaban por su cabeza (esos fantasmas que para muchos, como un seguro servidor, resultan inasibles: inaccesibilidad que, como muy bien dice David Lynch a propósito de las ideas, puede conducir al suicidio, de ahí lo de tener un cuadernito siempre a mano). Mientras tanto, Riolino fue perfeccionando su voz en los musicales que montaban en el colegio. «Cantaba siempre que podía, pero no compartí mis propias canciones con la gente hasta que tuve dieciocho o diecinueve años». La primera canción que tocó para sus amigos fue precisamente «Lone Ranger», que aparece ahora, diez años después de aquella prueba, como tercer corte de este «todo azul» (o «todo triste», como se prefiera). La canción es una toma de posesión y a la vez una declaración de principios. «Soy una llanera solitaria en este mundo solitario», el mundo solitario de allí, de su tierra, que viene a ser el mismo que el de aquí, el de la nuestra, y quizá más en concreto el del gremio o la industria (igual el suyo y la suya que el nuestro y la nuestra, territorios inhóspitos por naturaleza). Se trata de una apuesta urgente por la independencia que gravita, además, sobre todo el disco. Esto es exclusivamente suyo. Su voz y su música. Ella es la Reina de Espadas del corte cinco. Se acabó lo de ser un guante que otro se pone y se quita a su antojo. Como ella misma dice, «Queen Of Spades» es hacerle la peineta musical a un amante insincero. Y coger la sartén por el mango, claro es. Las armonías, por momentos, como en ese contundente «You», corte diez, que habría hecho las delicias de Phil Spector, convocan reminiscencias de aquellas gloriosas bandas de chicas (pienso en las Ronettes, por ejemplo; el espectro musical de Riolino es apabullante, tiene un bagaje exquisito), con ese maravilloso registro alto, a lo Orbison, que, por momentos, también desempolva los primeros, fascinantes, discos de Neko Case. El disco se grabó en agosto de 2020, en los ya clausurados estudios de Baldwin Street Sound, producido por Aaron Goldstein (a cargo también de la pedal steel y algunas guitarras y percusiones), con toda la banda presente, tocando mano a mano en la misma sala. «Fueron días largos y duros, pero nos lo pasamos de miedo. Es un lujo trabajar con estos musicazos». Casi una terapia. Perfecto para dejar atrás el pasado enojoso, desanclarse del miedo y seguir adelante, mover ficha y a lo que salga. Son muchos los años de experiencias y desencuentros que se filtran en estas once canciones. Bajo las melodías «dulces hasta un punto casi surrealista», hay densidad en las letras. Porque aunque, atendiendo al panorama, pueda resultar de lo más extraño, hay músicos que leen y piensan. Al final se trata de un asunto de crecimiento y sanación. Abandonar la idea peregrina de quién pensaste en su día que tenías que llegar a ser (esos sueños obtusos) y conformarte y sentirte bien con lo que realmente eras y has devenido. Desde luego, ya nunca más la chica de la banda de nadie.