WHEELER WALKER JR.

Sex, Drugs & Country Music

(Paper Hill Records, 2022)

Si eres seguidor de este blog, no importa el sexo, hembra, varón o cualquier cosa en medio, coincidirás conmigo al advertir que el gran Wheeler Walker Jr., sin comerlo ni beberlo, ha escrito la canción de nuestra vida, la canción que nos define y que nos merecíamos. Cada cual, con un poco de suerte, atesorará su especial momento de conmoción, ese momento en que se dijo: «Aquí es». Está claro que se dan pocos momentos así en la vida, porque la vida, por lo que ya se intuye, va por otros derroteros (más salerosos, según parece) y, por eso, en tales ocasiones, uno no puede dejar de sentirse ante la presencia de lo numinoso y lo sagrado, porque, en efecto, se trata de misterios tremendos y fascinantes. En mi caso, fue hace ya años. Fani, que no podía estar más lejos de Texas ni de la música que me gustaba, una mañana, en un piso del barrio de Lavapiés, duchándose antes de ir a trabajar, de repente, a bocajarro, inesperadamente y directa al corazón (sin probablemente sospechar los daños colaterales), se puso a cantar el estribillo del «It Doesn't Matter Anymore» de Waylon Jennings (hay gente que, con mucho menos, ya no vuelve a levantar cabeza en la vida; léase: supervivientes de catástrofes naturales). Luego acabaría pasando lo que dice la susodicha canción: tú por tu lado y yo por el mío, ahora y siempre y hasta el fin de los tiempos. Cada uno acabaría encontrando a alguien nuevo y, quizá, ¿quién sabe?, algún día, dejaríamos de importarnos. Pero aquello sucedió. Yo estuve allí. Lo oí. No tengo testigos ni pruebas, así que podréis creerme o no. Pero confieso que nunca me ha vuelto a pasar. Aunque una cosa está clara, si me volviese a suceder ahora, que ya gasto canas, no me pillaría tan desprevenido. Ahora tendría a mano redes y cadenas, y no se me escaparía. En fin, tampoco merece la pena dar más explicaciones, quien lo probó lo sabe, que diría el fénix de los ingenios. Pero Wheeler, ya dando con nosotros nel mezzo del cammin de nostra vita, en esta selva oscura de los no tan felices años veinte de este siglo tan tullido, nos ha radiografiado la entraña en «She's a country Music Fan». «Me estoy haciendo viejo y me temo que mi momento ha pasado, / necesito una vaquera a la que le guste la cerveza y Johnny Cash […] Que sea capaz de beberse un chupito de Knob Creek de un trago, / que se meta por cualquier carretera secundaria con su camioneta en cuanto se lo pidas. / Una borrachuza de tomo y lomo pero de lo más divertida, / creo que por fin he encontrado a mi chica. […] Le gusta mi colección de vinilos de Willie / me encanta escuchar su disco del concierto de Waylon en Texas». Mi alma entera en esta canción. O en la que da título al disco, que empieza diciendo: «Conocí a esa chica en un honky tonk, / la pillé mirándome las pelotas. / Hablamos un montón, nos tomamos un par de chupitos / y ya le estaba metiendo el dedo en el coño antes de que dijeran: “¡Última ronda!”. / Ahora estamos en el Motel 6, / tenemos un montón de cocaína de primera para hincharnos a rayas, / y me la estoy follando por detrás / mientras escuchamos a Patsy Cline», porque nosotros, como él propio Wheeler, que no se corta un pelo a la hora de poner las cartas sobre la mesa, estamos hasta los mismísimos cojones de todas esas estrellas de rock amaneradas del quiero y no puedo, y sabemos que la fórmula nunca ha sido ni será «sexo, drogas y rock 'n' roll», sino como muy bien dice Wheeler (haciendo la peineta desde la cubierta del disco para el que no esté conforme): SEXO, DROGAS Y MÚSICA COUNTRY. Un coño y cerveza, dice el preso de la cuarta canción, las únicas dos cosas del mundo que hacen que merezca la pena seguir viviendo. Y tampoco nada del otro mundo, cerveza de andar por casa, industrial, Bud en el caso de Wheeler, Mahou en el nuestro. Y ellas también lo saben, porque no hay nada en el mundo como que te folle un buen chico del campo («Fucked By A Country Boy»): «Ey, zorrita de Nueva York, / con esas tetas falsas de California que te gastas, / ya sé que vas encerada y depilada de arriba a abajo, / ¿pero nunca te has dejado despatarrar por un Conway Twitty de la vieja escuela? […] ¿Nunca te has dejado follar, follar, follar por un chico del campo? / ¿Embestir, embestir, embestir por un redneck? / ¿Despatarrar, despatarrar, despatarrar por algún cosanguíneo que tenga la misma voz que tu papá? / Si nunca te lo ha comido un paleto con una polla hillbilly / ni te ha salido un sarpullido en el coño después de haberte follado a un basurilla de parque de caravanas, / entonces, niña, necesitas con urgencia que te folle un chico del campo». Y es que estamos aquí, como decían los Blues Brothers, en misión de Dios. «God Told Me to Fuck You», dice la balada del disco: «Cariño, sé que te va a parecer una locura / porque yo nunca he sido muy de rezar, / pero, niña, tenías razón, el buen Dios es asombroso, / hoy se me ha aparecido / de un modo muy sagrado y… Dios me ha dicho que te follara. / Dios me ha dicho que te comiera el coño. / Dios me ha dicho que te pidiera que me chuparas la polla. / Y me ha dicho que quería mirar. / Créeme, por favor, cariño, a mí también me sorprendió mucho, / cuando me dijo que te follara». Estamos hablando de amor, que no se nos olvide. De amor verdadero. El disco está dedicado a Coco, con amor. Y es amor puro el que siente el protagonista de la canción «Honky Tonk Whore». Amor de desguace, puede ser, pero amor imperecedero. «Salgo con esta chica, colega, echa humo de lo buena que está, / te la encontrarás por ahí fuera, mamando pollas en el aparcamiento, / es difícil encontrar a una chica con trabajo en los tiempos que corren, / y, oooh, como quiero a mi puta honky tonk […] Tiene un tatuaje de una polla que se le mete en el culo, / pero me compra cosas de puta madre y paga siempre a tocateja […] Los dos podemos follárnosla, pero no es lo mismo, / porque yo soy el único que conoce su verdadero nombre, / los dos la hemos visto arrodillarse / pero hay una diferencia, a mí me la chupa gratis». Y por eso mismo el desamor no puede ser más desgarrador. Las pajas nunca han sido más desoladoras. En la última canción, todo se rompe. «Solo porque su polla sea mucho más grande que la mía, / y más suave, / solo porque tenga más dinero que yo / y haga jiu jitsu, / solo porque sepa hacer que te corras / y localizar tu punto G / no tienes por qué lamerle las pelotas y tragarte toda su lefa […] Solo porque ese tío tenga tableta de abdominales / y esté la hostia de mazas, / solo porque tenga las pelotas suaves como unos huevos, / pero no huelan a eso, / solo porque sepa hacerte sonreír, y te mordisquee el buzón, / no tienes por qué bloquear mis llamadas / mientras me masturbo en mis calcetines». Wheeler Walker Jr., es el poeta de nuestra generación. Y todo ello con un sonido impecable, con Leroy Powell a las guitarras y producido por el inmenso Dave Cobb (excepto la canción «God Told Me to Fuck You», «que fue producida por otra persona», jajajaja), en el histórico Estudio A de RCA. Y sumamente divertido, porque, como él mismo dice, poniéndose serio: «Los últimos dos años han sido duros. Perdimos a Billy Joe. Perdimos a Norm. He perdido a mucha gente cercana a mí. Pero ellos no querrían que hiciera un álbum deprimente. Nadie quiere escuchar otro álbum triste sobre la pandemia o el estúpido divorcio de Adele, que a nadie le importa». Vamos a la puta fiesta, vamos a divertirnos. Y a recuperar la honestidad. Wheeler piensa que la música country ha perdido su esencia en los últimos años. La honestidad, las cosas que le gustaban de la música country (de los Waylons, los Willies y los Billy Joe Shavers), «ese tipo de verdades reales y honestas desaparecieron y se convirtieron en canciones de mierda sobre camiones y cervezas y tonterías con las que nadie puede relacionarse». Hay que volver a hablar del amor y del día a día. Volver a la música folk, a la música de la gente y de las pequeñas cosas horribles y maravillosas que les acontecen. Música del dolor cotidiano y de la desesperación. Y de cómo salir de todo esto más o menos indemne. Y, a ser posible, volver a encontrar un día a ese ángel de honky tonk que te sorprenda una buena mañana cantando por Waylon en la ducha, después de haberse corrido a granel en tu cara.