ZACH BRYAN

American Heartbreak

(Warner Records, 2022)

Un día te llega una factura muy alta de Verizon Wireless, el mayor operador de telefonía móvil del país, y decides escribir una canción cagándote en todos sus muertos que titulas «Cold Damn Vampires», porque eso es lo que son, unos putos vampiros sin sentimientos, y hasta haces un vídeo que luego cuelgas en las redes. A los tres días te llama tu padre, que está muy orgulloso de ti, no es para menos, y te dice que últimamente te estás cagando mucho en todo y mantienes una larga conversación con él sobre moralidad y respeto en la que al final, supones, no te queda otra que darle la razón. Pero luego resulta que, además, te llaman tres de tus mejores amigos para preguntarte si estás bien, si te pasa algo, si estás enfermo. Tú solo te estabas cagando en los putos vampiros. Y tienes veintiséis años. Pero ya eres muy consciente de la fuerza y la repercusión de tus palabras. De familia militar de toda la vida, naciste en Japón, cuando la Marina desplegó las tropas por aquellas latitudes, pero eres originario (o deberías serlo) de Oologah, Oklahoma, lo que puede que explique muchas cosas. Siguiendo la tradición familiar, entraste en el ejército. En tu tiempo libre, no obstante, como Johnny Cash cuando lo mandaron a Alemania, te dedicas a escribir canciones por los cuarteles. Allá por 2017, animado por un artillero (que resulta que es de Nashville, claro), comienzas a subir tu música a YouTube y a SoundCloud, tus colegas te graban con sus iPhones. Uno de esos temas, «Heading South» (que no se incluye en este disco), se hace viral (quince millones de visitas, sin comerlo ni beberlo). Así estalla todo. Es una historia muy de los tiempos que corren, hay YouTube, hay SoundCloud, hay iPhone y hay AirBNB, nos encontramos ante un Millenial de la Generación Z. Eso puede despertar las suspicacias de algún muermo, todo el mundo tiene derecho a ser polvoriento. Carcamales y gente de gusto embalsamado siempre habrá. Y tampoco pasa nada. A la postre, resultan amenos. Oírlos o leerlos es como ir al zoo a ver a los simios pajilleros. Gente de poco o ningún aseo. Tu primer álbum, DeAnn, dedicado a tu madre muerta, lo compones en dos meses y lo grabas con unos amigos en un AirBNB durante una estancia en Florida. El segundo, Elisabeth, sale en mayo de 2020, lo grabas en un granero reciclado detrás de tu casa en Washington. El 10 de abril de 2021, aunque cueste creerlo y sorprenda a muchos, estás debutando en el Grand Ole Opry y, a los pocos meses, te das de baja con honores de la Marina de Estados Unidos, donde también has conocido a tu esposa, después de ocho años de servicio. Entonces emprendes tu carrera musical. En el 2022 debutas en un gran sello, Warner, ahí es nada, y nada menos que con un álbum triple, este American Heartbreak que hoy reseñamos, treinta y cuatro canciones, todas gloriosas, hasta las producidas con menos garbo y alguna que parece haberse quedado a medio hornear, grabadas en los estudios Electric Lady, de Nueva York, y casi todas producidas por Eddie Spear, que no está para tonterías (Cody Jinks, Brandi Carlile, por citar solo un par de su lista). Dices que se trata de un diario de tus últimos cinco años, un intento, según tus propias palabras, de explicar cómo es ser un hombre de veintiséis años en los actuales Estados Unidos (esa birria). En el disco hay amor, hay pérdida, hay jolgorio, hay resentimiento y hay perdón. En el Tennessean destacan tu inquietud indomable y tu angustia «de ojos turbios». Lo reventaste en Spotify y en Apple Music. Querías ser escritor, y eso se nota. Podría extraer un ejemplo de cualquiera de tus canciones. Pero la primera que me viene a la cabeza es «Younger Years», esa especie de elegía de la adolescencia que es casi Larry McMurtry escribiendo The Last Picture Show. «Johnny está en el camino de entrada y otra vez está bebiendo, / la gente es dura en el centro del pueblo, pero son mis amigos / y, al final de la noche, no recordaré mi nombre». Y lo cierto es que no hay quien te pare, es torrencial, resulta hasta apabullante. Después de cien canciones terribles en las que trataste de averiguar cómo convertir los poemas y los textos que escribías en algo con lo que la gente pudiera conectar a través de la melodía, la cosa empezó a cuajar. Martillo y cincel. Trabajo y constancia. Pero cuando te preguntan por esas canciones tan malas que hasta a ti te da vergüenza ver aún por ahí colgadas, afirmas que agradeces desde la primera a la última, porque todas fueron peldaños hacia esa primera canción en la que, por fin, todo empezó a cobrar sentido. Para mí, no hay duda, y eso que no soy de excretar esta clase de sentencias (y a pesar de que al 2022 aún le quedan unos cuantos meses de vida), te has marcado el disco del año. Hay mucho sepulturero por ahí suelto, sí, y también mucho vampiro, mucha gente que pasea por la vida las nueve señales del hijoputa, como quien dice, pero no todo va a ser ruina y podredumbre. Esto es sangre nueva, no sangre de muerto, ni sangre de pega, y, como decía el maestro de Iria Flavia, ya va siendo hora de echar serrín a la sangre de tanto recuerdo. Y a rey muerto, rey puesto. Claro que sí. Oklahoma vuelve a revolverse contra las momias. Y da gusto verlo. Así que, nada, querido Zach, ya solo me queda darte las gracias por salir y dejar la puerta abierta. Ayer olía a polilla. Hoy ya no. Hoy ya corre el aire.