A Letter To My Friends
(Chicken Farm Entertainment, 2020)
Duane Mark es uno de los nuestros. No encaja, no figura, no te dice ni te canta lo que prefieres oír, se caga en ti, pero se mantiene fiel a sí mismo y a los suyos. Alguien escribió de él en su día que su música es para degustarla mientras trasiegas whisky y pones los discos de Tim McGraw en una astilladora, o mientras conduces por una larga carretera polvorienta. Tratan de etiquetarlo: música americana de raíces, aunque no; una mezcla de country, folk y rock, aunque tampoco; su personal estilo sarcástico y lírico indigesta a muchos, incomoda, les resulta insultante. Llegaron hasta a inventarse un término para lo suyo: AmeriKINDA, una especie de Americana, Americana, pero no. Él, como es lógico y natural, se cisca en todo eso, y sigue conduciendo. Actúa para los suyos. Es de Austin, Texas, y muy de acodarse en la barra del bar al que vas a olvidarte de lo hijo de puta que es tu jefe al salir del curro. Conecta muy bien con ese tipo de audiencia, básicamente porque forma parte de ella y lo ha padecido. Historias sencillas sobre la vida, el amor y las penurias, con sensibilidad de clase obrera y ética fuerte de trabajo (su segundo álbum, de 2015, llevaba el muy ilustrativo título de Land of Opportunity & Sorrow), nada que ver con el sucedáneo del susodicho McGraw, ese «horterismo» elevado a la máxima potencia, pura pose, trampantojo del Country Music Channel, cadena de retrete más que televisiva (aunque quizá sea lo mismo, TV y WC, el sonido –y el olor– es bastante parecido, todo borrascosamente flatulento). Su primer álbum ya se llamaba Friends & Enemies (2013), «una auténtica y vibrante mezcla de carisma y determinación, música impulsada por corazones rotos y extremidades astilladas». Luego ya vendría este A Letter To My Friends, al que seguiría, al año siguiente, el EP A Letter To My Enemies, en los que ya toda esa larga trayectoria de ensayo y error en la carretera parece cuajarse en un guiso perfecto, póngasele el nombre que se le ponga, como él mismo diría, «el artista de Americana que a todo el mundo le gusta odiar». ¿Qué mejor galón que ese? La cosa ha ido ganando agallas. Su página web, no en vano, es www.ihateduanemark.com. Odio a Duane Mark Punto Com. Él se alimenta gratamente de ese odio, lo riega y lo deja crecer salvaje en su jardín. En las notas del disco deja claro que cuando llegó el momento de sentarse a pensar en el nuevo álbum se planteó decir las cosas que había temido decir en el pasado, dejarlo todo en las letras, como si fuese la última oportunidad que se le concediese para hacer lo que le gustaba. No dejarse nada en el tintero. Quizá ya prefiguraba su muerte. Una carta a sus amigos, seguida al año siguiente, como decíamos, de otra a sus enemigos. Y ese mismo año, 2021, en efecto, entregó la herramienta. El álbum tributo que editaron entonces sus amigos músicos (A Letter From My Friends: A tribute album honoring the music and memory of Duane Mark), es prueba palpable de su enorme talento y del legado que dejó para la música country. Porque, básicamente, se trataba de eso. De música country en su sentido más puro. Uno no puede evitar pensar en la mítica canción de David Allan Coe, otro artista incómodo, desafecto y voluntariosamente independiente que siempre ha hecho lo que ha querido, sorteando a los cansinos entomólogos y clasificadores del gremio. Su breve historial discográfico hace honor al título de aquella vieja canción de David Allan Coe, «If That Ain't Country»: «Mi viejo estaba cubierto de tatuajes y cicatrices, / Algunos de prisión, otros de bares, / Y el resto de currar todo el santo día con coches desguazados […] Bueno, mi madre vendía huevos en una tienda de comestibles. / Y mi hermana mayor era un putón verbenero. / Mi padre dijo un día que ya no podía volver a casa y lo dijo en serio. / Mamá envejeció hasta aparentar mucha más edad de la que tenía, / Se le puso el pelo gris y la vi llorar. / Hablaba siempre de Junior, que se estaba muriendo en prisión. / Pero a los vecinos les contaba que se había ido a la guerra, / Que era valiente y bueno hasta la médula, y que ella no podía estar más orgullosa. / Nuestra casa era un cementerio de automóviles / Alrededor del porche había un montón de neumáticos viejos / Y algunas piezas usadas de Harley Davidson que vendíamos al contado. / Cincuenta agujeros en un viejo techo de hojalata. / Mi familia y yo éramos «la prueba viviente», / Todo el mundo nos llamaba basura blanca pobre. / Y si esto no es country, te beso el culo.» Pues eso. Tal cual.