LANCE CANALES

The Blessing And The Curse
(Music Road Records, 2015)

Lo fácil es recurrir a Tom Waits, por lo de la voz aguardentosa y el origen californiano. A mí me suena más a un Mark Lanegan sin edulcorar aún por el pop y el calificativo de bestia de no sé qué bella (lejos quedan los Screaming Trees, cuando, en efecto, Lanegan era más bestia que bella). Un sonido áspero y brutal. Lo llaman Native Americana (e incluso Latin Rebel: gilipolleces de hoja promocional), por lo de su origen latino, supongo, por lo de los espaldas mojadas, por lo de los cadáveres ahogados a orillas del Río Grande, por lo de la patrulla fronteriza, por lo de las declaraciones del imbécil de Donald Trump, por lo de los coyotes royendo huesos humanos… Tamales sangrientos. Aunque una cosa es segura: Lance Canales ha estado allí, lo ha vivido, ha nacido y se ha criado en los graneros de las colinas de Central Valley, California. Trabajo duro, chamizos, braceros, César Chávez, el Pueblo Cucaracha, Woody Guthrie, Tom Joad, alcohol de contrabando y carreteras… Crecer enfurecido escuchando heavy metal en un granero, entre bostas de caballo y una madre Holly Roller que te arrastra todos los días a la iglesia pentecostal. Confiscarle la guitarra a tu hermana y planear la huida con mucho góspel para, un buen día, pasar del hardcore al blues, porque no hay nada más hardcore que el blues, nada más hardcore que una cigar-box guitar y el fingerpicking del reverendo Gary Davis (¡Amén!). Años de tocar solo y dando tumbos por el basural norteamericano. Un disco en solitario, These Hands (2008), y otro con cómplices, los contundentes Flood, Exit (2012), hasta llegar a este brutal The Blessing And The Curse, de nuevo sin los Flood, pero en compañía de otra gente que tampoco está mal para atracar un banco. Produce Jimmy LaFave con mucha más suciedad que en sus propios discos (¡bien!) y colaboran el grandísimo Ray Bonneville, Eliza Gilkynson y Joel Rafael (de quienes ya daremos buena cuenta en este blog, porque son muy de los nuestros). Tremendo como abre y cierra el disco. Tremendo el Weary Feet Blues con esa percusión de pasos fatigados bajo el sol, tremenda la versión del Death Got No Mercy del reverendo Gary Davis y tremenda (insuperable) la versión del Deportee de Woody Guthrie. Música que no toma prisioneros.