BRENT COBB

Southern Star

(Buddy Records & Thirty Tigers, 2023)

De pequeño, dice Brent Cobb, se te advierte bien advertido que, si te pierdes ahí fuera, lo que tienes que hacer es calmarte y localizar la estrella polar, la estrella del Norte, que te ayudará a encontrar el camino de vuelta a casa. Bien, pero resulta que Brent Cobb es de Georgia, así que en sus extravíos nunca ha buscado la luz de esa estrella prestigiosa, sino que se ha dejado guiar, y lo sigue haciendo, por la única estrella concebible para él, la estrella del Sur. Este álbum, dice, las canciones, los sonidos, los músicos…, es producto del lugar del que procede, tanto musical como ambientalmente (musa y hogar). Desde el punto de vista histórico, y hasta hoy mismo, el Sur es el territorio del que han salido los artistas más influyentes del mundo. La música, tal y como la conocemos, no existiría sin el Sur de Estados Unidos. Y, más específicamente, sin los estudios Capricorn de Macon, Georgia (Allman Brothers, Marshall Tucker, Charlie Daniels…, todos los pioneros del rock sureño, pero también cantantes de soul, leyendas del country y viejos bluesmen; de quienes él ha mamado hasta las heces, desde que era un renacuajo, para confeccionar ese estilo propio que, a falta de una etiqueta oficial, él ha optado por denominar «sureño ecléctico»), los estudios, decía, en los que se ha metido, junto con una panda de músicos locales, para autoproducirse y grabar las diez canciones de este impecabilísimo Southern Star. Dice que se trata de un lugar vibrante a la vez que sentimental. Sencillo y complejo. «Aquí están sucediendo un montón de cosas y a la vez no pasa nada. Están todas esas culturas sureñas, entremezcladas. Otis Redding y Little Richard eran del mismo villorrio de Georgia. Igual que los Allman Brothers. James Brown y Ray Charles crecieron un poco más abajo. Y todos esos sonidos reflejan el Sur auténtico, una música que ha influido en todo el mundo. En mí, desde luego». Y se siente más que orgulloso de poder aportar su granito de arena para que esa estrella sureña siga brillando. En el disco, además, sin comerlo ni beberlo, Brent Cobb nos brinda la que muy bien podría ser nuestra biografía sentimental de los últimos veinte años. En «When Country Came Back To Town» describe pormenorizadamente, mejor que en un ensayo de doscientas páginas, en cinco minutos y siete segundos, el surgimiento renovador e ilusionante del country independiente que vino a dignificar y vivificar lo que la industria y los nuevos hábitos de escucha (quizá habría que entrecomillar mucho lo de «escucha») parecían haber masacrado. Habla de sí mismo, claro es, pero también habla de nosotros, al menos de aquellos que permanecimos atentos, deslumbrados y ansiosos ante todo lo que estaba sucediendo de espaldas al establishment (o, como lo traduciría nuestro grandísimo Torrente Ballester: del cotarro). Nos empieza contando que él estuvo allí cuando Shooter Jennings rebobinó el sonido como un cassette (no en vano, su hermano, Dave Cobb, fue el que produjo el Put the “O” Back in Country, en marzo de 2005, aquel álbum que lo cambiaría todo), y también en la reaparición (y metamorfosis) de Jamey Johnson con la ya mítica «You Can't Cash My Checks», en los tiempos en los que Jason Cope seguía vivo, tocando con Leroy Powell, «haciendo que rimase todo lo redneck». Después de eso, Brent Cobb se mudó a Nashville y nos recuerda en la quinta estrofa que por entonces todo el mundo quería ser Cody Canada, Ryan Bingham o Hayes Carll. Pero claro, nadie cantaba como Brandi Carlile ni escribía canciones como Nikki Lane. Y entonces llega ese momento en que Sturgill Simpson se sube a la High Top Mountain y el country vuelve a la ciudad por la puerta grande. «Más allá de las pickups y las carreteras comarcales, / casi podías oírlo, / aunque suave como un susurro entre los pinos. / Hay quien dice que nunca se fue y hay quien dice que ha sido salvada, / hay quien dice que, como pasa con todo, ha cambiado con el tiempo. / Bueno, lo que está claro, y a mí me alegra haber estado presente, / es que la música country ha vuelto a la ciudad». En el abismo cada vez más grande entre lo comercial y el arte, sigue cantándonos Cobb, ahí tenemos a gente como Miranda Lambert, manteniendo el ritmo en su corazón, «junto a Chris y Morgane y Kasey Musgraves», para acabar diciendo (y podríamos estar diciéndolo nosotros mismos): «Y aquí estamos ahora, dieciocho años más tarde, con una lista kilométrica / con nombres como Childers, Jinks, Price y Whitey, / Hood, Shook, Cook, Cauthen y Combs. / Dios sabe que es imposible nombrarlos a todos, / pero, joder, ahí arriba están Isbell, Eady, Patton, Moonpies, Turnpike, Colter y Crockett. / Y esto es un no parar y seguirán lloviendo nombres hasta que los libros de historia se hagan eco / de todos aquellos que ensillaron sus caballos y condujeron la música country de vuelta a la ciudad». No se podía decir mejor ni de forma más expeditiva. Fuera cenizos y agoreros. Esto está muy vivo y, como muy bien afirma Cobbs en la canción anterior, «Devil Ain't Done» —partamos de que estamos hablando de música del diablo—, si siempre son los buenos los que se mueren pronto —los aseados del pop y sus excrecencias, esto ya es mío, excúsenme—, a nosotros nos va a quedar aún mecha para rato. Ya se sabe: bicho malo nunca muere. Lo demás (ese ruido) es flor de un día. Por algo se llama música de raíz.