TOWN MOUNTAIN

Lines in the Levee

(New West Records, 2022)

Antes de nada, para situarnos, diremos que nos encontramos en Asheville, Carolina del Norte, en lo que en su día formara parte de la nación cheroqui, diezmada por las enfermedades que trajeron los hombres de Hernando de Soto, o lo que es lo mismo, en Altamont, la localidad retratada en El ángel que nos mira, la inmortal novela de Thomas Wolfe, que está enterrado en el cementerio de Riverside, junto a otro eminente lugareño, O. Henry, cerca del río. La ciudad del Grove Park Inn (hoy alrededor de 273 dólares la noche), ya en la ladera de la montaña Sunset, en las Blue Ridge, el mítico hotel donde Scott Fitzgerald bebiese y escribiese sus mejores páginas, y donde luego Suttree, el protagonista de la novela de Cormac McCarthy, pasara cuatro días con su novia. Anywhere, USA, la película de Chusy Haney-Jardine (que ganó un premio especial del jurado en Sundance, 2008) se rodó aquí (también Los juegos del hambre, por los alrededores), pero está claro que la cosa queda muy lejos de ser eso: «cualquier parte de Estados Unidos». Musicalmente, al menos, que es a lo que vamos, la ciudad es un auténtico crisol, no solo por sus numerosos festivales y su larga tradición de música callejera, también por ser la sede de los Echo Mountain Studios (donde han grabado los Avett Brothers y los Band of Horses, y donde también se ha hecho algún trabajo de ingeniería adicional para el disco que hoy reseñamos, grabado en Ronnie's Place, Nashville) y de la Moog Music Inc., la empresa fundada en 1953 que inventó el Moog, el primer sintetizador comercial, seguido del Minimoog, probablemente dos de los instrumentos electrónicos más influyentes de todos los tiempos. Pues bien, aquí, sumando todas esas vastas e intrincadas influencias (musicales y literarias), surgen los Town Mountain, con su peculiar mezcla de bluegrass tradicional, outlaw country y música montañesa de los viejos tiempos (la impronta marginal del sur de los Apalaches que delata su origen). Más rock and roll que bluegrass y más honky tonk que country, como ellos mismos se declaran, con una energía frenética de quinteto de cuerdas punk, pero con hondas raíces en la tradición de Bill Monroe (que, por otro lado, ya era de por sí bastante punk). La cosa empezó en pequeño. Un profesor de historia (Robert Greer) que queda con un colega (Jesse Langlais) en su apartamento para hacer el tonto con el banjo y la guitarra, a los pies de la montaña Town, que luego daría nombre a la banda. Una banda independiente sin sello que se autodistribuía por CD Baby. En su primer álbum de larga duración, Heroes & Heretics, allá por 2008, incluyeron una versión del «I'm on Fire» de Springsteen que se hizo viral y les dio un pequeño impulso, aunque no sería hasta el New Freedom Blues, de 2018, cuando la banda comenzaría a salir del círculo de Asheville, gracias, entre otras cosas, al espaldarazo que les daría su buen amigo Tyler Childers, a quien conocieron tocando en Lexington, Kentucky, cuando este no tenía más que diecinueve años, y que acabaría haciendo un cameo en el último corte de aquel disco («Down Low»), lo que tras mucho bar, mucho festival (dicen que sus conciertos son incendiarios, y no cuesta creerlo), algún que otro premio y bien de carretera, les llevaría a fichar finalmente por un sello importante, nada menos que New West, con quienes han sacado hace un par de meses este Lines in the Levee que tanto recuerda a The Band, esa pasmosa institución musical, no solo por la rotación de voces y armonías, su pavorosa versatilidad, sino también por toda la tradición musical americana que recogen en sus composiciones (la sombra del viejo y añoradísimo Levon Helm es –jubilosamente– alargada). Un sello, el de Nashville, que les ha permitido mantener su feroz independencia, al tiempo que les ha dado la posibilidad de crecer artísticamente, sin inmiscuirse, porque el timón lo siguen llevando ellos y se reservan la autonomía para hacer y deshacer, como siempre han hecho y deshecho allí, en las montañas de casa, conservando su ética y actitud blue collar de currantes jodidos, aquejados de amores perdidos, decisiones difíciles y familias rotas, espíritus libres de botas gastadas, grit lit, si se quiere, pero ahora con un respaldo importante, con mejor armamento (Miles Miller, batería sacado de las filas de Sturgill Simpson, por ejemplo), y alcoholes mucho mejor destilados (resacas menos enojosas –y aunque solo sea por esto, ya compensa–). Cuestión, como canta Greer en «Big Decisions», de pasar menos tiempo viendo el telediario y más tiempo en el arroyo o, como canta Langlais en «Unsung Heroes», de perseverar en los sueños, a pesar nuestro. En definitiva, no cejar, no aflojar ni ceder. Empeñarse y despeñarse si es lo que toca. No quedarse con la miel en los labios al borde del precipicio para luego lamentarse por no haberse lanzado. No vivir de ucronías estériles y, sobre todo, no aburrir al personal.