STURGILL SIMPSON

The Ballad of Dood & Juanita

(High Top Mountain Records, 2021)

Seis años han pasado ya desde que reseñamos por aquí el Metamodern Sounds in Country Music, el segundo álbum de Sturgill Simpson. Desde entonces han pasado muchas cosas y/o, mejor dicho, él mismo, el propio Sturgill, ha pasado de muchas cosas (traduzcamos al cristiano de a pie de calle: «de muchas gilipolleces»), pasotismo que a muchos hizo que se les atragantase el desayuno y les hirviese la hiel, lo que a nosotros (el ver a todos esos tristes hervir) no hizo sino volvérnoslo cada vez más simpático. Gente que se cagó en él por sus desplantes (que desde aquí celebrábamos porque ya era hora de que alguien llamase a las cosas por su nombre –«mierda» a la mierda, por muy bien envuelta que pretendan vendérnosla– e hiciera lo que le viniera en gana, incluso con sus sintetizadores, su animé, su hard rock y su psicodelia). Luego vinieron los dos Cuttin' Grass, bluegrass a pelo y sin concesiones, que nos salvaron del aburrimiento generalizado de la puta pandemia, en su propio sello, para no pedir cuentas a nadie, High Top Mountain (con el que además inició su colaboración con la distribuidora Thirty Tigers), independiente y anárquico. Y así llegamos a estos veintiocho minutos de gloria de La Balada de Dood y Juanita, escrito y grabado en menos de una semana, con los mismos músicos de las sesiones de los Cuttin' Grass, los Hillbilly Avengers. Un disco conceptual de «country tradicional, bluegrass y música de montaña», en la línea de aquellos discos gloriosos que grabó Willie Nelson (cuya guitarra, «Trigger», inconfundible, suena a «pura vida» en el tema «Juanita») con Atlantic, el Shotgun Willie y el Phases and Stages, o un año después, en 1975, ya en Columbia, el legendario Red Headed Stranger. Un proyecto que cualquiera consideraría impensable en los tiempos que corren, estos tiempos de atención mínima y de lentitud cero, época de descargas, número de escuchas y canciones solitarias. Y de nuevo, Sturgill, vuelve a hacer lo que le tiembla, de espaldas al mercado, a la industria y a todos sus patéticos hierofantes. Tradicionalismo y rebeldía. El disco es, justamente, lo que anuncia la ilustración de la cubierta. Un breve western crepuscular. La historia de un hombre de las montañas de Kentucky, allá por 1862, el viejo Dood, mestizo, hijo de un minero y de una india shawnee, que marcha en busca de su esposa secuestrada, Juanita (la mujer que le calmó la rabia), con su rifle Martin Maylin (con el que es capaz de volarle las pelotas a un murciélago, recargar y volver a dispararle antes de que toque el suelo), su mula, Shamrock, fiel coceadora de coyotes (de una coz los manda a la estratosfera y no aterrizan, descuajaringados, hasta, mínimo, el año siguiente) y su perro, Sam, el mejor amigo que puede tenerse en esta tierra tan ingrata y desabrida. (Salvo el rifle, cada personaje cuenta con su canción.) El disco relata esta historia de rescate y venganza. La persecución del bandido, el infame Seamus McClure, que secuestró a Juanita para vendérsela a los cherokee a cambio de caballos. Como un pequeño relato de Cormac McCarthy. Meridiano de sangre. Con su prólogo y su epílogo, con su correspondiente fanfarria de Guerra de Secesión sonando de fondo. Una golosina que, por desgracia (aunque probablemente en ello radique buena parte de su goce), se acaba enseguida. Aparte de la guitarra de Willie, aparece la mandolina de Sierra Hull y el banjo impagable de Tim O'Brien. Y se acredita asimismo la participación de Bob Clement, a cargo de los tacos, la sopa de alubias y el brownie, que lo suyo, digo yo, habrán contribuido a la excelente calidad del sonido que se gasta el disco, grabado en el Cowboy Arms Hotel and Recording Spa, en Nashville (el mejor estudio posible, nos aseguran). En la Rolling Stone declaró Sturgill al poco de publicar el disco que este sería su último álbum firmado con su nombre. Que quedaba finalizado el arco de cinco álbumes que tenía previsto desde el principio (los Cuttin' Grass no cuentan). Ahora quiere formar una banda. Y todo nos parece de perlas. Confesamos que aunque saque un miserable disco de salseo y sabrosura, si es de él, será bienvenido. De Sturgill Simpson, como quien dice, hasta los andares. Y en nada lo veremos, por cierto, lucir palmito como bootlegger, junto a Jason Isbell, según confirman, en la nueva de Scorsese, Los asesinos de la luna, basada en el fantástico libro de David Grann. Así que, por aquí, nada que objetar, señoría. Lléneme la copa de lo que a usted le plazca, señor Simpson; que seguro que repito.