EDDIE 9V

Little Black Flies

(Ruf Records, 2021)

Dice Henry Yates en las notas del álbum que los mejores discos de blues logran hacerte pensar que se está celebrando una fiesta en tus bafles. Y los mejores músicos de blues te hacen sentir invitado a ese jolgorio. En esta verbena que hoy reseñamos (suban el volumen sin pedir disculpas) se oye entrechocar de botellas de cerveza, tanto literales como metafísicas. Un buen disco de blues logra emborracharte aunque seas abstemio (y esto ya no lo dice Henry Yates, sino que lo digo yo, y con una botella de cerveza al alcance de la mano, porque de abstemio por aquí poco o más bien nada –«primer paso, bla, bla, bla…»–, pero ustedes ya me entienden, hablo de borrachera metafísica, de sentir y asentir ante ese lamento en apariencia tan ajeno, pero tan incrustado ya en el imaginario colectivo, de reconocer ese dolor y de sonreír porque, de alguna manera, sonreír purga). Brooks Mason, más conocido como Eddie 9V (Nine Volts, por las baterías de nueve voltios), tiene veinticuatro años, es de Atlanta, Georgia (poca broma con eso) y, con su pinta de Roy Orbison, old-school 100%, acaba de sacar en el sello de sus sueños, Ruf Records (con quienes ha firmado para tres discos, ¡bien!), su segundo trabajo, sin perder grasa ni distorsión. Desde que tiene once años ha venido soportando que le digan que tiene un alma vieja. Ya a los seis años le dijo a su madre que era un reencarnado. Su madre se asustó, claro. Pero aprendieron a convivir con ello, con ese señor mayor que oía y tocaba música antigua, la que bailaba el abuelo. El primer álbum, Left My Soul In Memphis, lo grabó en el campo, con su hermano, en la granja lechera de los abuelos, en una pequeña caravana. Ahora la caravana está llena de moho y es un peligro, se cae a pedazos y viven animales dentro. Así que para el segundo lo tuvo claro, volvió a apostar fuerte: si quería que sonara como pretendía tendría que grabarlo en directo, a toma única, si acaso dos. Así que el planteamiento de producción fue parecido a lo que hace uno cuando se muda y se dispone a pintar las paredes de la nueva vivienda: llamas a tus colegas y les dices que va a haber un montón de cerveza y de pizza. Y, tal cual, en eso consistió exactamente la estrategia de producción del álbum en los estudios Echo Deco. Y el resultado suena primorosamente a eso. A cosa viva, a fiesta, a bromas entre tema y tema, a «este año infecto no podrá con nosotros». Un poco como se hacían los discos de blues de los primeros tiempos, ¡solo un día para grabar y arreando que es gerundio! Y las pequeñas moscas negras del primer tema que da, además, título al disco, son las moscas que sobrevuelan la escena del crimen. En el piso de la vecina de arriba se escucha jaleo, y resulta que la vecina de arriba siempre te ha gustado y la cosa apunta a que va a acabar como el rosario de la aurora… Todo es muy visceral. Ha escuchado mucho a Junior Wells y a Muddy Waters. Howlin Wolf le cambió la vida cuando lo oyó por primera vez a los catorce años. Su escuela fue YouTube (para que luego digan de los boomers y las nuevas generaciones). El disco se cierra, precisamente, con una tremenda versión del «You Don't Have to Go» de Muddy Waters, grabada ya con mucha ginebra en el cuerpo, por lo que él mismo cuenta que tuvo que conformarse con cantar y acordarse de la letra, y ceder el solo a su otro guitarrista, Cody Matlock. El caso es que lleva toda la vida empapándose de esa crudeza y no le importa que se escuchen algunos errores menores, lo importante es seguir adelante, no parar, poner todo lo más alto posible y esperar que los micrófonos lo capten. Y lo captan. Captan el tintineo de las botellas y el tintineo de las botellas no es otra cosa que el alma, algo que brilla por su ausencia en casi todas las grabaciones modernas, tan profilácticamente impecables y afinadas. Y, bueno, os dejo ya porque creo que la cosa ha quedado clara y porque, como dice nuestra querida Dirty Marga, esta botella de cerveza está ya para meterle un barco dentro.