RIDDY ARMAN

Ryddy Arman

(La Honda Records, 2021)

Hace poco más de un año, reseñábamos por aquí la demo que tenía colgada Riddy Arman en su perfil de Bandcamp y que, por lo que compruebo ahora, ya no consta en ningún sitio. En aquel entonces, los más avezados, conmovidos por el vídeo de Western AF en el que interpretaba su copla, a lo Jorge Manrique, por la muerte de su padre (el vídeo que, de alguna manera, lo cambió todo al hacerse viral), tuvimos la inmensa fortuna de poder descargárnosla por seis miserables dólares. De haber tenido más dinero en las arcas, de no habernos gastado en cerveza y libros la herencia del abuelo, no hubiéramos dudado ni un segundo en producirle el disco, pero, por suerte, Travis Blankenship y Connie Collingsworth, los maravillosos responsables de La Honda Records (que ya cuenta en su haber con bestias pardas del calibre de Colter Wall, Vincent Neil Emerson y The Local Honeys), la han fichado para lo suyo y, con el gran Bronson Tew (Jimbo Mathus, Dom Flemons, Seratones…) a cargo de la producción (una sesión intensiva de seis días en los Estudios Mississippi de Portland, Oregón), han editado este, su primer álbum, homónimo (como tiene que ser y está mandado, niña). Están, en efecto, las mismas canciones que en la demo, pero arregladas, más tres temas compuestos para la ocasión y una emocionante versión travestida del «Help Me Make It Through The Night» de Kris Kristofferson, a la manera de Sammy Smith, que allá por los años setenta del pasado siglo (jamás pensé que diría algo así; de repente, soy mi abuelo, el de la herencia defenestrada, hablando de tiempos pretéritos), en plena efervescencia outlaw, fue condenada al ostracismo por insistir en interpretarla, ya que los gerifaltes de Nashville (esa escoria infecta que va dejando un rastro de baba pestilente) consideraban que era una canción demasiado vulgar y atrevida para salir de labios de una mujer decente y bien nacida (sin tener en cuenta que Kristofferson, según le revelaría años más tarde al hijo de Sammy, la había compuesto específicamente para ella). También se han incorporado algunos instrumentos (percusión, violines y bajos), y dos o tres voces, pero en el trasvase, como quien dice, nada se ha perdido, continúa intacta la intemperie de las desoladas llanuras de Montana que tan bien transmitía su voz, cálida y potente, en aquellas bellísimas y primitivas demos que hoy atesoramos como oro en paño. Canciones vaqueras, casi elegíacas, interpretadas a la luz de la lumbre, después de una dura jornada de trabajo en el rancho. Perros, vacas, pastos, caballos, callosidades en las manos, brochazo de pecas en la piel curtida al sol y castigada por el viento, tocino friéndose en una sartén de hierro fundido, alambradas de espino, soledad y aullidos de coyotes en los cerros, pero también la desazón del paisaje urbano, la «otredad» y los amores perdidos. Riddy asegura estar viviendo como en un sueño. Hace poco le tocó abrir un concierto para Emmylou Harris, bueno, le tocó abrirlo a ella y a otros doce artistas, pero cuenta Riddy que la Gibson de Emmylou estaba plantada en el escenario y que tuvo que pasar por delante de ella cuando le tocó salir, y claro, no pudo evitar ponerse como un flan, ya me dirás tú, lo que no habrá visto esa guitarra, hasta se tuvo que pellizcar el brazo… El caso es que, pese al año aciago que nos ha tocado vivir, todo está sucediendo a una velocidad de vértigo. Aun así, ella transmite la seguridad y la templanza de quien ha marcado reses y reparado cercas en la nieve a treinta grados bajo cero, y lo tiene muy claro. Su honestidad no corre peligro, parece inexpugnable. Oír el «Spirits, Angels, or Lies» sigue poniendo los pelos de punta, da igual las veces que la escuches, siempre el mismo escalofrío en los pezones, imposible escucharla sin que se te encoja el corazón. Lograr eso es don de pocos. Y ella lo tiene. Y cuando alguien es capaz de llevarte hasta ahí, uno ni lo duda, le deja las riendas. Su música sigue oliendo a bosta de caballo por los cuatro costados, que es una manera de decir que su música huele a verdad. No es música con afeites y perfumes. No hay simulacro. No hay trampantojo. Como dice al final de «Herding Song»: «Me mudé a la ciudad, y me está matando, / hace semanas que mis botas no pisan bosta de caballo, / ahora lo único que apesta es la ciudad». Toda su música reside en la autenticidad que transmiten esos tres versos. Una actitud y una forma de vida. Y una generosidad inmensa. Cuando en septiembre del año pasado reseñamos la demo, nos mandó un mensaje muy cariñoso. A los pocos días, porque somos de natural muy sentidos, le enviamos un regalo a Dixon, Montana. Desde entonces, nos gusta imaginarnos que cuando llega el momento de encender la parrilla en el rancho, Riddy se cala el sombrero y se pone nuestro delantal Dirty. Y, por nosotros, ya estaría. Tan contentos. Alguno vez lo hemos dicho, no tenemos ningún control sobre las cosas que nos conmueven.