KASSI VALAZZA

Dear Dead Days

(2019)

Nació y se crio en Arizona. En los vastos espacios abiertos de Arizona. En un pueblo pequeño en el que nunca pasaba nada, o casi nada, que no es lo mismo pero es igual. Mezquite y sol. Indios navajo quietos bajo la sombra raquítica de algún saguaro. Su padre es músico y a eso se dedicaban casi en exclusiva en casa, a escuchar música y a tocar, porque no había otra cosa que hacer. Mucho Patsy Cline. También Tammy y Loretta. Eso es lo que sucede en los pueblos pequeños, más aún si están en medio del desierto, y más aún, incluso, si están en medio del desierto de Arizona: encuentras algo que te gusta hacer (si es que lo encuentras) y lo haces todo el tiempo. En aquel entonces ella lo odiaba. Ahora vive en Portland, Oregón, y echa de menos todo aquello (vuelve de vez en cuando, la última ha sido para ayudar a su madre, mujer de armas tomar, que acaba de crear una organización para ayudar a los indios navajo desasistidos por la pandemia). Una vez establecida en Oregón, recabó en el bar de Lewi Longmire (a cargo del órgano en este disco), el hoy mítico y referencial Laurelthirst, el local de música independiente con más solera de Portland, sito en el 2958 de la calle Glisan, en el vecindario de Kerns (alrededor de dieciséis conciertos a la semana), donde entró en contacto con la nutrida comunidad musical de la ciudad y empezó a dedicarse a la música de un modo más profesional, quiere decirse, a ganar confianza y algo de pasta (que nunca viene mal, cuando tu intención es vivir, aunque no sea vivir de ello), con su música del desierto. Dicen por ahí que los músicos del suroeste lo llevan siempre dentro. El desierto. Una cierta languidez, un cierto aire de indio quieto bajo la sombra raquítica de un saguaro, ese ritmo lento que en el fondo no es otra cosa que una defensa natural contra el calor opresivo del desierto, junto a una sombría sensación de gravedad, la de haber transitado desde bien canija entre huesos blanqueados, crótalos, paisajes áridos con indios quietos bajo sombras raquíticas de saguaros y un cielo infinito. Y el abuelo peyote rondando en los intersticios, como un coyote flaco siempre al acecho, con su aportación onírica y sutilmente psicodélica, un poco a lo Georgia O'Keefe en su época de Taos y de Ghost Ranch, Nuevo México. Esta mezcla es lo que le da al guiso su punto perfecto. Se lo debemos, ella misma nos lo confiesa, a Cary Sigler, el hombre a cargo de la guitarra eléctrica (cuyo acompañamiento ella considera una suerte de segunda voz) y de los arreglos. Él pide que no se diga muy alto (aunque lo dice con una media sonrisa), pero no le gusta la música country, la detesta, y precisamente de ese desdén, de la unión de ese desapego de él con la pasión de ella por la música del pasado (ella apenas escucha música posterior a los años ochenta, algo de Stevie Nicks y deja de contar), surge la originalidad de su estilo. Country & Western con pinceladas de algo que sí, por qué no, incluso contagiada en la imaginería de las letras, se podría calificar de psicodelia. Kassi rememora voces del pasado y, aparte de Patsy, claro, que es como una roca, confiesa su especial predilección por Lee Hazlewood. Y es en él donde encuentra su mayor referente para explicar lo que hace (o más bien lo que le sucede) con Cary Sigler. Ella escribe la canción, voz acústica y guitarra, y se la pasa luego a Sigler. Al entregársela se da cuenta de que la canción aún no existía, era poco menos que un germen. Solo al pasar por el tamiz de Sigler, que detesta la música country (no lo digas muy alto), es cuando el cuerpo de la canción adquiere realmente visos de existencia. Igual que le pasaba a Lee Hazelwood, muy vaquero, en sus colaboraciones con el guitarrista Duane Eddy, desde el Rebel Rouser hasta el (Dance With The) Guitar Man. Al final es eso, música del desierto, música del oeste, música de saguaros que proyectan sombras raquíticas y de gente solitaria, con olor a polvo y a sudor de caballo, pero con ese algo más que nace del rechazo a la esencia de la música country (no lo digas muy alto). De momento es uno de esos «secretos mejor guardados». Ella, en los últimos dos años (previos a este disco), ha vivido en quince casas diferentes y las nueve canciones que componen el álbum han sido grabadas intermitentemente en todas esas localizaciones, mucho sótano y mucho salón, mucho «quedamos esta tarde en mi casa a las ocho, tráete cervezas». Pero gracias a la magia del ingeniero de sonido Jon Wohlfert, también a cargo de las mezclas, el disco parece grabado en estudio. El álbum lleva ya tiempo agotado, tanto en vinilo como en cd. La descarga esta disponible en su página de Bandcamp. Y yo que tú no me esperaría mucho a hacerme con una copia, aunque sea digital. La pandemia ha parado de golpe el tren, casi justo cuando se disponía a salir de la estación, pero en cuanto la cosa vuelva a ponerse en marcha, esto ya no va a haber quien lo pare. Así, dentro de muy poco, cuando comience a hablarse de ella en todas partes y acabe firmando con algún sello importante, tanto tú como yo podremos rascarnos la tripa, abrirnos otra cerveza y decir: «Ah, sí, yo ya estuve ahí mucho antes, cuando solo había matojos rodantes, olor a pan frito, lagartos asoleándose en la carretera e indios navajo quietos a la sombra raquítica de los saguaros».