MARK GERMINO

Midnight Carnival

(Red Parlor Records, 2021)

Digamos que Mark Germino lee latines de corrido, valga por decir que es un viejo zorro en estas lides, y la espera de veinticinco años (porque no contamos el Atomic Caldlestick de 2006, del que solo existieron cien copias que se distribuyeron entre amigos y aficionados persistentes, poco menos que psicóticos –y bien que me jode no haber sido uno de ellos, porque por lo de psicótico y persistente les ganaba de mano, que voy bien servido–), nada menos que veinticinco años, se dice pronto, desde el fastuoso Rank & File que tanto nos acompañó en aquellos finales de los noventa tan confusos en los que algunos dejamos de escuchar muchas cosas que ya no hablaban de nosotros mismos (aunque las sigamos escuchando ahora de vez en cuando con cierta gratitud nostálgica, porque de algún modo siguen hablándonos de aquella gente extraña que, en efecto, fuimos), la espera, digo, cuando ya lo dábamos por perdido, ha merecido la pena. El caso es que en ningún momento se mantuvo ocioso. Lo hemos sabido luego. Gente de la talla de Vince Gill, Johnny Cash, Emmylou Harris, Loretta Lynn, John Anderson o los Burrito Brothers Deluxe, entre otros, fueron llamando a su puerta para para nutrir sus álbumes a lo largo de los años. Así que cuando él mismo cuenta que el destino y las circunstancias lo situaron fuera del negocio musical, la cosa tiene su matiz. Eso sí, pudo criar a su hijo con más atención y acabó escribiendo, aparte de un sinfín de canciones, tres novelas (inéditas) y un libro de poesía. Y él estaba así muy bien, a lo suyo, lejos del mundanal ruido, cuando un buen día el gran Kenny Vaughn (nuestro guitarrista de cabecera), junto al multi-instrumentista Michael Webb (de Poco) y Brandon Bell (director del estudio Southern Ground de Zac Brown, en Nashville, e ingeniero de los Steep Canyon Rangers, Sarah Jarosz, las Highwomen, los Foo Fighters, Brandi Carlile, Alison Krauss, Miranda Lambert, los Blackberry Smoke y muchos más, pero ya me callo porque luego me vienen con que si abuso), deciden convencerlo para pasarse un día con Tom Comet (bajista de Webb Wilder) y el batería Rick Lonow (de Ryan Bingham), por el susodicho estudio Southern Ground, en la esquina de la 17ª Avenida con MacGavock, allá el la zona alta del Music Row, para grabar un disco, algo a lo que él finalmente consiente aun pensando que se les ha ido la cabeza. Pero la cosa va muy en serio. Y la profundidad, el peso y el ingenio del que hace gala en estas catorce canciones, exprimidas durante años para eliminar la escoria (en palabras suyas: «exprimir la mierda») hacen de este «Carnaval de Medianoche» toda una experiencia. El álbum, como he leído por ahí, es de principio a fin un home run. No tiene desperdicio. Germino sigue siendo un enigma, en parte cantautor, en parte poeta y en parte novelista. Natural de Carolina del Norte, pero adoptado por Nashville allá por 1974, cuando empezó a actuar en los garitos por la noche mientras trabajaba de camionero por el día. A finales de los ochenta y principios de los noventa (cuando nosotros estábamos a pájaros, como quien dice) publicó tres discos en sellos importantes (los dos primeros en RCA, London Moon and Barnyard Remedies, del 86, y The Act of Being Ourselves, del 87), pero la cosa no cuajó. Y entonces, como ya dije al principio, después del disco que nos desvió (junto a los Cash de Rubin y algunos más) del camino que nos llevaba a la pena y al desencanto, desapareció de la noche a la mañana. Por eso su reaparición ha sido para nosotros no solo una sorpresa, sino un auténtico acontecimiento y, aunque probablemente sea una causa perdida, porque la gente está a otras cosas más coloridas, nos resistimos a que pase desapercibido y le damos cabida humildemente en este pequeño reducto, por si alguien pica y se le contagia el entusiasmo. Hay, sí, reminiscencias de John Hiatt y de Steve Earle, y hay, sin duda, y por ahí de nuevo el gancho que siempre nos pesca, mucha literatura, como en el tema, por citar solo uno, «Blessed Are The Ones», en el que reinterpreta las Bienaventuranzas sirviéndose de referencias a Shakespeare, a Rimbaud, a Rembrandt y a Judas para argumentar que ser un redomado cabrón no te niega el acceso a la gracia. Y como los grandes cabronazos irredentos que somos y que seguiremos siendo hasta que vengan a escupirnos en la tumba, porque de esto no se sale (y lo sabes), no podemos por más que estarle eternamente agradecidos. Latines de corrido, ya digo.