TK & THE HOLY KNOW-NOTHINGS

The Incredible Heat Machine

(Mama Bird Recording Co., 2021)

Lo de la sagrada o docta ignorancia con la que se autoproclama esta banda de beneméritos deslenguados tiene su guasa, porque anda que no saben los tíos jodíos. Saben más que los ratones coloraos, que se ve que tienen conocimiento y que saben latín (y yo diría que hasta cinco o seis lenguas muertas más, incluyendo el sánscrito y calculando por lo bajo) porque nunca se han dejado ver ni cazar, para lo que, sin duda, hay que ser más listo que un zorro. Y estos «sagrados ignorantes» de Taylor Kingman saben cosas, y saben todo lo que saben no porque lo hayan leído o les hayan contado, sino porque estuvieron allí y luego les sobraron arrestos para volver y cantarlo. Y ese «allí» del que hablo es la barra de un bar. Un bar en el que, probablemente, tú y yo también nos hayamos derribado más de una vez. Y de la barra de ese bar en el que ellos estuvieron (y del que quizá nunca se hayan marchado, ni quieran o puedan, como los personajes de El ángel exterminador) fluye toda su energía y su desdicha. El caso es que yo quería empezar esta reseña por el final, por la última canción, «Just The Right Amount», la canción de la justa medida, la canción de haber alcanzado, después de muchas cervezas y sinsabores, esas cotas de sabiduría vital y tabernaria de la que los Holy Know-Nothings hacen gala, una de las canciones más emotivas (para un servidor) de lo que va de año (y eso que ya estamos remontando diciembre, ¡qué disco de fin de fiesta, de fiesta rara, más oportuno!). Con permiso, me permitiréis que traduzca. Nos encontramos ante la banda blue-collar por excelencia. Una banda de clase obrera que se gasta la paga en el bar según la recibe. Banda de cantar borracho y sangrando con un micrófono prestado. Banda de tomarse otra cerveza para hacer llorar a los fantasmas de la noche del sábado (de nuevo tú y yo), y luego puede que otra más para ayudarles/ayudarnos a seguir luchando. No se a ti, pero a mí esto me parece casi un himno. Al final Taylor dice: «Él se curtió en el bar / Ahora puede pasarse todo el día bebiendo / Aprendió a apoyarse en sus muletas / Y a bailar roto bajo la lluvia / Tal vez hasta le pareció divertido / Tal vez supo que nunca iba a cambiar / Tal vez al final todo se quede en nada / Pero hace un día precioso». El bar tiene un nombre. Es The Thirst («La Sed» o «El Ansia»), el garito con más solera de Portland, Oregón, un santuario que sigue sobreviviendo a las escenas fugaces y a los promotores inmobiliarios, acogiendo a la clase obrera que, vaya o no vaya finalmente al Paraíso, al menos siempre tendrá un taburete en su barra. Taylor Kingman sigue frecuentándolo casi a diario. Seguro que si vas, te lo encuentras en el escenario o en la barra. Ha tenido muchas encarnaciones a lo largo de su carrera, pero la más querida es esta última, la de TK & The Holy Know-Nothings, con la que ya lleva, con este The Incredible Heat Machine, dos LPs (Arguably OK, 2019, es el que le precede) y un EP de caras B (Pickled Heat, 2020), de lo que él mismo denomina como: «doom boogie psicodélico», Boogie Psicodélico del Fin de los Tiempos. Yo lo compro. La cosa viene también de Enterprise, la misma localidad de la que hablábamos la semana pasada al reseñar el disco de Margo Cilker, al pie de la montañas nevadas de Wallowa. La filosofía es la siguente: «En el fondo, somos unos currantes. Y por eso siempre seremos una banda de bar, sin importar dónde toquemos. Somos músicos y esto es lo único que queremos hacer. Vivimos para las canciones y nos las tomamos muy en serio. Incluso las más estúpidas. Todo es sagrado y por eso ha de ser mutilado por niños». No perder la inocencia y la bondad del sacrilegio. Los temas son los que siempre pueblan las gramolas de los honky tonks y los juke joints. Abuso de sustancias, redención, aislamiento, camaradería, el tiempo fugitivo y la desilusión. La cerveza que desaparece de la barra («I Lost My Beer») y la resaca infernal que te encuentra al amanecer abrazado a un retrete en el que se conoce que vomitaste todo lo que bebiste y ahora la taza anda exigiendo más («Bottom of the Bottle»). Tú y yo hemos estado ahí, y lo sabes. Esta música nos entiende. Habla de todas las noches de sábado que padecimos y padeceremos, porque aquí nadie nos regala nada y no nacimos entre algodones. Cuando le preguntan a Taylor cuál es el mejor y el peor consejo que ha recibido sobre la composición de canciones, ni lo duda. El mejor: «Sigue a tu corazón», y el peor: «Sigue a tu corazón». Pero dejemos al corazón a su aire, que ya tiene lo suyo con lo que tiene. En realidad, el único secreto para componer que él conoce es hartarse de cerveza en vaso de poliestireno en cualquier franquicia de Applebee's. Y, al final, también en sus propias palabras, The Incredible Heat Machine no es otra cosa más que «una gramola embrujada con ruedas y el motor de la luz revisado por el propio Dios. Una locomotora compuesta de partes vivas unidas por una telepatía dentada que le permite avanzar por las vías donde no hay respuesta ni destino final, solo movimiento y sentimiento». ¡Y cómo suena! ¡Y cómo sana! Y vale, sí, venga, muy gracioso, ji ji ji, ja ja ja, yo también me parto, pero devuélveme ya la cerveza, estaba aquí hace un momento, en serio, ya.