JIMMY «DUCK» HOLMES

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Cypress Grove

(Easy Eye Sound, 2019)

En 2006, la Comisión del Blues de Mississippi se sacó de la manga el «Mississippi Blues Trail», un largo camino lleno de hitos que marcan los lugares más relevantes de la historia del blues en el estado de Mississippi (y a veces hasta más allá, a veces, dulce hogar, Chicago). Y en medio de esa ruta, no tan transitada como la vieja, casposa y un tanto circense Ruta 66, basurero de mitómanos, concretamente en Betonia, en la Autopista 49, a unos cincuenta kilómetros al noroeste de Jackson (donde uno se casa de calentura con John o June), sección sureña del Delta del Mississippi, en el condado de Yazoo, entre campos de algodón, se levanta y se mantiene, milagrosamente, el Blue Front Cafe, un pequeño «juke joint» de hormigón pintado de blanco y azul que fue crucial en el desarrollo del blues de Mississippi, lugar de origen de lo que ha venido a calificarse como el «Bentonia blues», el estilo creado por Henry Stuckey en el porche de su casa. Y resulta que el propietario de este local mítico (el «juke joint» más antiguo de Mississippi) es el viejo Jimmy «Duck» Holmes, el último bluesman de Betonia, viejo alumno del viejo Stuckey, como también lo fueron Skip James y Jack Owens, heredero de un blues etéreo, inquietante, hipnótico y rítmico, muy arenoso, sombrío y crudo, obsesivo y adictivo. El último hombre vivo (también creador, con su madre, del Bentonia Blues Festival, allá por 1972, un evento comunitario, muy de vecinos y porches y guisos caseros, que ha acabado convirtiéndose en una cita referencial, uno de los festivales de blues con más solera de Estados Unidos). Al principio, en los setenta y a principios de los ochenta, Jimmy «Duck» Holmes grabó con gente como Lomax y David Evans, blancos visionarios y rescatadores. Y la cosa siguió así después con el álbum que grabó para Fat Possum Records (Gonna Get Old Someday), gente del punk que entendió que no había nada más punk que el blues del Delta, el blues de los viejos bluesman que malvivían entre chatarra oxidada a orillas del Mississippi. Todo muy de etnomusicología y de lucha contra el olvido. Todo muy heroico y de lo más elogiable. Y la cosa ha seguido siendo así hasta ayer mismo, esta vez de la mano de Dan Auerbach, que produce y rinde su guitarra en todos los temas de este disco. Una cosa está clara (pasa lo mismo con Jack White, al que tantos detestan, allá ellos con su tristeza geriátrica), nos podrán gustar más o menos los Black Keys (o en su caso los White Stripes), pero lo que es innegable es que estos dos muchachos han oído música, más que tú y que yo (probablemente rozan lo enfermo), y que a diferencia de otros que se santiguan para protegerse ante los sonidos raros y «modernos», estos tipos le profesan un respeto inmenso a lo auténtico y a lo descarnado. Pero es que, además, no solo lo declaran para quedar de fábula en las revistas especializadas, sino que dedican buena parte de sus emolumentos a conservar ese sonido y ese desgarro, sin concesiones. Y eso es lo que ha hecho precisamente en su sello Dan Auerbach con este Cypress Grove, que es, por decirlo rápido y claro, un puto milagro. Rural y explosivo. Impredecible. Lleno de sudor, saliva y cerveza caliente. Sin embustes. Absolutamente tradicional y absolutamente moderno. Muy bestia. Así que no nos queda más opción que agradecérselo, señor Auerbach. Un acto radical de amor inmenso.