PAUL BURCH

Meridian Rising
(Plowboy, 2016)

Paul Burch es Dios. Punto pelota. Este disco, el décimo desde que emergió de la densa humareda de aquellas noches maratonianas en el mítico Tootsie’s Orchid Lounge de Nashville, lo confirma (de nuevo). Y es que no se puede tener más clase. Para quitarse el sombrero, y no una sino veinte veces, una por cada tema del disco. Paul Burch ha sido siempre el puto amo, desde su Pan American Flash de 1996 no ha dejado de obrar prodigios, lo cierto es que siempre ha hecho lo que le ha salido de los santos cojones, y eso es muy de agradecer, sobre todo estando la industria como está, tan llena de sucedáneos y de viejas glorias que viven del cuento (Loretta Lynn, ¿qué coño has hecho?). Lo que pasa es que este tío, simplemente, es químicamente incapaz de hacer un disco malo. No puede. Pero es que, además, con este último (de lo mas kamikaze) se ha salido del mapa (de nuevo). Esta vez la magia es una «autobiografía imaginada» de Jimmie Rodgers, «the Singing Brakeman» «the Blue Yodeler», el Padre de la Música Country, y suena a gloria bendita (muy en la línea de aquella otra delicatessen que cocinó hace unos años el gran Loudon Wainwright con Charlie Poole). El guiso tiene todo los ingredientes que nos gustan: Delta blues, Hawai, Dixieland, New Orleans, rockabilly y C&W de lo más rústico. Está cantado por Paul Burch en primera persona, como si hablase el propio Jimmie Rodgers, todo muy honesto, «aunque no necesariamente cierto», y de nuevo al frente de su antigua banda, la exquisita WPA Ballclub con el viejo Fats Kaplin supervisándolo todo, y una nada desdeñable retaguardia cubierta por los Meridian Risin’ Players, entre los que militan nada menos que Jon Langford, de los inmortales Mekons, Richard Bennett y el gran Tim O’Brien con su bouzouki. No se puede pedir más. Es como en la viñeta de aquel cómic remoto que andaba por las estanterías de la casa de mis padres. Creo que era un Hazañas Bélicas. Están dos soldados en una trinchera en medio del fragor de la batalla. Ha explotado algo y están jodidos, pero parece que la pesadilla ya ha terminado. Hacen recuento de lo que conservan (entre otras cosas: la vida). Hablan de la suerte, del azar, de la vuelta a casa, de las cosas buenas… y al final uno le dice al otro: «¿Qué más quieres?», a lo que este no duda en responderle: «Morir de viejo». Y si recuerdo ahora aquella viñeta es porque esa es exactamente la sensación que tuve hace un par de días en cuanto llegué a casa, abrí el cd y escuché este increíble Meridian Rising (que, aparte, da gusto abrirlo, porque está fabricado con muchísimo gusto, el cuadernito desplegable es una delicia, vamos, que no es una mierda de digipak en el que todo te lo ha maquetado ese amigo moderno que tienes que dice que se maneja «de puta madre» con el InDesign y que merece una muerte agónica y lenta). Pura y simple felicidad. Eso es Meridian Rising. ¿Y que qué más se puede pedir teniendo una música así? Pues exactamente eso: morir de viejo.

BILLY JOE SHAVER

Everybody’s Brother
(Compadre Records, 2007)

Hay muchos, demasiados, «outlaws» de salón (que no de «saloon», pues somos muy forofos de los «barflies», aunque no sean más que eso, o quizá precisamente porque no son más que eso: tristes parroquianos de Fat City), mucho «honky tonk hero» fashion y de postureo que cantan a la legua, vamos, que son un cantazo, verlos da como vergüencilla ajena, son impostores, pueblan anualmente las galas del CMT (ese canal infernal en cuya entrada debería rezar la inscripción: «Lasciate ogni speranza, voi ch’entrate», esto es «Abandonad toda esperanza los que entráis», como en el Canto III del Infierno de Dante), no lo han vivido, beben refrescos, piden disculpas y, como te descuides, le echan limón a la cerveza, votan siempre a los que tú ni apuntado con un rifle votarías y suenan exactamente a esa mierda: a cosa digerida y descafeinada, puro cuento. Y estarán de acuerdo conmigo en que nada puede sonar peor eso… Exactamente todo lo que no ha sido, no es ni será nunca Billy Joe. Porque tal y como él lo vivió y lo sigue viviendo, así lo canta y lo seguirá cantando hasta que le reviente el corazón, y si no te gusta, puedes irte al infierno (pero cuidadito con tocarle mucho las pelotas, ándate con ojo, porque si te tiene que pegar un tiro te lo pega, recuerda el incidente del Papa Joe's Texas Saloon de Lorena del 31 de marzo de 2007; luego no digas que no te avisé). Billy Joe siempre ha estado en la sombra, en un segundo plano, impredecible, crudo y honesto, pero fue quien lo inventó. La etiqueta y los derivados vendrían luego. Preguntadle si no a cualquiera de los que acudieron a sus canciones para darse verosimilitud y empaque. La lista es conmovedora: Johnny Cash, Willie Nelson, Waylon Jennings, Kris Kristofferson, George Jones, Bob Dylan, Elvis Presley… Ya lo dejó claro él mismo en la primera frase de su autobiografía (Honky Tonk Hero, editada por University Of Texas Press en el año 2005, una joya de libro, por cierto): «Ni siquiera había nacido aún cuando mi padre intentó matarme por primera vez». Cuando el borracho de su padre les abandonó y desapareció del mapa, Billy Joe se crió con su abuela y, de vez en cuando, acompañaba a su madre al nightclub de Waco donde trabajaba. Allí entró en contacto con la música country. En octavo dejó el colegio y se dedicó a recoger algodón. Estuvo en el ejército y fue cowboy de rodeo. Apenas llegaba a fin de mes y perdió dos dedos de la mano derecha trabajando en un aserradero. Con esa mano mutilada aprendió a tocar la guitarra. Se casó y se divorció varias veces de la mujer que amaba, Brenda Joyce Tindell. Tuvieron un hijo, Eddie. Hizo autoestop y llegó a Nashville, donde consiguió un trabajo de «songwriter» por 50$ a la semana. Waylon Jennings grabaría su mítico álbum Honky Tonk Heroes (1973) con canciones suyas. Su madre y Brenda murieron en 1999. Al año siguiente murió su hijo, Eddie (excelente músico), a causa de una sobredosis de heroína… Y todo eso se oye en su voz. Pues bien, este no es, ni con mucho, su mejor álbum. Pero lo hemos escogido porque se acerca la Pascua y se trata de un disco casi 100% «honky tonk gospel». Producido por John Carter Cash, contiene dúos con John Anderson, Marty Stuart, Tanya Tucker, Bill Miller, Kris Kristofferson y, gracias a la tecnología, con un Johnny Cash que ya llevaba cuatro años muerto en el momento de la grabación. «You Just Can’t Beat Jesus Christ», el tema que cierra el disco, es, sin duda, la guinda del pastel. Y nada mejor, en esta época de zombis y resucitados que es la Semana Santa, que este temazo, mano a mano con un Johnny Cash recatado de entre los muertos. Y es que da igual que creas o no creas (en lo que sea), porque si lo dice Johnny, crees y Santas Pascuas. «Praise the Lord guitar».

DEER TICK

Born On Flag Day
(Partisan Records, 2009)

De todos los lugares del mundo, Providence (Rhode Island), cuna de mucha música «cabreada» (como la que perpetran los grupos que militan en el sello Load Records: Lightning Bolt, Noxagt, Sightings, Landed, Arab on Radar, Brainbombs, The White Mice y Pink and Brown, entre otros, bandas de música «noise» y experimental, «ruidismo» puro y duro, muy intenso y muy cansino si te interesa abrir otras puertas y airear un poco la casa…), es el lugar con menos probabilidades de dar a luz un grupo como Deer Tick, que más bien parece sacado de algún basural o chatarrería del sur profundo (tanto por estética y por olor, como por raíces). La leyenda dice que John McCauley, el líder de la banda, descubrió a Hank Williams a los dieciocho años, encerrado en su habitación con un disco del viejo Hank y una botella de brandy. Pero cuando le preguntan, dice que no fue para tanto (lo del encierro), que de vez en cuando salía a cagar y eso. Lo de Williams, en cambio, sí fue para tanto, para tanto y mucho más. Un auténtico flechazo. «Es puta música», dice, «así de claro, ponle la etiqueta que quieras, y si tienes algún problema, por mí te lo puedes meter por el culo. Es música que nos gusta y punto». De hecho, también escuchan a los Replacements, a los Beastie Boys y a Nirvana, y de vez en cuando hasta se reencarnan en un grupo autodenominado Deervana con el que se lían a hacer versiones de In Utero como si no hubiese mañana. Lo del nombre de la banda, Deer Tick, procede de un exceso de senderismo por el bosque estatal de Morgan-Monroe, en Bloomington (Indiana), en el verano del 2005, en la época en la que John trabajaba de proyeccionista en un cine y de camarero en un restaurante chino (de donde puede que proceda «Dirty Dishes», ese increíble tema de su primer álbum –War Elephant–, que aún me sigue poniendo los pelos de punta cada vez que lo escucho). Y la cosa no tiene que ver con lo paranormal (los asesinatos que se cometieron en la cabaña de Draper, una cabaña de troncos de más de ciento treinta años de antigüedad que aún se puede alquilar para pasar la noche y en la que, por lo que se conoce, suceden cosas extrañas; un sitio muy Sam Raimi y Posesión Infernal…), sino con garrapatas. No fue un tipo saliendo del bosque con un hacha, ni siquiera un triste zombi, lo que le saltó al cráneo al bueno de McCauley, sino una vulgar y asquerosa garrapata. El resto es historia. Born On Flag Day fue su segundo disco. Voz rasposa, pelo sucio, gafas aviator, diente de oro, muchos tatuajes y camisa western, para unas canciones en las que se entremezcla el «freak-folk» (sí, existe tal cosa, no me tiren de la lengua, he puesto las comillas con toda la intención mordaz del mundo…) y los ingredientes básicos de toda buena canción country que se precie: mujeres, alcohol y arrepentimiento. No me extraña y, es más, celebro, que haya sido uno de los escogidos para relevar a la vieja generación «off-off-off-outlaw» en la segunda y esperadísima parte del seminal Heartworn Highways. Hace poco a una periodista de la revista Esquire le sorprendió encontrarse a McCauley con el pelo limpio y peinadito. Le dijo que le sorprendió no haberle visto en el concierto de la noche anterior abrir botellas de cerveza con los dientes. «Eso fue porque solo nos dieron latas», le respondió McCauley. Delicioso y necesario garrapatismo.

 

PREY UK

 

Culpable o no, si te persiguen los maderos, hay que correr. 

Esta premisa sirve para estas tierras y, por lo que se ve en PREY, en Yorkshire, Manchester, la cosa también funciona así.

PREY, serie producida por RED PRODUCTION COMPANY e ITV STUDIOS, consta de dos temporadas de tres episodios que te hacen sudar como una buena sesión de footing, aunque no te muevas del sofá.

Cañera, trepidante y realista, los protagonistas tienen barriga porque comen muchas chocolatinas y beben muchas pintas de cerveza al salir del curro, no como en los thrillers gringos, en los que las tías tienen unas tetas y unos culos de infarto, y los tíos se gastan unos pectorales más grandes que mi cabeza.

Claro que, como ya he dicho, eso no les impide correr como descosidos cuando les persiguen.

Traición, deslealtad… después de ver PREY vas a mirar a esos colegas de los que tanto te fías de una forma muy diferente, te lo aseguro.

Cada temporada se centra en un caso que empieza y termina con los tres episodios. Como un buen libro de relatos.

Yo me lo he pasado como un enano viendo el modo en que los inocentes son acosados por cosas que no han hecho.

Si eres de los que se apuntan al gym y luego no van, PREY te va a ayudar a quemar esa grasa de tu cuerpo que no te gusta gracias a los botes que vas a dar en tu sillón disfrutando de esta serie.

Sin la menor duda, la recomiendo.

 

ROBBIE FULKS

Gone Away Backward
(Bloodshot Records, 2013)

En pocos días llegará a la granja de Dirty Works el nuevo disco de Robbie Fulks (Upland Stories). Dicen que sigue en la misma línea que el anterior (este que hoy reseñamos aquí y que no hemos dejado de escuchar desde que salió hace ya casi tres años; imposible no ponerse en bucle el «Long I Ride», pura medicina, hermanos), y nada puede alegrarnos más que una noticia como esta. Desde que Gone Away Backward hizo su celebrada aparición en 2013, el mundo es un poco mejor. Fue el álbum que supuso el regreso de Robbie Fulks al sello que le vio nacer, y nada menos que con los Apalaches metidos entre las cuerdas de su guitarra. John M. Tryneski lo explicó tan bien en su día que no merece la pena tratar de inventarse una descripción más precisa: «En cuanto al sonido, este disco suena como si hubiese estado oculto en algún olvidado valle de los Apalaches desde el final de la Segunda Guerra Mundial, esperando ser descubierto». A un lado quedan las maravillosas versiones de Michael Jackson (Happy: Robbie Fulks Plays the Music of Michael Jackson) e incluso su rendida reinterpretación del «Irreplaceable» de Beyoncé, incluido en la divertidísima colección 50 Vc. Doberman 50 song digital release, virguerías con que al bueno de Robbie le gusta sorprendernos de vez en cuando para hacernos más felices; a un lado queda, decíamos, su humor, su desfachatez y su «payasismo» (dicho esto de la payasería en el mejor de los sentidos, en el sentido más Felliniano posible: Robbie Fulks es un tipo genial y desternillante, honesto e impredecible, aparte de tremendo virtuoso del fingerpicking, bastante punky además, «country sin fronteras», como dijo también alguien por ahí; escuchen, si no, cualquiera de sus clásicos: «Let’s Kill Saturday Night», «She Took a Lot of Pills (And Died)», «Roots Rock Weirdoes», «She Must Think I Like Poetry», por citar solo cuatro hitos de su extensa carrera, este es su álbum número 12, el que viene ahora es el 13, ¡qué nervios!). Y es que Gone Away Backward es un regreso a los orígenes, al banjo que le arrebató un buen día a su tía en la granja cuando solo tenía cinco años, un regreso a su infancia en Virginia y Carolina del Norte, o antes aún, a los campos de York, Pennsylvania, a la gente con la que convivió y padeció en las montañas antes de trasladarse a la escena alt-country de Chicago y mandar a tomar por culo a la ciudad de Nashville con aquel glorioso himno que a mí tanto me gusta canturrear cada vez que veo un capítulo de ese espanto de serie de la ABC que responde al nombre de Nashville (y que me está haciendo odiar a Buddy Miller y a Jim Lauderdale, algo que parecía imposible y que es absolutamente imperdonable), me refiero al temazo «Fuck This Town» de su segundo disco, South Mouth… Un regreso a los orígenes, por cierto, que queda asimismo simbolizado en su vuelta al sello de los «inyectados en sangre». Lo dice claramente en «That’s Where I’m From»: «Can’t tell I'm country? / Just you look closer / it's deep in my blood.». Porque lo lleva en la sangre. En propias palabras de Robbie, el atraso al que hace referencia el título del disco (cita de algún oscuro rincón de la Biblia) no solo se retrotrae en términos de nostalgia por el pasado, nostalgia agridulce por el pasado, sino también en el sentido, muy actual, rematada y jodidamente actual, del atraso al que nos ha sometido la puta recesión y los malos tiempos que nos han tocado vivir. En ese sentido, no es un álbum sobre el pasado, sino un álbum sobre el presente. Canciones que, pese a su aire nostálgico, siguen sangrando. Gracias, Robbie.

VINYL

 

Sexo, drogas y discográficas.

¡Madre mía, cómo está la cosa con tan solo tres episodios que llevamos de VINYL!

Uno se pregunta cómo es posible que el amigo SCORSESE no pare de enlazar coñazos con sus últimas películas y en lo que se refiere a las series el colega se esté saliendo.

Después de BOARDWALK EMPIRE, MARTIN, secundado por MICK JAGGER, TERENCE WINTER (LOS SOPRANO) y con producción de HBO, ha llegado con VINYL para dejarnos a todos con la boca abierta y unas ganas tremendas de irse de mambo después de ver cada episodio.

La VELVET UNDERGROUND, LED ZEPPELIN, NEW YORK DOLLS, ALICE COOPER y un largo etcétera de bandas que en los 70, se partían el pecho en los escenarios, desfilan por VINYL. 

Toda la trama, ambientada en NEW YORK, gira en torno a RICHIE FINESTRA, ejecutivo y presidente de AMERICAN CENTURY, que trata de sacar de nuevo a flote su discográfica a base de huevos y rayas. 

RICHIE FINESTRA está interpretado por un inmenso BOBBY CANNAVALE, que ya se salió en su interpretación del gangster siciliano GIUSEPPE "GYP" ROSETTI en la tercera temporada de BOARDWALK EMPIRE.

¿Será BOBBY el nuevo DE NIRO de SCORSESE para las series? 

¡¡¡Ojalá!!!

Si no te mola el rock and roll... no la veas, si no te mola el trabajo sucio... no la veas, y si recientemente has salido de una clínica de intoxicación por adicción a las drogas, ten cuidado porque puedes caer de nuevo.

Los demás no lo dudéis ni un segundo, VINYL es la nueva serie que lo peta.

 

SOUTH MEMPHIS STRING BAND

 

“Old Times There…”
(Merless Records, 2012)

Pienso en los «súper-grupos». Una fórmula que, por lo general, no funciona; o funciona a ratos, como la lámpara de mi mesilla de noche. A veces porque ni siquiera se vieron, porque hubo un hombre que ni siquiera estuvo allí (el eterno debate de si Johnny Cash estuvo presente o no el día que Jack Clement dijo «¡Coñó! –así: con acento en la segunda «o»– y le dio al «rec» pensando en los millones de dólares que iban a sacar de aquel instante); a veces por el efecto «Consorcio», reunión de artistas con carreras hundidas o a punto del desahucio que se juntan (normalmente por sugerencia de una casa discográfica que no sabe qué hacer con ellos) para revitalizar un poco sus carreras languidecientes vendiendo básicamente humo y, ya de paso, conseguir algunos bolos nostálgicos (es el caso de los Highwaymen, el único que no lo necesitaba realmente era Willie Nelson, incombustible hasta el día de hoy y en plena forma: habría estado muy bien verlos en directo en uno de aquellos estadios, oír sus discos ya es otro cantar, y nunca mejor dicho, un ejercicio de masoquismo mucho más desolador –y que conste que los adoro, a los cuatro, tanto juntos como por separado–); otras veces porque entre los que componen el súper-grupo siempre hay un Coloso o un Iceman de los X-Men que no interesa a nadie, alguien al que incluyen porque es colega y no le vamos a decir que no, aunque cuando le toca cantar o interpretar una de sus canciones el castillos de naipes, ya de por sí bastante inconsistente, se viene abajo (pienso ahora en los Texas Tornados, ¿Freddy Fender?, ¿hablamos en serio?). Los Super 7, los Flatlanders, los Resentments, los Traveling Wilburys, más recientemente los Hard Work Americans (no me meteré en el mundillo del Hard Rock porque aún es muy temprano para vomitar), supongo que porque la carretera es solitaria y los moteles son deprimentes y la cosa se lleva mejor en compañía. Tener a alguien con quien llorar, alguien con quien emborracharse, alguien a quien poder pegarle una paliza, alguien a quien poder culpar, alguien que recoja tus pedazos… Es el rollo All Star o Dream Team. Como si fuésemos imbéciles. Por lo general, ya decíamos al principio de tanto exabrupto: un fiasco. Pero, en ocasiones, ocurre el milagro. Y la cosa no solo funciona, sino que, además, rueda como un puto Cadillac. Es el caso de la South Memphis String Band. Luther Dickinson (de los North Mississippi Stars y los Black Crowes), Alvin Youngblood Hart y Jimbo Mathus (de los Squirrel Nut Zippers y de tantas otras cosas; últimamente está hasta en la sopa, y no es mala cosa para encontrársela en tu sopa, si saben a lo que me refiero…). Gente que se ha juntado por amor a un sonido, que se ha reunido para convocarlo, para intentar reproducirlo. Algo cercano al vudú. El sonido glorioso, crepitante, sucio, crudo, despojado de Blind Willie Johnson, Charley Patton, Jonny Lee Moore, Mississippi Sheiks y A.P. Carter. En principio, teniendo en cuenta lo que se escucha por la radio, más una fórmula destinada al fracaso que para la gloria. Un acto de amor. De respeto a la tradición y al legado de los viejos maestros. Suena a reunión en el porche de un chamizo a orillas de un río apestoso. A hoy es viernes y ya no hay que volver a la fábrica hasta el lunes. A fiesta de Navidad en casa de Guy Clark en los extras de Heartworn Highways. A cada vez estamos más borrachos y nostálgicos pero no paremos porque la noche es larga. A cada vez más botellas de bourbon y latas de cerveza vacías. A banjo que ya ni suena bien ni falta que hace. A banda de hace ochenta años. El viaje en el tiempo ocurrió por primera vez el 19 de enero de 2010, con el disco Home Sweet Home. Banjo, mandolina, dobro, armónica y kazoo. Y percusión de pateos y lo que tengas más a mano. Este es su segundo disco. Lo he escogido sencillamente porque la cubierta me gusta más. Los dos son gloriosos.

 

JUST ONE MORE

A Musical Tribute To LARRY BROWN (A Great American Author)
(Bloodshot Records, 2007)

Marie Annie Brown, la mujer de Larry, cuenta que su marido amaba la música. Absolutamente. Por encima de todas la cosas. Piensa que en muchas ocasiones anheló tener el talento para poder ganarse la vida con la música. Todas las noches se quedaba un rato tocando la guitarra. Los días que, por lo que fuera, no podía, decía que había sido un día perdido. Y se ponía triste. Tim Lee, productor y compilador de esta joya de Bloodshot Records (un sello cuyo catálogo, nunca nos cansaremos de decirlo, es una inagotable mina de diamantes), nos cuenta que en la tarjeta de Larry Brown no ponía ni «escritor» ni «bombero», sino «ser humano», un ser humano profesional que, como a tantos otros, le encantaba la música (algo que, como cualquiera que lo haya leído podrá atestiguar, quedó siempre de manifiesto en su escritura). En su paso por el mundo (dolorosamente breve, ¡maldita sea!), llegó a conocer a muchos músicos y viceversa, muchos músicos llegaron a conocerle a él, a él y/o a su obra (Bob Dylan ha dicho en varias ocasiones que Larry Brown es uno de sus autores favoritos; ver nuestro Dirty File: http://www.dirtyworkseditorial.com/dirtyfiles/2015/7/7/north-mississippi-allstars). A su muerte, cuando se planteó la idea de hacerle un tributo, Tim Lee pensó que no habría nada mejor que un disco en que se diesen cita sus amigos, colegas y fans del mundo de la música, el tipo de antología que Larry hubiese disfrutado mientras viajaba en su camioneta «hacia la penumbra» con una neverita llena de cervezas y algo en el bolsillo de atrás que quemase al tragarlo (ver nuestro Dirty File: http://www.dirtyworkseditorial.com/dirtyfiles/2016/2/24/recordando-a-larry-brown). Algunas de estas canciones se escribieron para el disco («Song For Fay», de Caroline Herring, «Going Down With Larry Brown», de Madison Smartt Bell & Wyn Cooper) y otras ya existían, pero, «afortunadamente», afirma el productor del disco, «logramos juntar algo que fluye con suavidad, como una cerveza fría en una calurosa tarde de Mississippi». «De vez en cuando», apuntaba Larry en las notas interiores del disco Homegrown, de los Blue Mountain (la banda del hermano gemelo del bajista de Wilco, para más señas), «te encuentras con un grupo de músicos que se ha juntado como el reparto de una obra de teatro para representar una visión perfecta de su arte en una única ofrenda sin costuras, una única voz que surge de todos ellos como una única, bellísima, nota. Y al escucharles uno sabe que, cada cual por su lado, se ha pasado incontables horas apartado en algún lugar, puliendo y perfeccionando su habilidad con su instrumento particular, haciendo que sus dedos y sus manos ejecuten nuevos y complicados movimientos, memorizando todas las canciones, guardando toda esa práctica como las palabras de un libro en una estantería. Hacer eso lleva años y se tiene que desear terriblemente, o se tiene que amar terriblemente, o ambas cosas… Supongo que por eso amo y respeto tanto a los músicos. Hacen lo mismo que he hecho yo, practicar una cosa una y otra vez, durante años, en un intento de llegar a donde quieren llegar». En este disco, el reparto de la obra no puede ser más glorioso: Greg Brown, Alejandro Escovedo, Scott Miller, T-Model Ford, Robert Earl Keen (a quien Larry le dedicó un extenso artículo en la revista No Depression que no tardaremos en traducir para los Dirty Files; permanezcan atentos a sus ordenadores), Vic Chesnutt, Ben Weaver (el favorito de Larry), Jim Dickinson y los North Mississippi Stars, entre otros, pero, aún así, no hay nada más emocionante en el disco que el último corte, «Don’t Let The Door», escrito e interpretado por el propio Larry Brown con su guitarra, en compañía de Clyde Edgerton, en su salón. Los pelos como escarpias… Larry, te fuiste demasiado pronto. Descansa en paz, hermano.

*Nota adicional: No me sean ruinacos, compren el disco. Parte de las ganancias irán destinadas a la Larry Brown Fund, una fundación sin ánimo de lucro dedicada al apoyo de las artes en el estado de Mississippi. 

NATHAN HAMILTON

 Tuscola
(Steppin’ Stone Records, 1999)


En otro momento hablaremos de los Sharecroppers y de su siguiente encarnación, la Good Medicine Band (porque ya había por ahí haciendo ruido otra banda de «aparceros»), el granero de Texas donde se generaron buena parte de las canciones que componen este deslumbrante Tuscola, un álbum que Nathan Hamilton tardó en cosechar la friolera de 10 años (lo cual nos situaría allá por 1989; y a saber las mierdas que estaríamos escuchando por aquel entonces). Y si me decido a empezar por Tuscola es porque este álbum, junto con el Girl From Arkansas de Rod Picott, el Last Call de Stephen Simmons, el Flowers and Liquor de Hayes Carll y el Not Forgotten de Malcolm Holcombe, que entraron el mismo año en mi lector de CDs (y aún no se ha recuperado), en algún momento del 2004, marcaron un importante punto de inflexión en mi vida (y supongo que en la vida de quienes me toleran, claro, entre ellos mi perra, que ladra cuando algo no le gusta, como el vecino de al lado); algo muy parecido a lo que ocurrió tras el visionado obsesivo (y extremadamente compulsivo) de Heartworn Highways (¡Amén!). De golpe y porrazo, todo dejó de ser solo Cash, Waylon, Kristofferson, John Prine y las malas bestias que nos descubrió el poco menos que germinal documental de James Szalapski. Después de escuchar aquellos cinco discos, ya no hubo vuelta atrás. De los otros cuatro ya hablaremos también en otro momento. Hoy quiero detenerme en Tuscola, el de Nathan Hamilton, por ser el primero de él que cayó en mis manos, el disco con el que debutó en solitario, si bien es cierto que con algunos de los pistoleros de los Sharecroppers cubriéndole las espaldas (luego perpetrarían el que para mí es, sin duda, el mejor directo de todos los tiempos: LIVE at Floore's Country Store, pero ese es otro tiroteo). El bueno de Nathan procede de Abilene, Texas, de escuchar a Ray Price en el asiento trasero del coche de su padre, que militó en varias bandas country, haciendo versiones de Jimmie Rodgers y de Hank Williams. Como tantos otros, Hamilton debutó de niño en la iglesia, con seis añitos, acompañando a su padre que, claro, era del este de Tennessee (ergo: bluegrass y música de montaña). Su hermano mayor siempre fue más de Elvis Costello y tocaba el bajo con los Tornado Alley de Jesse Taylor, gente tatuada y de pelo largo que, a veces, se quedaba a dormir en su casa, camino del siguiente bolo. Súmesele a eso una breve estancia en Los Ángeles (Peter Case, Warren Zevon, toda esa panda…) y la vuelta a casa para formar los Sharecroppers con un amigo de infancia. Agítese y obtendrán Tuscola. Solo añadir que, con excepción de «Two Penny Vengeance», narración de un auténtico storyteller, muy al estilo Joe Ely, el resto de las canciones del disco, más que historias, son retazos de momentos, y sus letras desprenden un intenso lirismo. Nathan Hamilton es también artista plástico y eso, de alguna manera, parece transmitirse en sus canciones. Ahora lo tengo un poco perdido. Sacó un par de discos extraños y desde el 2011 anda desaparecido en combate. Estoy por empapelar la ciudad con un cartel de WANTED (rather alive).

LONGMIRE

 

Todos guardamos algún secreto que, como tal, nos gustaría que permaneciera en el anonimato. 

Un heavy de pro al que le gustan un par de canciones de ALANIS MORISSETTE, el típico cultureta que ante sus amigos farda de haberse leído de cabo a rabo, y además varias veces, la obra de MARCEL PROUST y que en realidad está enganchado a STEPHEN KING.

El mío es la serie LONGMIRE.

Dame un tipo duro, de pocas palabras y cincuentón como el sheriff WALT LONGMIRE, un tío que usa el mismo sombrero de vaquero, las mismas botas y la misma chupa durante las cuatro temporadas que dura la serie hasta la fecha, y ya me tienes.

Producida por A&E en las tres primeras temporadas y rescatada por NETFLIX para la cuarta, LONGMIRE nos cuenta las peripecias de WALT y sus ayudantes para resolver los casos de asesinato que ocurren en el condado de ABSAROKA, en el estado de WYOMING, estado que hace frontera con la reserva de los indios CHEYENNE.

Cada capítulo es un caso y de antemano sabemos que WALT y los suyos van a saber cómo resolverlo, así que la única sorpresa es el cómo y el quién, aun así, el rollo engancha un montón.

Como curiosidades, decir que a pesar de transcurrir en WYOMING ha sido rodada en su totalidad en NEW MEXICO; que en el papel del jefe de la policía tribal tenemos al actor ZAHN McCLARNON, el duro asesino indio de la segunda temporada de FARGO; que el mejor amigo de WALT, HENRY STANDING BEAR, está interpretado por un LOU DIAMOND PHILLIPS bastante más talludito que en su papel de RITCHIE VALENS en LA BAMBA y que la ayudante del sheriff, VICTORIA MORETTI, lo desempeña KATEE SACKHOFF, conocida por los pillados de la ciencia ficción por su papel en BATTLESTAR GALACTICA.

LONGMIRE está basada en las novelas del escritor CRAIG JOHNSON, "WALT LONGMIRE MISTERIOS", de las que por aquí ya se han publicado cuatro títulos en Siruela, y si bien tras leerme alguna no acabé de engancharme, sí lo he hecho con la serie de tv.

Si os va el tema cowboy no lo dudéis, y si no, yo le daría una oportunidad, porque LONGMIRE es una muy buena excusa para quedarse en casa los días de lluvia.

 

BEN MILLER BAND

Any Way, Shape or Form
(New West Records, 2014)


A veces ocurre. Sigue ocurriendo. Cuando te parece que ya lo has probado todo y que ningún chute te va a proporcionar el subidón de la primera vez, de repente va y aparece una banda con la que te vuelven a entrar unas ganas locas de ponerte a saltar, a berrear y a proferir todo tipo de improperios. La felicidad versión 5.0. Música de los Ozarks. Todo muy hillbilly, no hay más que verlos (no son barbas customizadas en esa barbería tan hipster que hay al lado del Cascorro; son barbas de estar jodido, barbas de taller y de desguace, de tener una cuchilla escondida dentro; por cierto, la compañía de contratación que catapultó a estos osos montañosos, lo tuvo muy claro cuando los eligió para abrir a los ZZ Top: «Estos tíos tienen barba y estos tíos tienen barba, pongámoslos juntos, a ver que pasa»; lo que pasó fue que la gente flipó con la Ben Miller Band y cuando salieron los Gibbons, con toda su parafernalia explosiva, fue bastante bajón de cuadro). Bautizos, linchamientos y otras diversiones. Música de lo que dejó el tornado a su paso por Joplin (Missouri). Trombón y trompeta de banda balcánica, con su guitarra y su mandolina. Hasta aquí nada nuevo bajo el sol. Pero luego viene el banjo, la tabla de lavar y las cucharas, las tres cosas con cable, enchufadísimas, un micrófono hecho con el auricular de un viejo teléfono que alguien heredó de su abuelo, un serrucho y, lo mejor de todo, un bajo de una sola cuerda construido con un barreño de metal (de los de bañarse en una película del oeste con los calzoncillos puestos y frote de espalda de ramera cariñosa que guarda un pequeño revólver en la enagua) y un palo. Lo que viene siendo una cosa que ellos mismos han bautizado como «Ozark Stomp», zapateo de los Ozarks, ahora «Mudstomp» en referencia al nombre de su primera discográfica (al loro con lo que edita este sello, Tyler Gregory, The Big Idea, Under The Big Oak Tree, no lo oirás en la radio…), mezcla de blues, rock and roll y folk de los Apalaches, todo con su buena distorsión metanfetamínica para ponerte a cien (hagan el favor de empezar con el temazo «Hurry Up And Wait» o con el «Burning Building», y si no gritan y jalean es que no son humanos), algo digno de aquella gente que pululaba y sobrevivía (apenas) en Winter’s Bone, la colosal novela de Daniel Woodrell, el escritor oficial de esa dura meseta, Missouri frontera con Arkansas (se hizo también una película, Los huesos del invierno, que ganó en Sundance en el 2010, «tan grave como una mordedura de serpiente»). Pues bien, esta es la música que hacen y escuchan en esas montañas. Imposible no ponerse a pegar tiros al aire si tienes a mano un pack de seis cervezas y una escopeta.

THE WIDOWER

 

THE WIDOWER, miniserie de tres episodios producida por ITV y basada en hechos reales, narra el período en la vida del enfermero MALCOLM WEBSTER que va desde su primer matrimonio en Escocia con CLAIRE, pasando por un segundo matrimonio en Nueva Zelanda con FELICITY, hasta concluir con su tercera prometida, SIMONE, de nuevo en Escocia.

¿Con THE WIDOWER estamos ante una serie romántica que habla de las relaciones de pareja y todos esos rollos? 

Nada más lejos de la realidad.

MALCOLM WEBSTER es definido por los psicólogos en la vida real como sociópata, manipulador, mentiroso compulsivo y otras lindezas por el estilo.

El actor REECE SHEARSMITH que interpreta a MALCOLM lleva todo el peso de la serie sobre sus espaldas y el colega se sale.

Tengo que reconocer que no conocía a REECE de nada, pero después de ver THE WIDOWER sin duda le voy a seguir la pista.

Inquietante, perturbadora, THE WIDOWER lo tiene todo para atraparte delante de la pantalla.

Cuando terminas de verla... bueno, te lo vas a pensar dos veces antes de liarte con alguien que tenga aspecto de mosquita muerta y que, aunque físicamente no te ponga mucho, sí sepas apreciar que tiene un gran corazón.

Aquí os dejo la frase preferida de MALCOLM que, según la gente que le conocía, no paraba de repetir:

¿Por qué trabajar duro cuando alguien puede hacerlo por ti?

Ahí es ná el tío.

 

LUCINDA WILLIAMS

The Ghosts of Highway 20
(Highway 20 Records, 2016)


Este es un disco para escuchar con nocturnidad y carretera, dentro de un coche, a poder ser a mediados o a principios de la década de 1980, dirigido por un cineasta alemán, preferiblemente de Düssesldorf, vale, sí, con guión de Sam Shepard (y Harry Dean Stanton andando por el desierto). De hecho, tiene todo lo mejor y un poco de lo peor de esa década, lo peor para mí sería el sonido casi preciosista de las guitarras de Greg Leisz (a la izquierda) y Bill Frissell (a la derecha), en ocasiones tan irritantemente aseados que más que sumar, restan. La voz de Lucinda es, sin embargo, tremenda, es el asfalto maldecido de la carretera, son los baches rellenos de alquitrán, el armadillo atropellado, el motel arruinado, las vallas publicitarias desvaídas que anuncian productos que dejaron de comercializarse a finales de los 70, café y cigarrillos. Es una voz que suena vulnerable y rota. En ella hay padres muertos y amantes perdidos. Hay cicatrices, tatuajes, traiciones y bastantes reminiscencias de un duro pasado en el Sur más profundo, allí en Lake Charles, Louisiana, antes de coger la carretera 20 en Texas y recorrerla hasta los confines más inhóspitos de Carolina del Sur. Una voz de 1500 millas. Con Flannery O’Connor, gospel y blues del Delta. Las guitarras de Frissell y Leisz, por el contrario, son la autovía recién estrenada, las luces de neón, el centro comercial resplandeciente, el olor a neumático nuevo, la estación de servicio ultramoderna, el refresco light (atmosférico lo llaman, a mí me rompe un poco la película, no quiero azúcar en mi café, lo quiero negro, negro como el armario de Johnny Cash, en palabras del gran Chuck Klosterman en aquel libro de carretera prodigioso que ya estáis tardando en leer, Pégate un tiro para sobrevivir). No puedo evitar pensar en cómo sonaría este artefacto sin ellos, o si no sin ellos, sí sin ellos tan pulcros y refinados. No se rompen, no chirrían, no chillan (parece que al salir del motel hacen la cama y esconden los preservativos) y esto debería sonar un poco más deslucido, más rasposo, más sucio. En cualquier caso la sensación no deja de ser emocionante. En «Bitter Memory» Lucinda abrasa. Mucho mejor que en su disco anterior. Yo tengo claro, es cosa mía, que este es el disco que suena, aunque por aquel entonces faltasen 9 años para que se grabase, en el coche estacionado de la canción «St. Ides, Parked Cars, And Other People’s Homes», la desoladora canción de Richmond Fontaine (el grupo de nuestro querido Willy «Vida de Motel» Vlautin). Terminar solo, en mitad de la noche, aparcado con una botella de Saint Ides, mirando casas de otra gente, coches aparcados de otra gente y jardines de casas de otra gente, escenarios de una felicidad puede que falsa pero, en cualquier caso, ajena. Y la voz de Lucinda arañando… «A la memoria de Ian McLagan, Billy Block, Al Burnetta y Lou Reed. Hemos perdido demasiada gente buena este año». Fantasmas de la Carretera 20.

DETECTORISTS

 

¿A qué os suena DMDC? ¿A las siglas de un club de motoristas melenudos? ¿Al nombre de una banda de Heavy Metal del norte de Europa?... Casi.

DMDC significa DANEBURY METAL DETECTING CLUB.

¿Y quiénes son estos tíos? Pues un grupo de pillados de un pueblito, Danebury, cerca de Essex, cuya pasión es salir con sus detectores de metales de competi siempre que tienen un minuto libre a ver si descubren el preciado oro que se encuentra bajo la tierra de los campos que rodean el pueblo.

Con esta premisa, el creador de la serie DETECTORISTS, MACKENZIE CROOK, ha creado un mundo de entrañables perdedores que te roban el corazón en cada capítulo.

Lejos de encontrar el preciado oro, sus descubrimientos son más bien anillas de latas de cerveza, tenedores y otros objetos de metal inservibles y sin ningún valor, que luego exponen en la sede del club esperando que los visitantes, que nunca llegan, aprecien y admiren sus hallazgos.

MACKENZIE, conocido por su papel en THE OFFICE, no es solo el creador de la serie, es también uno de sus protagonistas, ANDY, que, junto a su pareja detectora, LANCE, interpretado por TOBY JONES, el Truman Capote en la peli INFAMOUS, mantiene a lo largo de cada capítulo charlas de lo más surrealistas y divertidas mientras barren los campos con sus cacharros. 

Como esas charlas que tenías con tu colega de toda la vida, con quien durante un tiempo fuiste inseparable y al que ahora, con todos los rollos de la vida, hace tiempo que no ves.

¡Te dan ganas de llamarle a ver qué onda!

Dos temporadas de 12 capítulos de 30 minutos de duración y producida por BBC FOUR, DETECTORISTS es una de esas joyas con las que da gusto arrebujarse con una manta en el sofá, olvidarse del mundo y disfrutar de que, por fin, haya llegado el frío.

 

DRAG THE RIVER

It’s Crazy
(Suburban Home Records, 2006)

La banda de Chad Price y Jon Snodgrass lleva dándonos gloria bendita desde que se formase allá por el año 1996 en Fort Collins, Colorado. Comenzaron con la edición de las descarnadas Hobo’s Demos y la cosa no ha hecho más que mejorar, siguen sonando maravillosamente al garaje de Jon con fondo de ladrido de perro. No se han vendido al sonido profiláctico de las grandes compañías. Nos gusta la aridez. Lo reconocemos. Su primer álbum de larga duración fue precisamente este It’s Crazy del 2006, pero la razón de que hoy lo destaquemos no es, ni mucho menos, esa. La razón es el track 3. Simple y llanamente. La canción que lleva por título «Mr. Crews». 2006 fue, por cierto, el año de la publicación de la que estaría llamada a ser la última novela de Harry Crews, An American Family: The Baby with the Curious Markings. Solo para situarnos. En efecto, Harry vive cuando la canción se graba el día 2 o 3 de marzo de 2006 en el susodicho garaje de Jon, y suena muy cruda, cruda como la misma banda y como las propias novelas de Harry Crews. Sin florituras y directa a la quijada. Como una cuchillada. En realidad, varias cuchilladas. La letra es una maravilla, versos creados a partir de los títulos y los personajes de las novelas de Harry Crews, un insuperable homenaje de 3:07 minutos, con voz, guitarra, slide y ya. Y solo por este emocionante «Señor Crews» Drag the River cuenta y contará siempre con nuestra más rendida e incondicional admiración. Atiendan si no: «Yo fui un cantante de góspel que oficiaba con serpientes, / el kárate salvó mi alma, tengo demasiadas cosas que celebrar, / apesadumbrado, dejé a mi amante llena de cicatrices, / estar desnudo en Garden Hills, /no me llevará al cielo, / pero sobreviviremos a base de sangre y sémola de maíz. // ESTRIBILLO: Señor Crews, ¿qué hay de nuevo por ahí? / Las palabras son duras y a prueba de balas / ¿Somos monstruos? ¿Somos unos pardillos? / Paletos, rechazados, perdedores solitarios. // Así que me terminé mi whisky / tenía un clavo en la cabeza reventándome los putos oídos / Candy me hacía tiritar / Herman no paraba de dar el coñazo con sus souvenirs. // ESTRIBILLO (repetir) // Su cuerpo desnudo me duele / como si corriera veneno de serpiente por mis venas. / Nunca he visto antes esta clase de belleza: / barro, sangre, amor perdido, alcohol, armas y putas». Ovación fuerte. Te queremos, Harry. Gracias, Jon. Gracias, Chad.
 

GREAT AMERICAN TAXI

Paradise Lost
(GATRecords, 2011)

A veces uno la cagaba de lo lindo por fiarse (sin saber lo que había en su nevera ni si tenía libros en casa) de una cara bonita. Ahora pasa menos, porque con internet y el abaratamiento general de los afectos, uno puede inmiscuirse, sin salir de casa ni gastar un euro, hasta en el cajón de la mesilla de noche de la gente. Algunos dirán que es bueno, que ya no nos la dan con queso (a mí me encanta el queso, aviso). Que si ahora compro un disco es porque ya lo he escuchado previamente y sé que me gusta, independientemente de su cara bonita (aunque no es cierto, pocos son los que hacen ese gesto adicional de salir y aventurarse, no cuando dándole a un simple botón puedes follártel@ gratis en casa las veces que quieras, y disculpen mi francés). Yo sigo prefiriendo cagarla. Y, más o menos, he tenido suerte. Soy muy enamoradizo, de los tiempos del vinilo, y reconozco que me puede una cubierta guapa. Y confieso que ha habido mañanas en las que me he despertado al lado de alientos horribles. En ocasiones, tras la bonita fachada (maldito alcohol, maldita noche), uno se encuentra al llegar a casa con pestilencias y ratas. Decepciones grandes. Y otras veces pasa todo lo contrario: detrás de una cubierta escombrosa encuentras oro. Pasa más lo segundo que lo primero, no me pregunten por qué. Aunque a veces suceden gloriosas coincidencias. La cara bonita resulta que en su casa tiene libros y libros molones, Harry Crews, William Faulkner, Steinbeck (¡nada de Ken Follett ni de Jodorowsky!)… Entonces, claro, vas y te enamoras perdidamente, juras amor eterno y acabas ardiendo jubilosamente en el infierno. Con la banda de Vince Herman me pasó eso mismo, allá por el 2009, en una tienda de Londres. Amor a primera vista. Muy Notting Hill todo. Fue con su segundo álbum, Reckless Habits, el de la cubierta de las monjas fumando. El tipo de la tienda sabía lo que tenía (antiguamente pasaba eso, hoy es raro) y debió verme el brillito en los ojos. Me dejó abrirlo y flipé. El álbum se desplegaba, giraba, era una feria. Quería casarme con él. El tipo de la tienda, viejo zorro, me lo puso (antiguamente también pasaba eso) y ya el flechazo fue definitivo… Blues pantanoso, bluegrass progresivo, pavoneo funky de Nueva Orleans, boogie sureño, honky tonk, gospel y un poquito del viejo y bueno rock n roll. Esos eran los nombres de mi amor. Great American Taxi, GAT para los amigos, eran de Boulder, Colorado y lo de dentro era tan bueno como lo de fuera (incluso en tamaño cd, que no da para muchas florituras). Luego la cosa se confirmaría con el tercero (los que siguen este blog ya estarán familiarizados con mi teoría del tercero), que es este que hoy recomendamos, producido nada menos que por el grandísimo Todd Snider (a quien ya invitaremos a muchas cervezas por estos cuelgues, porque es uno de los grandes y se las debemos). El disco comienza brutal con el «Poor House», sigue bien alto y al final me gusta todo, ¿qué quieren que les diga? Cuando me enamoro me enamoro con todo el equipo. Y bajo, y me mojo (porque a veces llueve), y voy hasta la tienda, y saludo al entrar (antiguamente era algo que se hacía), y toco el disco, o lo huelo si es un libro, y me tomo una cerveza bien fría mientras lo abro y lo desvirgo, y luego exagero el ritual de ponerlo y el placer de poseerlo. Y ¡qué cojones! la vida es mucho más bonita.

MAKING A MURDERER

 

¿Os acordáis de la serie HOMBRE RICO, HOMBRE POBRE?

Seguro que los más veteranos sí, pues bien, THE JINX sería a FALCONETTI lo que MAKING A MURDERER sería a TOM JORDACHE, el personaje interpretado por NICK NOLTE.

Quien sea tan ingenuo como para creer que la justicia es igual para todos, y más en un país como Estados Unidos donde impera la ley del bolsillo más lleno, con MAKING A MURDERER se va a llevar una bofetada de realidad tan profunda y tan dura que va a salir disparado del suelo como los romanos en los cómics de ASTERIX. 

La historia de STEVEN AVERY, acusado de violación en primer término y, tras pasar 18 años en la cárcel, de asesinato a los dos años de salir, llevó a seguir el caso durante más de 10 años a las creadoras de MAKING A MURDERER, LAURA RICCIARDI y MOIRA DEMOS, hasta la localidad de MANITOWOC, WISCONSIN, en el profundo Estados Unidos.

Nada está claro y nada es lo que parece, policías corruptos, falsificación de pruebas, juicios interminables, fiscales más preocupados por lucirse que por descubrir la verdad, familias destrozadas... Esta serie documental de 10 episodios lo tiene todo, y todo lo que ocurre es real, lo que hace que los hechos tomen dimensiones aún más desproporcionadas. 

Producida por NETFLIX, pasó antes por las manos de HBO y PBS donde no supieron ver su potencial.

Con la primera temporada del podcast SERIAL, el caso de asesinato MURDER OF HAE MIN LEE, THE JINX con el de ROBERT DURST y MAKING A MURDERER con el de STEVEN AVERY, está claro que algo huele a podrido al sur de Dinamarca.

De regalo, la subtrama del sobrino de STEVE, BRENDAN DASSEY, deficiente mental acusado junto a su tío por cómplice del asesinato de TERESA HALBACH.

Yo me la he tragado de un tirón, tú no tienes por qué hacerlo, pero lo que está claro es que no puedes perdértela.

 

DEVIL IN A WOODPILE

Division Street
(BloodshotRecords, 2000)

Para empezar el año no he podido evitar viajar en el tiempo para recordar una de mis bandas favoritas. Resulta que una amiga se casó con uno de Chicago y se fue a vivir a «la ciudad del viento». Los Bulls todavía eran algo la primera vez que fui a verla (yo con el blues a cuestas, ella más o menos feliz y suburbana, no muy lejos del suburbio donde nació Hemingway: un lugar que explica el rifle y el disparo…). Luego ya no. La segunda vez nadie daba un duro por los Bulls y mi amiga se había divorciado y se había vuelto a casar y tenía una hija y su nuevo marido había muerto de repente un día al abrir la nevera y ya tenía otro tipo en el curro olisqueándole el trasero (esta vez fueron todos ellos los del blues a cuestas, yo más o menos feliz y emparejado). Y estaba el Crash Palace, hoy Delilah, el garito donde pinchaban los tipos que en 1993 fundarían el sello Bloodshot Records. Allí los oí por primera vez. Recuerdo haber estado a punto de comprar los dos recopilatorios de «country insurgente» que sacaron los de Bloodshot: For a Life of Sin y Hell Bent, pero nos habíamos gastado toda la pasta en Nashville, buscando el fantasma de Johnny Cash, y apenas teníamos para fatigar las máquinas de discos de los baretos. Claro que la culpa la tendría el dvd Bloodied But Unbowed: Bloodshot Records’ Life in the Trenches, unos años más tarde, allá por el 2006, ya de vuelta en Madrid (con Jordan empezando a hacerse con participaciones de los Charlotte Bobcats y unos Bulls renqueantes que se colaron de milagro en los Playoffs, si bien es cierto que para ser eliminados por los Miami Heat con un 4-2, aunque al año siguiente los Bulls se desquitarían con un abrumador 4-0 para caer luego contra los Pistons, cosa que ya por entonces no podía importarme menos, la NBA «post-Andrés Montes» nunca me ha interesado, 2006 fue el año en que Montes empezó en la Sexta con el puto fútbol: «¿Dónde están las llaves, Salinas?», pero ni con esas). Intento recordar y la verdad es que no tengo muy claro dónde lo conseguí, si me vino de fuera por correo o lo encontré de casualidad en alguna tienda, pero al igual que con el descubrimiento de la película Heartworn Highways, con aquel dvd de más de tres horas y media me voló la cabeza. Lo contenía todo: Bobby Bare Jr., Scott H. Biram, Paul Burch, The Detroit Cobras, Robbie Fulks, Wayne Hancock, Jon Langford, Tha Sadies, Split Lip Rayfield, The Waco Brothers, Sally Timms, Old 97s… ¿Qué hubiese sido de mí sin todos ellos? Y los 13 minutos gloriosos del A Heartbreaker Roadtrip de Ryan Adams. Pero sobre todo, mis favoritos entre toda esa apabullante lista de deslumbrantes talentos: los Devil in a Woodpile, sonido fresco y actitud punk para canciones con más de 80 años de solera, country blues, jug band, llámalo como quieras. En su día abrieron para Son Volt y dos años antes de romper abrieron en Cleveland para el legendario Ramblin’ Jack Elliott. Solo grabaron tres discos. Tres joyas. Division Street es el segundo y lo he elegido porque fue el primero que cayó en mis manos. Podría haber elegido cualquiera (en el último hasta se marcaron unas versiones de Charlie Pattom y de Led Zeppelin). Tabla de lavar, armónica, contrabajo, mandolina. Simplemente escuchad «My Baby Leavin’» y entenderéis de qué demonios estoy hablando. No se me ocurre mejor manera de empezar el año.

RIVER

 

El actor STELLAN SKARSGARD, conocido colaborador en algunas de las marcianadas del director LARS VON TRIER, es en esta miniserie policíaca de seis episodios producida por BBC ONE, el detective JOHN RIVER.

El bueno de RIVER, además de sesudo detective de homicidios de la Policía Metropolitana de Londres, es esquizofrénico, vamos, que oye voces. Durante todos los capítulos mantiene charlas con las víctimas de los casos de asesinato que investiga, lo que tiene un poco flipados a sus jefes y a sus compañeros de curro.

El tío lo lleva más o menos bien, pero claro...

Con esta premisa, ABI MORGAN, el creador de THE HOUR, nos sumerge en un mundo oscuro de asesinatos, casos que se conectan y familias mafiosas, así como en la particular forma de enfrentarse a ello de un detective esquizo. 

A pesar de todo esto, la serie RIVER no está exenta del particular humor negro que muchas veces se deja ver en la obra de MORGAN. 

RIVER es cosa buena para empezar este 2016, ya vendrán más, pero yo, como vuestro abogado, de momento os recomiendo que os quedéis con esta.

 

IMPRESCINDIBLES MÚSICA 2015

 

Si me lo volvéis a preguntar dentro de cinco minutos probablemente la lista haya cambiado, todos los discos reseñados en el BLOG son cocaína pura, de primera categoría, sin cortar. Aquí no se cuelan ratas ni laxantes. Digamos que esta es la lista de discos imprescindibles de DIRTY WORKS de las 12:41h del 31 de diciembre de 2015. A las 12:46h la cosa puede cambiar. De hecho ya ha cambiado, y son solo las 12:42h... PLAY IT FUCKIN' LOUD!
 

SAMUEL JAMES (Songs Famed For Sorrow and Joy)

LANCE CANALES (The Blessing and the Curse)

ZOE MUTH (World of Strangers)

CHRIS KNIGHT (The Trailer Tapes)

JAVI GARCIA (A Southern Horror)

LINCOLN DURHAM (The Shovel vs. The Howling Bones)

GILL LANDRY (The Ballad of Lawless Soirez)

MALCOLM HOLCOMBE (Pitiful Blues)