EVA EASTWOOD

The Many Sides of Eva Eastwood

(Darrow Records, 2022)

Rockabilly, rock 'n' roll y country, esas son las muchas caras de Eva Eastwood, Eva Östlund fuera de los escenarios, natural de Örebro, Suecia, y este disco, para quien no la conozca, brinda una magnífica oportunidad para codearse con todos esos avatares, con lo mejor de su producción entre el 2006 y el 2012. Pura dinamita. La niña, la menor de seis retoños, empezó a escribir canciones a los nueve años, la muerte prematura de su madre, acordeonista, la convirtió en una jovencita muy seria que siempre prefirió la compañía del tocadiscos a la de cualquier otro infortunio, por suerte, viniendo de una familia de músicos, tal infortunio (la música) se recibió como cosa natural y, a todas luces, intratable. En la película Eva en Lyckost, estrenada en 2017, Eva hablaría por primera vez, abiertamente y sin sentimentalismos, de los abusos sexuales y el alcoholismo de su padre. Más razón para buscar refugio en la música, incluso durante su breve estancia en el orfanato. Los músicos rockabilly siempre han tenido algo de críos dickensianos. Fue su hermano, Hansa, quien le enseñó a tocar la guitarra. Un maestro muy duro, según refiere ella misma, que le proporcionó un piano y su primera guitarra Gibson. Escucha con adoración a Melanie Safka, también a Ruth Brown y a JJ Cale. Su primera banda, una banda de sótano, la forma con su hermana (la chica country de la familia) y unos cuantos amigos. La escena rockabilly de Suecia, ya lo hemos comentado en alguna ocasión, es bastante potente. En 1984 conoce a los Peak Brothers, una banda rockabilly de Hallsberg, y ese encuentro resulta crucial, tanto en términos de amistad como profesionales. Con gente del rock duro del municipio de Nora, que es lo que procede en los noventa, toca en una banda llamada Irene's Federation, pero ella se sigue empecinando (jubilosamente) en defender su material original y, cuando la Warner sueca decide tenderle la mano, resulta que ella no va a poder porque se ha marchado a Estados Unidos, de viaje iniciático, con el que era su amor de entonces (futuro marido): un viaje a las fuentes y los orígenes de todo lo que la hacía vibrar. Un primer viaje a EE.UU. al que seguirían muchos, que tendrían un efecto profundo en su evolución musical. Allí, lo flipan. Suele pasar. Es más rockabilly que los rockabillys de allí (aunque, eso sí, comprado todo de baratillo y peinada en casa, frente al espejo, consultando viejas revistas de los años cincuenta). Tanto por cómo viste, como por actitud, les da mil vueltas. Un poco como los japoneses de la película de Jim Jarmusch. No tarda en actuar y dejar anonadado al respetable en los garitos legendarios de Nashville, el Blue Bird y el Tootsie's Lounge. Y enseguida le ofrecen un contrato discográfico. No lo firma porque es una atadura de cinco años y eso la obligaría a quedarse en Estados Unidos (que está bien para ir y volver, para volver y echarlo de menos, pero no para quedarse tanto) y aún no las tiene todas consigo (debe ser la única, los demás lo ven bastante claro) de que pueda llegar a ganarse la vida con la música. Así es que regresa a Suecia y es allí donde empieza a desarrollar en serio su carrera, en la cocina de casa. No para de componer canciones y de grabar maquetas. La prensa local comienza a fijarse en ella. Y es entonces cuando entran en escena ese par de amigos que todos tenemos, que tienen más fe en nosotros que nosotros mismos (por lo general amigos bastante verbeneros), y que actúan de repente como una suerte de deus ex machina: le hacen llegar dos de sus canciones a Bob Johnston (Bob Dylan, Simon & Garfunkel, Johnny Cash). Bob Johnston no da crédito. Afirma que es de lo mejor que ha escuchado en años. Incluso llegaría a viajar a Estocolmo para hablar de una posible colaboración, pero de nuevo los azares del destino imposibilitan que la cosa cuaje, el encuentro nunca llegaría a producirse. Aunque ya el motor rueda solo. En 1999 graba para Swedish Tail Records, un sello de Jönköping, su primer álbum, Good Things Can Happen. La crítica la define desde el primer momento como una mezcla feliz de Connie Francis, Wanda Jackson y Parsy Cline (luego dirán que Eva Eastwood es una mezcla entre Siw Malmqvist y Gene Vincent, ellos sabrán, porque, lo que es yo, de lo primero, no gasto). Y, en efecto, está toda esa nostalgia de los años cincuenta, pero también está la fuerza y el desgarro del sótano y el garaje de los noventa, con su banda, The Major Keys. Multitud de bolos en Inglaterra y en festivales como el Furuvik, el mayor festival country de Escandinavia. Tocan con Dave Edmunds y con The Refreshments, que se declaran ultraforofos de ella, como perrillos. Entre el 99 y el 2006 publica casi un álbum al año. Encabeza siempre las listas de rockabilly nórdico. Llega hasta ser telonera de John Fogerty en Gotemburgo. No para de girar. En la primavera del 2007 se separa de la banda y cada cual toma su rumbo. En el 2012 pasa a formar parte del Rockabilly Hall of Fame, en Jackson, Tennessee, por sus meritorias contribuciones al género. Este The Many Sides of… es el diario de bitácora de los siete primeros años de ese camino que emprendió por aquel entonces en solitario. «Packing Up To Hit the Road», el tema que cierra el disco, lleva sonando en esta santa casa desde que entró por la puerta. Pura vacuna para el desánimo y/o la flaqueza. Un temazo que deja meridianamente claro que Eva Eastwood evoluciona, crece y no tiene la menor intención de jubilarse.