PHARIS & JASON ROMERO

Sweet Old Religion

(Lula Records, 2018)

En nada saldrá el disco que han grabado para Smithsonian Folkways Recordings, Tell 'Em You Were Gold (2022), un viaje sonoro a través de los tonos de siete banjos construidos a mano por el propio Jason, mezcla de canciones originales y melodías tradicionales. Así que aprovechamos la espera para hablar de ellos. De Pharis y Jason. Una pareja agradable que toca música folk (así se definen en su web, y seguramente no haya mejor definición). Ella es de reírse mucho, él es un poco misterioso. Son canadienses, han tocado en multitud de sitios, han ganado multitud de premios y han enseñado a multitud de gente. Tienen dos hijos estupendos y una casa en el bosque (junto a un río de desove de salmones, una de las últimas cuencas prístinas de la Columbia Británica). Y, además, son lutieres. Construyen banjos. Puedes visitar la web de su tienda. Y apuntarte a la lista de espera. Muchos de los mejores músicos de bluegrass tienen uno de sus banjos. Comen sano (de lo que plantan) y tocan música en la cocina. Todo es muy casero. Todo suena a madera de primerísima calidad. Empezaron tocando juntos música tradicional, banjo, guitarra y, a veces, un violín, en un trío que se llamaba The Haints con el que llegaron a grabar un disco hoy casi imposible de encontrar. También tienen una increíble colección de micrófonos (sus tesoros, el RCA y un C37) y un buen montón de guitarras de preguerra (una fatídica noche de junio de 2016 se les incendió el taller, J Romero Banjo Co., y perdieron los banjos y la colección de guitarras antiguas –incluida una Gibson J-45 de 1943 de valor incalculable, regalo de la inmensa Alice Gerrard–; el fuego también se llevó por delante la cabaña cercana donde dormían mientras terminaban las obras de renovación de la casa, lograron salir vivos de milagro; otros no habrían salido ilesos, pero ellos no se dejaron vencer por la devastación, toda una vida convertida en cenizas, se pusieron manos a la obra y lo reconstruyeron todo –la comunidad musical unió fuerzas y recaudaron fondos para ayudarles a levantar de nuevo el taller y la casa–). Son muy vieja escuela. Cuidan mucho el detalle. Hacen las cosas sin prisas. Mucha carpintería: planchas calientes para doblar maderos de arce, piezas en remojo, madera torrefacta, masajes con soplete…, ese tipo de cosas. Son muy frikis del banjo (ellos mismos lo reconocen) y muy fanáticos de la afinación (Pharis se reconoce también nerd de los árboles, tiene una licenciatura en botánica y en entomología, geek de la naturaleza). A veces, en directo, uno de ellos entra en una afinación esotérica, y el otro le sigue de inmediato, no necesitan ni mirarse, por muy difícil que sea. Se podrían pasar horas hablándote de las antiguas afinaciones de banjo, cientos de ellas, cada una con su razón de ser. Lo suyo tiene algo de conservacionista. Incluso construyen banjos de calabaza con trastes, algo que ya nadie fabrica. Son los guardianes de la vieja religión (en referencia al título del disco que hoy reseñamos, el disco con el que, por cierto, entraron en mi vida; sin contar el de The Haints, el quinto de siete, todos de un gusto exquisito). Banjos y pesca con mosca. Esas son sus dos actividades fundamentales. Y el bosque. Muchísimo bosque. Así es como les surgen las canciones. Muchas veces empieza simplemente con una afinación, en ocasiones la cosa gira en torno a no más de un par de compases, y luego irrumpe el bosque. El mero hecho de estar ahí hace el resto. El enfoque es puramente artesanal, es como hacer mermelada con las cosas que crecen alrededor de la cabaña o destilar moonshine entre los setos. Y así suena. Sweet Old Religion es el disco que sucedió al incendio, después de un tiempo de parón en el que estuvieron ocupados en las labores de reconstrucción y en la llegada de su segundo hijo. La vida sigue. Al reconstruir el taller, se montaron también un pequeño estudio de grabación y ahí es donde grabaron estas once canciones. Más casero imposible. Un disco humilde, como solo podía serlo tras la pérdida total. Un disco con más sentimiento country que los anteriores (y probablemente, ahora que ya los tenemos todos bien fatigados, el mejor para entrar en su pequeño mundo). Todo de los más selecto. El modo en que fluyen las líneas melódicas y la combinación perfecta de sus voces. Con sus pequeños toques adicionales de violín, pedal steel, mandolina, guitarra barítono, bajo y batería. Casi una homilía, en definitiva. Pura magia. Honestidad, entusiasmo, supervivencia y un fuerte olor a resina. La música que uno esperaría escuchar en el porche de esa cabaña que, de pronto, tras mucho caminar, se entrevé en la espesura.