The Waylon Sessions
(Blue Rose Music, 2021)
Ella es de Hempstead, Long Island, pero actualmente vive con su hija en Holly Springs, lindando con Oxford, Mississippi, el pueblo de Larry Brown y de Faulkner, a donde se mudó para hacerse cargo de su madre enferma. Que yo recuerde, siempre la he seguido la pista. Al principio, mucho club y mucha calle de París (Francia) con su guitarra, música callejera. En su día llegaría a abrir para Stevie Nicks y para Ryan Adams. Se iría de gira con John Mellencamp y lanzaría un EP con Neal Casal. Hubo un momento en que parecía estar en todas partes, en todas las partes en las que merecía la pena estar, con todos nuestros héroes. Grabó y se fue de gira con Son Volt y con Dave Alvin, cuando lió lo de las Guilty Women. Hizo un disco tributo a Bobby Charles y entabló una estrecha amistad con Rodney Crowell, con quien compondría canciones e intercambiaría ideas y proyectos. También colaboraría más adelante con Elvis Costello y con la banda de Terry Allen. Y así hasta llegar a este álbum que es, sencillamente, magistral. En mi opinión, lo mejor y más personal que ha hecho hasta el momento, pese a no tratarse, a priori, porque las fagocita (¡y cómo!), de canciones suyas. Los que la hemos seguido a lo largo de todos estos años sabemos de su rendida admiración por Waylon. Raro es el concierto en el que no lo saca a colación. Aparte, ya ha grabado un par de temas suyos («Lonesome, On'ry and Mean» y «Freedom to Stay» para su álbum Coldwater, de 2009). Por eso estas Sesiones de Waylon no nos pillan, ni mucho menos, de sorpresa. Se venía cociendo. Ella siempre ha dicho que la mera mención del nombre, «Waylon», la hace ponerse en guardia, como si aguardase la súbita aparición de un bisonte americano en medio del salón. Cuando grabó Geronimo en 2005, se pasó un año entero de gira oyendo exclusivamente canciones de Waylon y leyendo su autobiografía. Desafío existencial y música del hombre común. Más sexy que Buddy Holly y más solitario en la silla de montar que Elvis, pero equiparable a ambos tanto en proximidad como en dinamismo. «Lonesome…» nunca falta en su repertorio. Es un tema que habla de ella más que cualquier otra canción que conozca: años de vida dura en la carretera con un bebé a cuestas, mucho echarle tripas y escasa gloria. La intensidad y el peligro de conducir en mitad de la noche por una carretera perdida de Oklahoma. Reconoce que el resto de su cancionero le daba un poco de reparo. Acercarse a él era como colarse en el servicio de caballeros. Se sentía una mujer fuerte y con personalidad pero, no a lo Texas occidental, no a lo «mira, tío, si no te gusta, ahí tienes la puerta», no tan a lo Waylon, el «outlaw», con Billy Jo Shaver (a quienes está dedicado el presente disco, junto a Richie Albright y Donnie Fritts, los héroes de la música country que ama), por autonomasia. Hasta que un día, en Nashville, vio la luz. Fue en un concierto benéfico al que fue invitada para interpretar con la banda residente el «Amarillo Highway» de Terry Allen y el «Don't It Make My Brown Eyes Blue» de Crystal Gayle. Al bajarse del escenario tras su actuación pensó: «¡Uau, esta banda sí que sabe tocar música country con sutileza, humor y pelotas! ¡También podría haber tocado una de Waylon!». Y todo hizo clic de repente. Al cabo de unos días estaba en el estudio Creative Workshop, con sus sillones de cuero y sus paneles de madera, de vuelta en 1981, poco menos. Y no dudó en llamar al inmenso Kenny Vaughan para que se hiciera cargo de las guitarras. Y a toda una lista de colaboradores de no creer: Fred Newell (el pedal steel de la banda de Waylon), Buddy Miller, Jessi Colter (emocionante), Lukas Nelson (sonando más que nunca a su padre, parece un raro ensalmo) y Rodney Crowell (con quien se marca una versión colosal del «I Ain't Living Long Like This»). Y ahí estaba ella, cantando todas esas canciones tan arquetípicamente masculinas (ya en su día, cuenta Shannon, Steve Young, se sorprendió cuando se enteró de que iba a grabar una versión del «Lonesome, On'ry and Mean»: «¡Pero si eres una chica!»). Para ella, Waylon es como el Poseidón de la música country. Pero la cosa ha dado un inesperado giro de 360 grados y aquí ella emprende la tarea de hacer una reinterpretación femenina, honesta y afectuosa, de todos esos temas «outlaw» tan míticos. Y la cosa no rechina por ninguna parte. Ella confiesa que se siente identificada con cada palabra y cada sentimiento de las canciones que componen el disco, y eso se nota. McNally no es una niñata ingenua, añade su contundente voz y su poderosa personalidad, humilde y sensual, pero ruda y forajida cuando tiene que serlo, madre soltera divorciada de cuarenta años, «directa y afinada con precisión quirúrgica», con toda su belleza, su dolor y su poder. «Cuando escucho a Waylon, oigo a un adulto –dice Shannon–. Suena a un adulto, y durante mucho tiempo, creo que lo de ser adulto se ha confundido con lo de ser un hombre. Sin embargo, hay una perspectiva femenina oculta en algún lugar de cada una de estas canciones. Mi trabajo ha consistido en encontrar la manera de acceder a ella y extraerla». No se me ocurre mejor rendición ni homenaje. Waylon vive gracias y a través de ella. Gracias, Shannon. Tú sí que eres una «ramblin' man», y no todos esos barbudos mainstream con sombrero y tatuaje reciente que van ahora de outlaws por la vida.