THE TENDER THINGS

The Tender Things

(Jesse Ebaugh, 2017)

La cosa, para entendernos, podría haberse cocido perfectamente en los hornos del Dillo, en una de aquellas noches memorables (históricas) del Armadillo WHQ, el cuartel general o la comandancia del Armadillo World, mítica sala de conciertos e inagotable abrevadero de cerveza, allá en el 525 de Barton Springs Road, esquina South First Street, al sur del río Colorado, en Austin, Texas, en lo que en su día fuera un arsenal de la Guardia Nacional, hoy ya inexistente, demolido en 1981 y sustituido por un triste edificio de oficinas de trece plantas. Esa especie de hangar donde un buen día se perpetró lo improbabilísimo, aquello que acabaría revolucionando el mundo del country estandarizado que se andaba perpetrando al final de la rocambolesca década de los sesenta en Nashville, cuando vaya usted a saber cómo y por qué, se juntaron los rednecks con los hippies en un guiso que solo podía salir mal, pero que salió bien, y alumbraron ese mejunje tan gozoso y desenfadado que daría nueva vida a aquel género ya tan carcamal y agonizante, raíz de lo que luego sería el outlaw, el country sucio, progresivo, fumeta, bastante lisérgico, aguardentoso y melenudo, que nos dio (y nos sigue dando) dignidad a sus adeptos. Estamos hablando de la banda sonora que compondrían Willie Nelson, Leon Russel, Freddie King, Commander Cody, Doug Sahm y toda esa gente de la misma, jubilosa, calaña. Escenario de conciertos míticos que quedarían grabados para la eternidad, como el Bongo Fury de Frank Zappa y Captain Beefheart, el Re-Union of the Cosmic Brothers de Sir Douglas Quintet (con Freddy Fender y Rory Erickson), o el inmortal Waylon: Live de 1976… Pues sí, de esa misma fuente podría haber salido la banda de Ebaugh, estas «cosas tiernas» que hoy reseñamos, deudoras y herederas de toda esa gloriosa tradición. Tras una infancia de mucha «música folk de cocina» en casa, con los mayores (pura celebración), toda una década tocando bluegrass en el norte de Kentucky (The Kenton County Regulators) y luego muchos años a cargo del bajo de los Heartless Bastards, Jesse Ebaugh, aprovechando un paréntesis de estos bastardos sin corazón de Cincinatti, Ohio, liderados por Erika Wennerstrom, formó los Tender Things y se pusieron a sudar los escenarios de Austin y alrededores hasta grabar este, su primer álbum, con las colaboraciones estelares de Ben Kweller y Tift Merritt. Sostiene Ebaugh que llevaba mucho tiempo enmendando la plana a otras bandas y que quería explorar sus propias ideas, enfrentar la catástrofe por su propia cuenta y riesgo. Hay quien los mete, un poco con calzador, en las botas del sonido Bakersfield, pero ellos, sin darle la espalda a California, son pura tradición texana, y a él le gusta situar lo que hace en la órbita del «cosmic country», de aquel «cosmic cowboy» que haría su primera aparición a finales de los setenta, en el tema «Geronimo's Cadillac», del maestro Michael Martin Murphy, otro de los maravillosos desafectos que rompieron y subvirtieron las fronteras del aquel género tan encorsetado. Esa es, más o menos, la latitud en la que cabría situar esta música. Desenfado y recochineo, con sus buenas dosis de fanfarronería. Mucho baile. Mucho zapateado sobre tablones y graneros. Y mucho pedal steel (Jesse no tuvo dinero para comprarse uno de esos cacharros hasta que cumplió los treinta y dos, y lo aprendió a tocar con tutoriales de YouTube; hoy Beck no duda ni un segundo en recurrir a él cuando necesita un pedal steel competente para sus giras). No obstante, y para terminar ya de poner las cosas en su sitio, en una vieja entrevista de los tiempos en los que militaba con los Bastardos Desalmados (septiembre del 2015, con motivo de la publicación del quinto disco de la banda, Restless Ones), a la pregunta de qué bandas contrataría si tuviera la oportunidad de montar un festival de fantasía, Jesse Ebaugh no tuvo ni que pensárselo: Velvet Underground, Black Sabbath y los Stooges, pero los Stooges del 71 y el 72. De tales rescoldos salieron estos fuegos. Cosas tiernas y bastardos sin corazón. Sea lo que sea, yo lo compro (y dejo, además, tremenda propina, aunque esa noche ya no cene y tenga que volver a casa andando).