LA SANGRE HELADA

 

Pese a que me flipa toda la estética de rollo marinero del siglo XIX, escotillas, aparejos, cabestrantes, timones y demás, en cuanto por alguna razón tengo que subirme a cualquier artilugio que se mueva por encima del agua, me mareo.

Solo de pensar que no voy a tener tierra firme bajo mis pies, me entran los sudores.

Justo antes del «mundo mascarilla» la chavala y un servidor decidimos pedir un préstamo al banco y largarnos de viaje a Islandia.

Otra peña decide pedir préstamos para comprarse una casa o un coche, a nosotros no nos van esas movidas, nos va visitar sitios y dejar la pantalla del ordenador por unos días.

¿Por qué Islandia? Pues porque está lejos, pero no tan lejos para que el viaje en avión sea una paliza, y porque para quien vive en el sur rodeado de olivos, pasar a estar rodeado de las lenguas de los glaciares que avanzan sobre la negra tierra volcánica es exótico de cojones.

También porque odio el calor y pensar que durante más de diez días en pleno mes de junio tendría que estar con la cremallera de la chupa bien cerrada y la capucha del jersey sobre mi cabeza me hacía levitar de alegría.

Da igual lo que te hayan contado o las fotos que hayas visto de Islandia, una vez allí el país supera todas tus expectativas.

No me refiero a Reikiavik, que no es que esté mal la ciudad, me refiero a la naturaleza tan sobrecogedora.

Lo que nosotros hicimos fue alquilar un coche y dar la vuelta entera a la isla.

Claro que una de las paradas era en Húsavík, antiguo pueblo pesquero, ahora turístico a tope, para pillar un barco y ver las ballenas.

Para estar preparado para tal aventura me pillé una caja de biodraminas en España.

Con un comprimido el prospecto te dice que ya, pero yo decidí hacer como con los Petit Suisse y me zampé dos.

Echar la pota por la borda y quedar como un blandengue de tierra firme no podía ser una opción, más cuando lo de subir al barco de las ballenas costaba una pasta.

Las biodraminas funcionan, puedo dar fe de ello, te dan un agradable colocón y navegando por el mar de Groenlandia, a 60 kilómetros del Círculo Polar Ártico, me sentí como un experimentado lobo de mar.

Hasta tal punto que, mientras los demás turistas corrían de un lado a otro de la cubierta, cámaras en ristre, para no perderse una sola cola de ballena saliendo a la superficie, yo me quedé sentadito en mi sitio disfrutando de la brisa y silbandillo la canción que quisiera venírseme a la mente.

En La sangre helada, el viaje al avistamiento y caza de ballenas es bastante más movido que mi personal experiencia ballenera.

Traición, asesinatos, sodomía y mazo de hielo y frío a bordo del barco ballenero Volunteer.

Al director, Andrew Haigh, le dio por rodar en el verdadero Ártico y no con pantallas verdes en un plató, se agradece y se nota en la atmósfera de la serie.

Colin Farrell, un actor que me suele dar grimilla, está que se sale en el papel del despiadado arponero Henry Drax y, por supuesto, Stephen Graham, del que, como ya dije en blog anterior, veré todo lo que haga.

Seis episodios que se pueden ver en Movistar, la empresa de telefonía que igual que te instala el cable en tu casa, te vende seguros médicos o alarmas para el hogar.

¿Qué más se puede pedir?