TIM BARRY

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28TH & Stonewall

(Chunksaah Records, 2011)

Si alguna vez hubo un punk, o mejor, un protopunk, fue, sin duda, Woody Guthrie. La influencia de su actitud y su compromiso es fácil de trazar en la escena folk y country, pero puede que sea en las bandas punk sureñas de finales de los ochenta y principios de los noventa donde más y mejores frutos haya dado. Fue el caso en su día de Chuck Ragan y los Hot Water Music, en Gainesville, Florida, y, de un modo más patente en Tim Barry y los ya icónicos Avail de Richmond, Virginia («Sic semper tyrannis»), una ciudad con mucha tradición de rabia y rebeldía «hardcore punk» (los GWAR), «crossover trash» (los Municipal Waste) y «groove metal» (los Lamb of God). Ya cuando militaba en los Avail y volvían magullados se sus agotadoras giras a bordo de su furgoneta (Jenny) de 150 dólares, a Tim Barry, hasta que llegara el momento de emprender la siguiente tanda de combates (pues los bolos de la banda eran básicamente eso: sudar y lanzarse contra las barricadas, y a menudo sangrar), lo que más le gustaba era cervecear tranquilamente con los colegas, sentarse a componer canciones en el porche de su casa, salir a dar una vuelta con su bici de montaña, pasar el rato a orillas del río James con su perra (Emma) y subirse a los trenes de mercancías. Se encarama a un vagón y se larga con viento fresco a Carolina del Norte, a Carolina del Sur, a Georgia o a Florida. Se bebe unos whiskys en compañía de extraños, luego se sube a otro tren y se larga a cualquier otra parte. Ha tenido amigos y compañeros de viaje que han perdido las piernas en esos trenes. Y, al final, sus canciones, sobre todo a partir del Rivanna Junction (2006), su deslumbrante primer disco en solitario, son como las historias que ocultan las inscripciones, a veces jeroglíficas, que los vagabundos tallan en las paredes de esos vagones. Historias de soledad, de malos tiempos, de malas decisiones, de amigos perdidos en el camino, de calabozos, de relaciones malogradas, de huidas y regresos, de no tener donde caerse muerto y dormir al raso, de vivir, sobre todo de vivir, y trabajar luego (nunca al contrario). Y todo ello sin la menor afectación «beat». Jack Kerouac es una puta broma. El auténtico libro de viajes, la verdadera actitud punk, la verdadera valentía, para Tim, está en Travels with Lizabeth. La historia de un vagabundo enorme y gay que viaja con su perra (Lizabeth), haciendo dedo entre Texas y Los Ángeles, por el interior del país. Al final ese tipo consiguió algo de pasta y logró que se lo publicasen. Un libro mucho más honesto que toda esa parafernalia «cool» que defecaban los beatniks. Y la música de Tim suena y desprende esa misma sinceridad. Los discos son crudos y potentes. La actitud punk permanece y, aunque la rabia ya no eructa con la estridencia eléctrica de los Avail, el resultado sigue siendo igual de intenso y descarnado: «grit and no-bullshit attitude». Más aún, si cabe, que entonces. Él siempre lo ha dicho: «No creo en cómo suena la música, lo importante es lo que te hace sentir». Sin florituras. 28TH & Stonewall es su tercer disco (el mejor, para el que esto suscribe), algo más rico musicalmente que los dos anteriores (espléndida «Will Travel», con sus metales a lo banda cacharrera de Nueva Orleans), y en él está todo su ideario, el disco perfecto para los no iniciados. Pura pasión. Imposible escucharlo sin que te entren ganas tremendas de beberte una cerveza (bueno, quizá diez cervezas) y quedarte toda la noche escuchando sus historias en buena compañía (la que yo elijo vive en las montañas del norte y tiene una perra alucinante que me recuerda muchísimo a la mía, ¡ojalá se hubiesen conocido, –aunque seguro que el mapache habría generado algún conflicto–!).