BRAD ARMSTRONG

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I Got No Place Remembers Me

(Cornelius Chapel Records, 2018)

La historia empieza como muchas otras historias. Libro Primero de Moisés, Génesis 1, «La creación»: en el principio hubo una banda de rock and roll de Birmingham, Alabama. Una historia familiar, por no decir anodina. La tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo. Un hombre se encuentra con una guitarra, ese hombre conoce luego a otro hombre que tiene un bajo, después los dos hombres se topan con otro hombre que tiene una batería y desde su garaje deciden cambiar el curso de la historia del rock and roll. Le siguen diez o doce años de Éxodo, Levítico y Deuteronomio, multitud de conciertos (bajo la denominación 13ghosts, una banda gótico sureña, algo así como Lynyrd Skynyrd con la imaginería de Faulkner y del Apocalipsis, para que se hagan una idea, mucho kudzu y mucho alambre de gallinero, historias de buscavidas, borrachos, «good ol' boys» y toda clase de perdedores a la deriva, la calaña de ese Sur mitad mito mitad realidad que puebla las historias de Flannery O'Connor, Harry Crews, Padgett Powell y Barry Hannah, de quienes el primer hombre se declara forofo irredento, todo ese fatalismo de la literatura sureña, nada que ver con la delicadeza de un Salinger, por poner un ejemplo de lo más discreto…), algunos discos (seis entre 2000 y 2012) y no muchos dólares. Ni que decir tiene que no lograron cambiar el curso de la historia del rock and roll, claro. Ya hemos anticipado que se trata de una historia bastante familiar, por no decir anodina. El nombre de aquel primer hombre es Brad Armstrong y, por supuesto, en toda esta historia del origen hay otros nombres, pero como él mismo dice en su biografía, prefiere dejarlos en el anonimato, y no por amargura, sino por amor. El caso es que en el largo camino a Damasco encuentran de vez en cuando una pepita de oro, pero sobre todo lingotes de plomo. Una historia muy familiar, ya digo. Al menos hasta el momento en que interviene de repente la divina providencia, humorística y caprichosa: alguien de Pitchfork les hace una reseña y ocurre el milagro. La historia deja de ser tan impertinentemente familiar. Alcanzan cierta notoriedad en la prensa nacional con el tercer álbum, Cicada, que, al poco tiempo, una noche oscura y tormentosa, tienen que retirar del mercado por una denuncia de los herederos de Bob Marley, los mercaderes del templo, a causa de la versión de «Three Little Birds» a la que Armstrong añadió unos cuantos versos de su propia cosecha. Multón inmenso para un sello indie que no puede afrontarlo. Jeremías y Lamentaciones. No está el horno para Salmos. El álbum muere tras un pesaroso calvario. Sus siguientes discos funcionan y son bien recibidos por la crítica, pero ya con el fuego apagado. No digas que fue un sueño. La banda se queda en el escenario, como la Carrie de la película de Brian de Palma –la referencia es del propio Armstrong–, la reina de la promoción empapada en sangre. Algo que da cosilla mirar. De nuevo la misma historia. Descontento en las tropas. Raciones insuficientes. Chinches y gachas. Desilusión. Y también amargura. Choque de egos. Muerte por asfixia de la banda. Cada uno por su lado. Armstrong se larga al Valle del Hudson con su mujer y sus hijas. Se compra un perro y se dedica a la carpintería. Una historia, de nuevo, bastante familiar, esta vez ya más Nuevo Testamento. Aunque seguirá tocando como miembro de los Dexateens, garaje rock de Tuscaloosa, Alabama (con Matt Patton, de los Drive By Truckers). Guitarra y martillo. Canciones sobre beber whisky y romper cosas. ¿Para qué más? Pero no es suficiente. Cuando uno ha mordido la dichosa manzana nunca es suficiente. Y es así que llega, fruto del descontento, su primer álbum en solitario, Empire, publicado con cero fanfarria, cero repercusión en prensa y cero gira promocional. Incluso cero copias físicas. ¿Dónde puedo conseguir el disco? Bit Torrent a punta pala. Y, claro, cero flujo de pasta. Así que de nuevo carretera, tocando con gente del calibre de John Moreland y Charlie Parr. Pero ahora sí parece haber encontrado su sitio. Una suerte de revelación. Ahora está tocando en sitios en los que la gente escucha (esa gente existe). Así que ya poco Gólgota. Y por ese mismo camino llegamos, por fin, a 2018 y a este prodigioso I Got No Place Remembers Me. Americana con carnet de identidad punk y corazón de garaje sureño, como ha apuntado Steven Howlett en una reseña. Basta con oír los casi siete minutos del primer tema, «Brother Ford», una narración oscura a propósito de un granjero pobre que se convierte en predicador. Parafraseando a Howlett: es el «It's All Right Ma (I'm Only Bleeding)» de Dylan, con un chute en vena del «Copperhead Road» de Steve Earle, enunciado con el diabólico brinco saltarín de la Charlie Daniels Band. «Longevidad erigida sobre una base sólida», a decir del señor Howlett. Sobre esta piedra, edificaré mi iglesia, parece estar diciendo Brad Armstrong desde cada corte del disco. Así que no les digo más: volumen a tope y genuflexión.