SARAH BORGES & THE BROKEN SINGLES

unnamed-1.jpg

Love's Middle Name

(Blue Corn Music, 2018)

Al igual que el EP que le precede (Good and Dirty, exactamente como nos gustan por aquí las cosas, buenas y sucias, sin aditamentos ni profilaxis), la cubierta de este Love's Middle Name, de vuelta con los Broken Singles, es obra del gran Tony Fitzpatrick, el artista de Chicago que viene haciéndose cargo de las cubiertas de Steve Earle desde el I Feel Alright de 1996. Otro detalle a tener en cuenta es la presencia inapelable de Eric «Roscoe» Ambel al frente de la producción (y de las guitarrazas) en el Cowboy Technical Services, su estudio de Brooklyn (para que suene la calidez de los amplis, para que, como dice Jedd Beaudoin, parezca que Sarah está tocando con su banda en tu puñetero salón, con los menos «overdubs» posibles, fumándose tus cigarrillos y bebiéndose tus cervezas), otro vínculo nada desdeñable con nuestro queridísimo «Hardcore Troubadour». Y es que sigue habiendo mucho de esa rabia «hardcore» sin domesticar en Sarah Borges, nativa de Taunton, Massachusetts, la «Ciudad de la Plata», una de las más antiguas de Estados Unidos, mucha de esa fuerza de bruja de Salem que le hace seguir coleccionando, como ella misma dice, «cosas brillantes», refiriéndose a premios y a créditos en series como Sons of Anarchy, a salir de gira con los Strait Jackets o con Big Sandy & His Fly-Rite Boys, o a colaborar estrechamente con Dave Alvin (amén). En todo este tiempo (siete discos) se ha casado, se ha divorciado, ha sido madre y ha logrado llegar a experimentar ese extraño estado del que a veces se oye hablar, la sobriedad, pero en ningún momento ha echado el freno (de hecho, los demonios siguen ahí, «Are You Still Takin' Them Pills», temazo). Sarah sigue teniendo fe en lo que le dictan sus entrañas y, como andan diciendo por ahí, «sigue caminando sobre la delgada línea que separa el punk del country». Pero tampoco es que haya que ponerse a hilar tan fino: se trata de rock and roll sin tonterías, y punto. Indomable e inclasificable, ajena a modas y riéndose un poco de todos esos calificativos de la crítica miope que, en su día, por ejemplo, con menos atino que un algoritmo de iTunes, quiso ver en ella a la nueva Sheryl Crow (como si nos hiciese falta una nueva, o la antigua, ya que estamos). Así que, váyanse ustedes un poquito a la mierda y ahórrense también lo de la Lucinda de los primeros tiempos, de verdad, ni se molesten. Sarah Borges es una madre soltera muy ocupada y no tiene tiempo para gilipolleces. Promete sudor y diversión en sus conciertos, y con eso ya vamos más que servidos. Y, aunque suene muy poco punk, ella ya es feliz así (incluso estando sobria).