LINCOLN DURHAM

The Shovel vs. The Howling Bones
(Rayburn Publishing, 2012)

Producido por Ray Wylie Hubbard. Eso ya era credencial más que suficiente. Y una Gibson HG22 de 1929. Lo bien que suena eso. Jirones del mítico Son House. Y todo lo demás. No paré quieto hasta que cayó en mis manos. Grabado en el estudio de George Reiff, en Austin, Texas, con Gibsons de principios y mediados del siglo, como la ya mentada (propiedad de Ray Wylie), pero también viejas Kays, Silvertones, Voxs y Bell & Howells acompañadas de mandolinas, armónicas, violines, macetas, cajas de cartón, comederos de pájaros, ladridos de perros, graznidos de cuervos, depósitos de aceite, sierras, cubos de basura, pies y todo lo que sea capaz de hacer ruido. Lo que viene siendo, según define su propia biografía: un Detestable-Hombre-Orquesta-Punk-Gótico-Sureño-Revitalizador-del-Góspel y bla, bla, bla, lo que tú quieras, con un estilo crudo, oscuro y poético del que, en efecto, se sentiría más que orgulloso Edgar Allan Poe (de hecho, más o menos es así como yo pienso que habría sonado Poe en las madrugadas de Baltimore, pasado de láudano y cagándose en Emerson, si en agún momento de inspiración sifilítica le hubiese dado por dejar la pluma y apostar por el banjo). En directo es tremendo. Pero grabado también salpica. Puro pantano.