LEE BAINS + THE GLORY FIRES

Old-Time Folks

(Don Giovanni Records, 2022)

El disco empieza con una invocación, nada menos que con la voz de Angela Davis desde el Boutwell Auditorium de Birmingham sobre unos acordes de órgano. Conviene subrayarlo para quienes apuntan que la banda ha bajado de revoluciones, porque la revolución, claro, siempre ha sido otra y ha ido por otro lado. No se trata solo de meter ruido y ametrallar decibelios (que siempre ayuda, desde luego), sino de no bajar la guardia. No ceder ni un ápice ante la maquinaria de los poderosos, mantener la rabia intacta. Y, sí, esto sigue siendo el maravilloso punk sureño de izquierdas de sus anteriores tres discos, irredento y corcoveante, la misma épica rockera de forajidos y revolucionarios que habitan en las alcantarillas de Georgia y Alabama. Y no por gritarlo menos, deja de ser más incisivo, amenazador y necesario. Luego el disco se cierra con la bendición de la activista Joy Harjo, poeta laureada de la Nación Muscogee. La postura está clara. El objetivo también. No es una marca, ni una cierta forma de ver las cosas, es inconformidad, pura y dura, y, sobre todo, son historias. Historias de toda la vida. De gente de toda la vida. La lucha del día a día. De los nacidos sin flor en el culo. La voz de los silenciados y pisoteados en las páginas traseras de la historia. Es lo que somos, dice Bains (que sigue trabajando en los almacenes de una carpintería de Atlanta, porque con la música no da y, para él, la música, antes de dejar que se prostituya en busca de hits y de minutos de radio –bueno, de podcasts, que es lo que ahora se estila, con mayor o menor fortuna–, que muy bien podría, pero ni de guasa, la música es, decía, ante todo una militancia), nos guste o no. Historias de resistencia, viejas y nuevas. Luchas que se fraguaron en el pasado y que, en contra de lo que nos quieren hacer creer para reblandecernos, siguen candentes. Siguen produciendo bajas y abriendo heridas. Y muy probablemente lo seguirán haciendo hasta el minuto último, porque es precisamente esa lucha lo que, en última instancia, nos conforma. De ella venimos y con ella nos iremos. Hay un linaje de viejos combatientes, un sentido de pertenencia a la sangre que derramaron los que nos precedieron, una conexión con los antepasados. Y es en esos ancestros en los que Bains sigue buscando guía e inspiración. Se sabe deudor de esa lucha, progenie de esa misma indomabilidad, y se niega a aceptar el juicio de los tristes, de los rotos que, más agoreros que Casandra, no paran de dar la tabarra con el anticipo del inminente «fin de la historia», previsión artificial que es un modo de claudicar, de barrer la inmundicia y ocultarla bajo la alfombra, y eso sí que no, eso no son más que las habituales gilipolleces de los tertulianos y los columnistas de salón. Si saliesen al ruedo, si atendieran, si pisaran el suelo, se mancharían. Porque vivir mancha, igual que mancha la música cuando se toca desde la honestidad, la rabia y la esperanza. Porque en el peregrinaje personal (y profesional) que ha llevado a cabo Lee Bains entre sus dos estados de origen (Georgia y Alabama) ha encontrado, aparte de la desolación, solidaridad y resistencia. «Hubiese o no victoria al final, lo que realmente me ha servido de ayuda ha sido escuchar y ver aquellas historias con mis propios ojos». Lo dijo Harry Crews en su día (a quien seguro que le hubiese entusiasmado esta banda trapera del río de allí), lo importante son las historias. Las historias nos nutren. Tanto oírlas como contarlas. Y para contarlas hay que vivirlas, padecerlas. Aunque solo sea para poder contarlas. Sin más recompensa que la de ser oído, ser tenido en cuenta durante lo mismo no más de diez o quince minutos en la barra de un bar perdido de carretera. «¿Cuál es tu historia, amigo?». Y procurar que las cosas sucedan. El Movimiento por los Derechos Civiles. El Sindicato de Aparceros de Alabama. La huelga sureña de los trabajadores del textil de 1934. Bains ha viajado y se ha empapado de todo eso. De esas batallas que nunca acabaron, que siguen librándose, puede que más cruentas que nunca, porque al enemigo de siempre se suma, o se quiere sumar, ahora el olvido. La iglesia donde se reunía la Organización por la Libertad del Condado de Lowndes, que inspiraría la creación de los Black Panthers. Algo que no se cuenta en los colegios: las raíces del partido de los Black Panthers en la zona rural de Alabama. También revisitó los viejos campos de batalla en los que el pueblo Creek luchó por sus tierras ancestrales tras ser vilmente estafado y esclavizado. Bains ha cavado en esas zanjas y ha absorbido el sentimiento que aún impera en esos lugares y en esas gentes que murieron luchando por la injusticia. Son lugares de poder. Colectivismo, solidaridad, consideración por los otros, empatía. Y sobre todo historias y amor por el lugar que te ha visto nacer. No. No han bajado revoluciones, amigo rockero. Han afinado la puntería. Música folk, música de la gente. Woody Guthrie.