WARD HAYDEN & THE OUTLIERS

Free Country

(Ward Hayden & The Outliers, 2021)

Durante doce años fueron los GGG (Girls, Guns & Glory, «Chicas, Armas de Fuego y Gloria»), pero pese a ser de Boston y manejar el distanciamiento irónico, allá por 2018 decidieron cambiar de nombre, por aquello de los tiroteos y el control de armas en Estados Unidos. No estaba la cosa para tirar cohetes, y nunca mejor dicho. El asunto se quedó en Ward Hayden (líder de la banda) & The Outliers, que viene a ser algo así como el susodicho y «los casos aparte», «las anomalías», «los valores atípicos». En agosto de aquel mismo año, sacaron el disco que precede al que hoy reseñamos, el Can’t Judge a Book, un disco de versiones, y abrieron para los Oak Ridge Boys, Marty Stuart, Los Lobos y Dwight Yoakam. Por entonces, la Rolling Stone arriesgó una de esas fórmulas a las que son tan aficionados (yo creo que por haraganería), dijo de la banda que era como sumar a un Buddy Holly moderno con Dwight Yoakan, y luego dividir la suma por los Mavericks (sabe Dios lo que significará eso). En la No Depression salieron a relucir los nombres de Roy Orbison, Hank Williams y Chris Isaak. Dijeron de aquel disco que era «el disco de-sentarse-en-el-porche-en-primavera-a-beber-birras-con-los-amigos del año». Es, sin duda, nuestra etiqueta musical favorita de todos los tiempos (que se metan por donde amargan los pepinos las insustanciales etiquetas de «americana», «alt-country» y demás pamplinas). El cambio de nombre de la banda vino dado también a raíz de una honda reflexión en los valores amparados en los diez puntos del «código vaquero» del que ha sido siempre el héroe de Hayden, el inmenso Gene Autry. Para Hayden, natural, ya advertimos, de un territorio y un ambiente muy poco vaqueros, lo de ser «cowboy» es sobre todo un estado mental (enseguida nos viene a la mente nuestro queridísimo Ramblin' Jack Elliott). Con el cambio de nombre, pretendieron definirse mejor, ajustarse a lo que verdaderamente eran y son. En doce años habían pasado muchas cosas. Y lo cierto es que ellos siempre se habían considerado anómalos dentro del mundo de la música country. Aunque eso era precisamente lo que hacían, country sincero (punto tres del código de Gene Autry: decir siempre la verdad) y rock 'n' roll emotivo, desde el corazón (quizá esto sea también una anomalía, y sin el «quizá», basta encender la radio a cualquier hora). Dejándose la piel en los escenarios. Trabajando, día a día, sin bajar la guardia (punto siete del código de Gene Autry: ser un buen trabajador). Y, sobre todo, ser fiel a aquel chaval de veinte años, con su buena dosis de corazón roto y su creciente colección de pérdidas y desengaños que, al volante de un Oldsmobile Delta Eighty-Eight, encontró en los casetes de su madre la respuesta a todos sus desvelos. En la honestidad de aquellas letras. La verdad duele, en efecto, y si no que se lo digan al viejo Hank Williams (que está tosiendo, cien plantas más abajo). Y así fue como llegó este disco, en el año de la pandemia, con ayuda de una campaña de Kickstarter que, aparte del dinero, les suministró tiempo de reflexión (alrededor de dieciséis meses) y la libertad para hacer lo que querían, en un estado de inocencia cercano al de aquellas primeras grabaciones de la historia del country, sin rendir cuentas a nadie, más que a sí mismos. Dicen que este Free Country ha sido como meter el coche sucio en el lavacoches. Una visión sobre el abismo sociocultural que divide a su país (punto diez del código de Gene Autry: un vaquero es un patriota). Un disco de borrón y cuenta nueva, de mirarse las heridas y cicatrizar (cuya descarga gratuita, hablando de libertades, anda por las redes para que tú lo goces, atendiendo al punto seis del código de Gene Autry: ayudar a las personas en apuros). Y producido nada menos que por el legendario Eric «Roscoe» Ambel (que, además, añade voces y guitarras, como acostumbra). Un country gozoso y sin nostalgia ninguna. Todo lo contrario. Un disco esperanzador. Una música que se sacude de encima todo asomo de pena y lanza la mirada al futuro. Lo dicen bien claro en «Irregardless»: «Recuerdo cuando el country era country, / recuerdo cuando el blues era negro, / las cosas cambian, como cambia el clima, / es lo único que se necesita para traer todo de vuelta, / ahora mismo están naciendo tempestades, / y la siguiente generación tendrá lo suyo». Y luchar contra lo que viene es luchar para la nada, trabajar para el vacío. Mantener esa esperanza, mimar esa confianza en la música y en la libertad, tampoco es que sea poca anomalía, así que el nombre de la banda les viene ni que pintado. Y para despedirme solo añadiré que la semana que viene nos los traen a casa nuestros dealers habituales de The Mad Note. Perdérselo sería de ser el encargado de esperar en el coche con el motor encendido y quedarse dormido el día del atraco. De embrearte y emplumarte sobre una mula en la plaza del pueblo para escarnio público y solaz del respetable. Así que, lo dicho, ni lo dudéis. Nos vemos debajo del bafle de la izquierda. ¡Salud y alegría!