BRENNEN LEIGH (featuring ASLEEP AT THE WHEEL)

Obsessed with the West

(Signature Sounds, 2022)

Puede que de primeras no te suene ni la conozcas, pero seguro que la habrás oído mil veces. Ha hecho voces para The Weary Boys, Moot Davis, Jesse Dayton, Leo Rondeau, James Hand, Melissa Carper, Jim Lauderdale, Charley Crockett, Rodney Crowell, Radney Foster y Bobby Bare, entre otros. Canta, compone y toca la guitarra y la mandolina «como una hija de puta», y no es que lo diga yo, lo de «like a motherfucker», eso lo dijo el gran Guy Clark en su día, alabando su flatpicking, sin andarse con chiquitas. David Olney, otro de nuestros héroes, se refirió a su escritura, «tierna, violenta, sentimental, tontorrona y sabia, siempre fiel a sí misma, confiada y a gusto, sin dárselas de nada ni pasar por una imbécil» (se ve que por aquellas latitudes lo de ir de sobradillo es tan habitual como por aquí, donde de mediocres envanecidos siempre hemos andado con exceso de stock). De este último disco, Colter Wall ha dicho que si al primer compás no se te planta una sonrisa en la cara y te pones a mover los pies es que probablemente estés muerto. Ella lleva obsesionada con el western swing desde que era pequeñita y siempre ha sido una influencia. Nació en Fargo (con catorce añitos ya giraba), se mudó a Austin a los diecinueve y actualmente reside en Nashville. De ahí que sus discos anteriores hayan abarcado el bluegrass, la música country (sus padres eran muy forofos de Willie Nelson y de Emmylou Harris, y no se perdían nunca las emisiones de fin de semana del Austin City Limits) y el folk. Pero solo ahora, con este séptimo álbum, se ha puesto a explorar en serio el western swing, para lo que ha contado en la producción con el mejor, nada menos que con el maestro Ray Benson, rey actual del Texas swing, al frente de su banda, los gloriosos Asleep at the Wheel. Cindy Walker (a la que Brennen considera su espíritu animal) y Bob Wills pueden dormir tranquilos. De adolescente, Brennen se topó en casa con un viejo regalo de bodas que le habían hecho a sus padres, Fathers and Sons, un disco editado en 1974 con Bob Wills & His Texas Playboys en una cara y en la otra Asleep at the Wheel. Ahí se le inoculó el virus del swing. Ella y su hermano no paraban de pincharlo, devoraban el disco. Alucinaban con aquellos gritos extrañísimos, el característico aullido agudo de Wills. Aquella mezcla de jazz, blues, polka y country rural. Un sonido que les parecía procedente del espacio exterior. Fue así como se enamoraron de la idea de Texas. Con quince años, conduciendo por las carreteras desoladas de Dakota del Norte, oyendo una y otra vez una cinta con temas como «New Spanish Two Step», «San Antonio Rose» o «Maiden Prayer». Imposible escapar a ese embrujo. Texas, un país o planeta mágico de comida mexicana y salones de baile. Quién le iba a decir que acabaría viviendo allí y grabando un disco de western swing. Y, además, con el espíritu aventurero del que siempre ha hecho gala, con la insobornable intención no solo de emocionar, sino también, y sobre todo, de preservar el pasado. Una carta de amor a un sonido que significa todo para ella y que cambió la fibra de su ser. «Para mí se trata de algo espiritual. Es como si te presentaras con tus mejores galas y le dieras a la gente lo más auténtico que puedes darle. He aprendido que cada vez que coqueteo con el lado menos auténtico de mí misma en lo que respecta a las apariencias, no consigo conectar tanto con la gente. Para mí es importante decir: “estoy orgullosa de esto” y poder mostrarlo tanto en mi actitud como en mi indumentaria. Creo que este género merece ser respetado, amado, alimentado y regado. Esta es nuestra música y es una música inteligente, es una música brillante y con clase». Y si encima va y te encaja a bocajarro el pistoletazo que da título al disco, «Obsessed with the West», con ese violín y ese viejo acordeón, esa especie de oda melancólica de ambiente vaquero, pues apaga y vámonos. Un auténtico poema de amor al Oeste que, en efecto, se desvincula un poco del tono general, bajando revoluciones, pero que es, sin duda, el momento álgido del disco, el más emotivo, con sus cigarras zumbantes, sus rocas calcáreas, sus altas hierbas danzantes, sus bandadas de buitres negros, sus granizadas asesinas, sus borrascas y sus ciclones, sus cactus rosados en flor y sus huesos blanqueados por la intemperie: «aunque me llene de aguanieve y me haga nudos en el pelo / estoy obsesionada con el Oeste, / esa vieja y ruda fulana, / ese poni salvaje indomable». Una canción en la que, por otro lado, ya se perfila ese nuevo proyecto con el que Brennen Leigh viene fantaseando en los últimos tiempos para gran alegría nuestra (o al menos mía), un álbum de canciones vaqueras, un disco en la línea de Roy Rogers y de Sons of the Pioneers, baladas de pistoleros a lo Marty Robbins y Don Edwards. «Definitivamente, serán canciones originales, siempre he querido escribir una novela del Oeste en forma de canción, ya sabes, un disco temático que tenga un poco de Louis L'Amour y un poco de McMurtry, ese tipo de cosas». Bendita seas, Brennen Leigh. Bendita sea tu obsesión y tu valentía. Una suerte y un regalo haberse tropezado contigo. Happy trails & yeeeeehaw!