49 WINCHESTER

Fortune Favors The Bold

(New West Records, 2022)

Empezaremos diciendo que no es un fusil con acción de palanca, sino el nombre y el número de una calle de un pequeño pueblo montañés, Castlewood, sito en Virginia, en los Apalaches, donde la banda empezó a tocar sin mayores pretensiones que tocar y seguir tocando mientras se pudiera. Uno de esos pueblos con un solo semáforo y, según las propias palabras de Isaac Gibson, líder del grupo, todos los clichés que uno quiera barajar a propósito de lo que supone crecer en un pueblo de apenas dos mil habitantes, en su día fundado sobre un terreno comprado a los indios shawnee a cambio de un sabueso, un cuchillo y un trago de whisky. Para empezar la necesidad de rebelarse, de ahí todo ese caudal punk rock y metalero que anida y transpira en el corazón de esta banda aparentemente country que debuta ahora en el sello New West con este Fortune Favors the Bold (la fortuna favorece a los audaces, en efecto, solo si te atreves a salir de tu pueblo mental en busca del Nuevo Oeste que está ahí fuera, esperándote). La tía Patsy, que falleció hace poco, fue la que le regaló su primer instrumento, un bajo con el que quiso formar una banda de punk, como buen fan de Pantera que siempre conviene ser, para crecer con la mente limpia, avatar que acabaría sucediendo, aunque con vestimentas completamente imprevistas. Probablemente, porque el punk, como género, nunca le ha interesado del todo, lo que le ha interesado ha sido más bien la filosofía, por llamarlo de alguna manera, la filosofía o la actitud, el espíritu si se quiere. Eso que, en ocasiones, se inocula en los demás géneros, incluso en el menos punk en apariencia, como puede ser el country que él perpetra, el único country que le interesa, un country de naturaleza rebelde (el viejo outlaw de los setenta). Para ello bastaría citar a Chris Shiflett, de los Foo Fighters, que lo dijo mejor que nadie al dictaminar que la música country es el lugar al que van a morir los viejos rockeros punk. Muchas bandas han demostrado ya que uno puede sentirse como en casa con unas botas camperas y un sombrero vaquero en el escenario de un garito de música punk. Una mera cuestión de energía que va mucho más allá del hábito, que jamás hace al monje, por mucho que nos intenten hacer creer los fantoches. Para empezar no es un disfraz, es auténtico. Enseguida se identifica al mamarracho que jamás se ha puesto un sombrero vaquero o al hijo de familia que se implanta un imperdible demasiado brillante en el pezón o se tatúa un dibujillo que en nada se diferencia de las calcamonías que venían en los pastelillos Bimbo. Disfrazados hay muchos y su música también suena a disfrazada. Cowboys y punks de pega. Pura fachada insulsa tocando música vacía. Para Isaac el asunto se basa en algo de lo más sencillo (y a la vez de los más complicado), se trata de total y absoluta dedicación a contar la verdad. Solo hay una indicación en el prospecto: nada de soplapolleces. Para él, eso es la música country. El lugar común de los tres acordes y la verdad. Verdad, honestidad y crudeza. Olvídate de la nouvelle cuisine. Caramelízate los huevos, si quieres, pero a mí el guiso me lo dejas quieto. Algo con lo que la gente se identifique al momento, que apele a sus vivencias y que tenga valor por sí mismo, más allá del sonido, algo, no por domado y elaborado, menos primitivo. Los muchachos del número 49 de la calle Winchester reconocen que nunca quisieron ser una banda de country, ni una banda de rock, ni una banda de Americana, ni de blues, ni de soul, ni de su puta madre. Nunca se lo plantearon en esos términos. Al inicio eran jóvenes (lo siguen siendo) y estaban muy verdes, no tenían ni repajolera idea de qué era lo que estaban haciendo, de cómo encajarlo o clasificarlo, pero sí tenían clara una cosa, querían contar lo que les pasaba, transmitir lo que oían en sus cabezas y lo que sentían en sus corazones. Lo traducían como podían y lo sacaban a la luz, contagiado inevitablemente de toda la música que escuchaban y amaban, algo que, poco a poco, a lo largo de los ocho años que llevan tocando, se ha ido depurando hasta dar lugar a su sonido actual, cierto que más cercano al country que a cualquier otra cosa, pero con mucho también de tantísimas otras cosas. Porque en lo suyo no hay nada previsto, es todo maravillosamente esporádico. Isaac se adscribe al viejo método de Hank Williams, según el cual, si te lleva más de media hora escribir una canción, lo mejor que puedes hacer es olvidarte de ella. Le viene de familia. Desde hace cien años se vienen dedicando a la carpintería y a la mampostería de piedra. Isaac pertenece a la cuarta de cinco generaciones que sabe lo que es sudar mientras se instala un tejado. Sabe lo que es ganarse la vida manchándose las manos. Y esa ética de trabajo es la que ha incorporado también a los del 49 de la calle Winchester. Pon en marcha el reloj, encájate el casco y a trabajar. Ese es el mantra, tanto en el estudio como en las giras y en los ensayos. Música de currantes. En definición de ellos mismos, «una banda de alt-country de lágrima en tu cerveza, rock and roll de bar de suelo pringoso y folk de los Apalaches de alto octanaje».