RILEY DOWNING

Start It Over

(New West Records, 2021)

De los Deslondes, que ya han sido mentados en un par de ocasiones por estos parajes, y de Sam Doores (que recientemente se ha marcado un discazo en solitario), ya hablaremos otro día. Hoy nos vamos a ocupar de otro de los miembros de la banda de Nueva Orleans, del nativo de Missouri (Kansas City), Riley Downing, que también acaba de estrenar en New West (igualito que Sam, ahí es nada, se conoce que en este sello no son de dar puntada sin hilo, lo que desde aquí celebramos, que bien poco nos cuesta) su carrera en solitario. Al parecer, según cuenta él mismo, con el parón de la banda en este año pandémico tan siniestro para la música en vivo (este año que nos está azuleando el carácter –azul de tristeza, de blues, concretamente del «Blues de llevar ya más de un año larguísimo sin vibrar en cualquiera de nuestras dos o tres salas favoritas y me cago –yo al menos– en mi puta vida»), el bueno de Riley decidió aprovechar la pausa para grabar un sencillo. Las musas, con escasa, si no nula, inclinación a hacer caso o seguir reglas, muy poco dadas a amaestrarse (también son ganas de joder), se le pusieron estupendas y la cosa se le salió de madre. Olvídate de sencillos. Mano a mano con su compañero de los Deslondes, John James Tourville (que, aparte, produce el disco con Andrija Tokic), le salieron canciones para todo un álbum. Y ni tan mal, oye. Luego fue solo cosa de rodearse de colegas músicos (enmascarados, porque así de marcianos son los tiempos que corren) para sacarlo adelante (gente de los Raconteurs, de los Time Jumpers, de los 400 Units y de los Straitjackets, entre otros gloriosos compinches). El resultado es un mejunje exquisito (que como todo buen guiso que se precie, pregúntaselo si no a tu madre, mira sus albóndigas sin ir más lejos, sabe mejor al día siguiente) en el que se combinan, con excepcional soltura, sonidos de raíces, ecos del Tulsa de los años setenta (el señor Cale), efluvios pantanosos de Louisiana (Tony Joe, «la cosa del pantano») y ritmos de Nueva Orleans (como no podía ser de otro modo, claro, puesto que de lo que se come, se cría). Voz profunda y resonante. Casi hablada. Gruñidos sombríos. Coristas fantasmales. Banjo, violín, acordeón, Hammond y marimba. Y hasta un sintetizador Moog en el tema «Crazy». Canciones sobre tiendas de discos («Start It Over»), sobre hombros en los que apoyarse cuando la cosa anda mal (o ni anda) y sobre sentarse a ver las cosas venir, para luego capearlas como buenamente se pueda, tal y como se padece en la estremecedora antepenúltima canción, «Doing It Wrong», que parece un tema perdido del mismísimo primer Kristofferson. Ian Bremmer, en su reseñita de Old Rookie, describe el disco de una manera que no puedo evitar subrayar, línea por línea, «se siente como una conversación, es como estar sentado en la sala de estar con la familia, con la guitarra pasando de mano en mano, intercambiando historias y lanzando contra los demás las latas de cerveza cuando se quedan vacías». Al menos al que esto suscribe, yo, un servidor, no se le ocurre mejor diversión. Hogar, amigos y familia. Y reírse fuerte de uno mismo. La lección aprendida de aquella señora del Walgreens, cuando Riley fue a hacerse su primera foto para el pasaporte. Al ver el resultado, le preguntó a la dependienta si podía hacerse otra. Ella, sentenciosa, casi oracular, majestuosa, inmensa, categórica, le dijo: «No. Ese es tu aspecto». Y punto. Lección aprendida. Deberían fabricarse más señoras así. Una en cada esquina. Las cosas irían mucho mejor. Habría menos imbéciles en las redes. Y este disco es muy eso. Muy de bajarse del pedestal y de estar a gusto con uno mismo: así sueno y este es mi aspecto. Gorra, bigote y cigarrillo medio caído. Cobertizo, amigos, cervezas y perros. Si te gusta bien, y si no también. En los agradecimientos no deja lugar a dudas: «[…] a mi familia, a mis amigos y a todos los que en alguna ocasión se sentaron alrededor de un fuego y se quemaron las pestañas o reventaron la goma de sus neumáticos conmigo».