TENNESSEE JET

The Country

(Thirty Tigers, 2020)

Corretea por ahí una descripción de su música, ya desde sus dos primeros álbumes (este es el tercero), que lo califica como una suerte de aleación entre Jack White y Steve Earle (no en vano, el I Feel All Right es su disco favorito de todos los tiempos, «un disco con dientes», y como él mismo reconoce, el tema «Hands on You» parece salido directamente de una de las sesiones de aquel álbum: guitarra barítono, guitarra de doce cuerdas y mandolina). Algo de eso hay, sin duda, el minimalismo de los White Stripes a decir de algunos, con su ramalazo de trovador hardcore y su sazón de honky tonk (vertiente dura, a lo Dwight Yoakam), sin olvidarnos, claro, de los libros de John Steinbeck. Tennessee Jet, «T.J.» para los amigos, se considera una especie de personaje (como los que pueblan sus canciones), «un recipiente para contar historias». Porque lo que importa es eso, principalmente, las historias. El artista queda siempre mejor en un segundo plano, sin manchar las canciones con sus peripecias y sus avatares (habitualmente, con sus soplapolleces). En su día jugó al béisbol, de lanzador y de segunda base. Amaba más al béisbol que el béisbol a él, por eso se abandonaron (no hubo boda). Pero Tennessee Jet lo ha leído todo (y eso cunde, pasen y vean). Es natural de Oklahoma. De padre domador de caballos salvajes y madre jinete de rodeo, disciplina «barrel racing», girar en torno a tres barriles metálicos que forman un triángulo realizando un recorrido en forma de trébol en el menor tiempo posible sin tumbar los barriles (y hasta aquí la clase teórica). Siempre ha sido un lobo solitario, muy «one man band», se lo ha producido siempre todo solo, y este disco, con el que se estrena en el sello Thirty Tigers (benditos sean), es su proyecto más colaborativo hasta la fecha. Incluye un tema compuesto a medias con el gran Cody Jinks (con quien no es la primera vez que aúna fuerzas; dos solitarios juntos, por cierto, no suman compañía, suman soledad, cosa de química, que lo explique con probetas algún experto, si hay alguno en la sala), una versión del «Pancho & Lefty» de Townes Van Zandt cantada a cuatro voces (con el susodicho Cody, la últimamente muy requerida Elizabeth Cook, con la que también se marca luego una gloriosa versión bluegrass del «She Talks to Angels» de los Black Crowes, y el inmenso Paul Cauthen. Todo oro, trompeta Mexicali incluida). Y todo ello aderezado, además, con la banda de gira de Dwight Yoakam, esto es: bien de Telecaster y sonido californiano («calicountry», como lo llaman los tonticos, ¿qué le vamos a hacer?, hay muchos), y la mítica armónica de Mickey Raphael (titán que, si no existiera, habría que inventar). Entre sus influencias, más que músicos, T.J. (perdóneseme la imperdonable confianza) suele citar a directores de cine (Sergio Leone, Stanley Kubrick…) y a escritores (el ya mentado Steinbeck, sobre todo Las uvas de la ira, con todos esos okies desahuciados camino de la soleada California). Tennessee Jet (vuelvo al trato respetuoso, para que no se diga) concibe sus canciones como cree que los directores han de concebir sus películas. Da mucha importancia, ya digo, a las historias y a los personajes. De eso se nutre. Últimamente abunda mucho papanatas, mucho American Idol y mucho «triunfito» que no ha leído un puñetero libro en su puta vida (la vida puta es una vida, básicamente, sin libros –sin libros buenos, se entiende–). Y así nos va como nos va. Y al final oímos lo que oímos (bueno, nosotros no, nosotros ni por probar, como a veces nos incitaba nuestra madre con ciertos alimentos abominables –léase, por ejemplo: los tomates cherry–). En fin, que Tennessee Jet no oculta sus influencias. La canción «Johnny», por ejemplo, con su pegada punk, habla, claro, de Johnny Horton, pero también aparecen por los planos de la película Johnny Cash y Merle (no Haggard, sino Kilgore, cuidado ahí). Lírica country en envase grunge, suena casi a Nirvana. Música de caos y coches estrellados. Este hombre sabe de lo que canta. Y así da gusto, claro. El círculo no se rompe.