THE MEAT PURVEYORS

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Pain by Numbers

(Bloodshot Records, 2004)

Fue en Salt Lake City, poco después del Festival de Sundance, cuando la ciudad volvía a ser un erial tedioso y vacío. Cerveza de baja graduación, arquitectura mormona de pésimo gusto y un frío de andar todo el día soñando con California o con matar por mandato divino a una señora con su hija, como los tristemente célebres hermanos Lafferty. Estábamos montando un documental sobre un viaje por el nuevo Oeste. Dormíamos tirados en el estudio porque el presupuesto no daba para más. Había largas horas de clasificación y espera. Una de aquellas tardes desesperantes decidí salir a la calle en busca de una tienda de discos. Había una no muy lejos del estudio. No tenía mucha fe, pero necesitaba oxígeno. Ella estaba con los pies sobre el mostrador, leyendo The Motel Life, de Willy Vlautin. Ese fue el vínculo, también los discos que escogí y los que me recomendó ella. Luego hubo una historia, que no viene ahora a cuento (una historia sobre el tedio, la soledad y dos extraños). Se llamaba Amy. No sé si la tienda seguirá existiendo. No sé lo que duran esas cosas en Utah (por aquí, más bien poco). El caso es que fue ella la que me descubrió esta banda. Me los describió como «una mofeta arrojada a la tienda de campaña de los estoicos evangelistas del bluegrass» (así los definían en la página de su sello). Me los pinchó a todo trapo en la tienda y fue un amor a primera escucha. Mucho más hermanos Ramone que hermanos Osborne, como también decían en aquel genial texto de presentación, más de botas con puntera de acero que de camperas. Y con una energía trepidante. Justo lo que necesitaba aquella maldita ciudad que fundara en 1847 Brigham Young con otros miembros muy rubios de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (esto lo dijo ella, como pidiendo auxilio). Eran de Austin, Texas. Y eran los reyes indiscutibles del «thrashgrass». No apto para los engreídos puristas del bluegrass ni para los farsantes adoradores del «alt-country», que tras oír un par de temas suyos entrarían en paroxismos de inseguridad y tendrían que ser sometidos a años de carísimas terapias (esto lo dicen ellos mismos, en el susodicho texto). Todo muy disfuncional y maravilloso. Con humor, pegada punk y la sana intención de que el bluegrass no acabara pudriéndose en un viejo ataúd polvoriento. Y este Pain by Numbers era el disco que más le gustaba a Amy, la chica de la tienda que leía a Willy Vlautin. Aparte de temas propios, incluía versiones de Bill Monroe, Dusty Springsfield, The Fletwood Mac y Johnny Paycheck. Y me aseguró que en directo eran otra dimensión. Ella los había visto ya dos veces. El caso es que para hacer esta breve reseña me he puesto a bichear para ver en qué andan ahora, porque años después les perdí la pista. Y en la página de Bloodshot Records se puede leer este mensaje demoledor: «Debido a la indiferencia cultural, las penurias interpersonales y la necesidad de pagar las facturas, la banda se ha disuelto y actúa muy rara vez. Pero os lo haremos saber cuando vuelvan a juntarse». Puta vida. Ya que estaba, he mirado también en Google Maps. La tienda de discos de Salt Lake City ha cerrado (ahora hay un restaurante). Y no sé qué habrá sido de Amy (tenía un myspace y un número de teléfono que ya no existe). Así que me pongo bien alto el «The One I Love Is Gone» y lloro.