Any Way, Shape or Form
(New West Records, 2014)
A veces ocurre. Sigue ocurriendo. Cuando te parece que ya lo has probado todo y que ningún chute te va a proporcionar el subidón de la primera vez, de repente va y aparece una banda con la que te vuelven a entrar unas ganas locas de ponerte a saltar, a berrear y a proferir todo tipo de improperios. La felicidad versión 5.0. Música de los Ozarks. Todo muy hillbilly, no hay más que verlos (no son barbas customizadas en esa barbería tan hipster que hay al lado del Cascorro; son barbas de estar jodido, barbas de taller y de desguace, de tener una cuchilla escondida dentro; por cierto, la compañía de contratación que catapultó a estos osos montañosos, lo tuvo muy claro cuando los eligió para abrir a los ZZ Top: «Estos tíos tienen barba y estos tíos tienen barba, pongámoslos juntos, a ver que pasa»; lo que pasó fue que la gente flipó con la Ben Miller Band y cuando salieron los Gibbons, con toda su parafernalia explosiva, fue bastante bajón de cuadro). Bautizos, linchamientos y otras diversiones. Música de lo que dejó el tornado a su paso por Joplin (Missouri). Trombón y trompeta de banda balcánica, con su guitarra y su mandolina. Hasta aquí nada nuevo bajo el sol. Pero luego viene el banjo, la tabla de lavar y las cucharas, las tres cosas con cable, enchufadísimas, un micrófono hecho con el auricular de un viejo teléfono que alguien heredó de su abuelo, un serrucho y, lo mejor de todo, un bajo de una sola cuerda construido con un barreño de metal (de los de bañarse en una película del oeste con los calzoncillos puestos y frote de espalda de ramera cariñosa que guarda un pequeño revólver en la enagua) y un palo. Lo que viene siendo una cosa que ellos mismos han bautizado como «Ozark Stomp», zapateo de los Ozarks, ahora «Mudstomp» en referencia al nombre de su primera discográfica (al loro con lo que edita este sello, Tyler Gregory, The Big Idea, Under The Big Oak Tree, no lo oirás en la radio…), mezcla de blues, rock and roll y folk de los Apalaches, todo con su buena distorsión metanfetamínica para ponerte a cien (hagan el favor de empezar con el temazo «Hurry Up And Wait» o con el «Burning Building», y si no gritan y jalean es que no son humanos), algo digno de aquella gente que pululaba y sobrevivía (apenas) en Winter’s Bone, la colosal novela de Daniel Woodrell, el escritor oficial de esa dura meseta, Missouri frontera con Arkansas (se hizo también una película, Los huesos del invierno, que ganó en Sundance en el 2010, «tan grave como una mordedura de serpiente»). Pues bien, esta es la música que hacen y escuchan en esas montañas. Imposible no ponerse a pegar tiros al aire si tienes a mano un pack de seis cervezas y una escopeta.
THE WIDOWER
THE WIDOWER, miniserie de tres episodios producida por ITV y basada en hechos reales, narra el período en la vida del enfermero MALCOLM WEBSTER que va desde su primer matrimonio en Escocia con CLAIRE, pasando por un segundo matrimonio en Nueva Zelanda con FELICITY, hasta concluir con su tercera prometida, SIMONE, de nuevo en Escocia.
¿Con THE WIDOWER estamos ante una serie romántica que habla de las relaciones de pareja y todos esos rollos?
Nada más lejos de la realidad.
MALCOLM WEBSTER es definido por los psicólogos en la vida real como sociópata, manipulador, mentiroso compulsivo y otras lindezas por el estilo.
El actor REECE SHEARSMITH que interpreta a MALCOLM lleva todo el peso de la serie sobre sus espaldas y el colega se sale.
Tengo que reconocer que no conocía a REECE de nada, pero después de ver THE WIDOWER sin duda le voy a seguir la pista.
Inquietante, perturbadora, THE WIDOWER lo tiene todo para atraparte delante de la pantalla.
Cuando terminas de verla... bueno, te lo vas a pensar dos veces antes de liarte con alguien que tenga aspecto de mosquita muerta y que, aunque físicamente no te ponga mucho, sí sepas apreciar que tiene un gran corazón.
Aquí os dejo la frase preferida de MALCOLM que, según la gente que le conocía, no paraba de repetir:
¿Por qué trabajar duro cuando alguien puede hacerlo por ti?
Ahí es ná el tío.
LUCINDA WILLIAMS
The Ghosts of Highway 20
(Highway 20 Records, 2016)
Este es un disco para escuchar con nocturnidad y carretera, dentro de un coche, a poder ser a mediados o a principios de la década de 1980, dirigido por un cineasta alemán, preferiblemente de Düssesldorf, vale, sí, con guión de Sam Shepard (y Harry Dean Stanton andando por el desierto). De hecho, tiene todo lo mejor y un poco de lo peor de esa década, lo peor para mí sería el sonido casi preciosista de las guitarras de Greg Leisz (a la izquierda) y Bill Frissell (a la derecha), en ocasiones tan irritantemente aseados que más que sumar, restan. La voz de Lucinda es, sin embargo, tremenda, es el asfalto maldecido de la carretera, son los baches rellenos de alquitrán, el armadillo atropellado, el motel arruinado, las vallas publicitarias desvaídas que anuncian productos que dejaron de comercializarse a finales de los 70, café y cigarrillos. Es una voz que suena vulnerable y rota. En ella hay padres muertos y amantes perdidos. Hay cicatrices, tatuajes, traiciones y bastantes reminiscencias de un duro pasado en el Sur más profundo, allí en Lake Charles, Louisiana, antes de coger la carretera 20 en Texas y recorrerla hasta los confines más inhóspitos de Carolina del Sur. Una voz de 1500 millas. Con Flannery O’Connor, gospel y blues del Delta. Las guitarras de Frissell y Leisz, por el contrario, son la autovía recién estrenada, las luces de neón, el centro comercial resplandeciente, el olor a neumático nuevo, la estación de servicio ultramoderna, el refresco light (atmosférico lo llaman, a mí me rompe un poco la película, no quiero azúcar en mi café, lo quiero negro, negro como el armario de Johnny Cash, en palabras del gran Chuck Klosterman en aquel libro de carretera prodigioso que ya estáis tardando en leer, Pégate un tiro para sobrevivir). No puedo evitar pensar en cómo sonaría este artefacto sin ellos, o si no sin ellos, sí sin ellos tan pulcros y refinados. No se rompen, no chirrían, no chillan (parece que al salir del motel hacen la cama y esconden los preservativos) y esto debería sonar un poco más deslucido, más rasposo, más sucio. En cualquier caso la sensación no deja de ser emocionante. En «Bitter Memory» Lucinda abrasa. Mucho mejor que en su disco anterior. Yo tengo claro, es cosa mía, que este es el disco que suena, aunque por aquel entonces faltasen 9 años para que se grabase, en el coche estacionado de la canción «St. Ides, Parked Cars, And Other People’s Homes», la desoladora canción de Richmond Fontaine (el grupo de nuestro querido Willy «Vida de Motel» Vlautin). Terminar solo, en mitad de la noche, aparcado con una botella de Saint Ides, mirando casas de otra gente, coches aparcados de otra gente y jardines de casas de otra gente, escenarios de una felicidad puede que falsa pero, en cualquier caso, ajena. Y la voz de Lucinda arañando… «A la memoria de Ian McLagan, Billy Block, Al Burnetta y Lou Reed. Hemos perdido demasiada gente buena este año». Fantasmas de la Carretera 20.
DETECTORISTS
¿A qué os suena DMDC? ¿A las siglas de un club de motoristas melenudos? ¿Al nombre de una banda de Heavy Metal del norte de Europa?... Casi.
DMDC significa DANEBURY METAL DETECTING CLUB.
¿Y quiénes son estos tíos? Pues un grupo de pillados de un pueblito, Danebury, cerca de Essex, cuya pasión es salir con sus detectores de metales de competi siempre que tienen un minuto libre a ver si descubren el preciado oro que se encuentra bajo la tierra de los campos que rodean el pueblo.
Con esta premisa, el creador de la serie DETECTORISTS, MACKENZIE CROOK, ha creado un mundo de entrañables perdedores que te roban el corazón en cada capítulo.
Lejos de encontrar el preciado oro, sus descubrimientos son más bien anillas de latas de cerveza, tenedores y otros objetos de metal inservibles y sin ningún valor, que luego exponen en la sede del club esperando que los visitantes, que nunca llegan, aprecien y admiren sus hallazgos.
MACKENZIE, conocido por su papel en THE OFFICE, no es solo el creador de la serie, es también uno de sus protagonistas, ANDY, que, junto a su pareja detectora, LANCE, interpretado por TOBY JONES, el Truman Capote en la peli INFAMOUS, mantiene a lo largo de cada capítulo charlas de lo más surrealistas y divertidas mientras barren los campos con sus cacharros.
Como esas charlas que tenías con tu colega de toda la vida, con quien durante un tiempo fuiste inseparable y al que ahora, con todos los rollos de la vida, hace tiempo que no ves.
¡Te dan ganas de llamarle a ver qué onda!
Dos temporadas de 12 capítulos de 30 minutos de duración y producida por BBC FOUR, DETECTORISTS es una de esas joyas con las que da gusto arrebujarse con una manta en el sofá, olvidarse del mundo y disfrutar de que, por fin, haya llegado el frío.
DRAG THE RIVER
It’s Crazy
(Suburban Home Records, 2006)
La banda de Chad Price y Jon Snodgrass lleva dándonos gloria bendita desde que se formase allá por el año 1996 en Fort Collins, Colorado. Comenzaron con la edición de las descarnadas Hobo’s Demos y la cosa no ha hecho más que mejorar, siguen sonando maravillosamente al garaje de Jon con fondo de ladrido de perro. No se han vendido al sonido profiláctico de las grandes compañías. Nos gusta la aridez. Lo reconocemos. Su primer álbum de larga duración fue precisamente este It’s Crazy del 2006, pero la razón de que hoy lo destaquemos no es, ni mucho menos, esa. La razón es el track 3. Simple y llanamente. La canción que lleva por título «Mr. Crews». 2006 fue, por cierto, el año de la publicación de la que estaría llamada a ser la última novela de Harry Crews, An American Family: The Baby with the Curious Markings. Solo para situarnos. En efecto, Harry vive cuando la canción se graba el día 2 o 3 de marzo de 2006 en el susodicho garaje de Jon, y suena muy cruda, cruda como la misma banda y como las propias novelas de Harry Crews. Sin florituras y directa a la quijada. Como una cuchillada. En realidad, varias cuchilladas. La letra es una maravilla, versos creados a partir de los títulos y los personajes de las novelas de Harry Crews, un insuperable homenaje de 3:07 minutos, con voz, guitarra, slide y ya. Y solo por este emocionante «Señor Crews» Drag the River cuenta y contará siempre con nuestra más rendida e incondicional admiración. Atiendan si no: «Yo fui un cantante de góspel que oficiaba con serpientes, / el kárate salvó mi alma, tengo demasiadas cosas que celebrar, / apesadumbrado, dejé a mi amante llena de cicatrices, / estar desnudo en Garden Hills, /no me llevará al cielo, / pero sobreviviremos a base de sangre y sémola de maíz. // ESTRIBILLO: Señor Crews, ¿qué hay de nuevo por ahí? / Las palabras son duras y a prueba de balas / ¿Somos monstruos? ¿Somos unos pardillos? / Paletos, rechazados, perdedores solitarios. // Así que me terminé mi whisky / tenía un clavo en la cabeza reventándome los putos oídos / Candy me hacía tiritar / Herman no paraba de dar el coñazo con sus souvenirs. // ESTRIBILLO (repetir) // Su cuerpo desnudo me duele / como si corriera veneno de serpiente por mis venas. / Nunca he visto antes esta clase de belleza: / barro, sangre, amor perdido, alcohol, armas y putas». Ovación fuerte. Te queremos, Harry. Gracias, Jon. Gracias, Chad.
GREAT AMERICAN TAXI
Paradise Lost
(GATRecords, 2011)
A veces uno la cagaba de lo lindo por fiarse (sin saber lo que había en su nevera ni si tenía libros en casa) de una cara bonita. Ahora pasa menos, porque con internet y el abaratamiento general de los afectos, uno puede inmiscuirse, sin salir de casa ni gastar un euro, hasta en el cajón de la mesilla de noche de la gente. Algunos dirán que es bueno, que ya no nos la dan con queso (a mí me encanta el queso, aviso). Que si ahora compro un disco es porque ya lo he escuchado previamente y sé que me gusta, independientemente de su cara bonita (aunque no es cierto, pocos son los que hacen ese gesto adicional de salir y aventurarse, no cuando dándole a un simple botón puedes follártel@ gratis en casa las veces que quieras, y disculpen mi francés). Yo sigo prefiriendo cagarla. Y, más o menos, he tenido suerte. Soy muy enamoradizo, de los tiempos del vinilo, y reconozco que me puede una cubierta guapa. Y confieso que ha habido mañanas en las que me he despertado al lado de alientos horribles. En ocasiones, tras la bonita fachada (maldito alcohol, maldita noche), uno se encuentra al llegar a casa con pestilencias y ratas. Decepciones grandes. Y otras veces pasa todo lo contrario: detrás de una cubierta escombrosa encuentras oro. Pasa más lo segundo que lo primero, no me pregunten por qué. Aunque a veces suceden gloriosas coincidencias. La cara bonita resulta que en su casa tiene libros y libros molones, Harry Crews, William Faulkner, Steinbeck (¡nada de Ken Follett ni de Jodorowsky!)… Entonces, claro, vas y te enamoras perdidamente, juras amor eterno y acabas ardiendo jubilosamente en el infierno. Con la banda de Vince Herman me pasó eso mismo, allá por el 2009, en una tienda de Londres. Amor a primera vista. Muy Notting Hill todo. Fue con su segundo álbum, Reckless Habits, el de la cubierta de las monjas fumando. El tipo de la tienda sabía lo que tenía (antiguamente pasaba eso, hoy es raro) y debió verme el brillito en los ojos. Me dejó abrirlo y flipé. El álbum se desplegaba, giraba, era una feria. Quería casarme con él. El tipo de la tienda, viejo zorro, me lo puso (antiguamente también pasaba eso) y ya el flechazo fue definitivo… Blues pantanoso, bluegrass progresivo, pavoneo funky de Nueva Orleans, boogie sureño, honky tonk, gospel y un poquito del viejo y bueno rock n roll. Esos eran los nombres de mi amor. Great American Taxi, GAT para los amigos, eran de Boulder, Colorado y lo de dentro era tan bueno como lo de fuera (incluso en tamaño cd, que no da para muchas florituras). Luego la cosa se confirmaría con el tercero (los que siguen este blog ya estarán familiarizados con mi teoría del tercero), que es este que hoy recomendamos, producido nada menos que por el grandísimo Todd Snider (a quien ya invitaremos a muchas cervezas por estos cuelgues, porque es uno de los grandes y se las debemos). El disco comienza brutal con el «Poor House», sigue bien alto y al final me gusta todo, ¿qué quieren que les diga? Cuando me enamoro me enamoro con todo el equipo. Y bajo, y me mojo (porque a veces llueve), y voy hasta la tienda, y saludo al entrar (antiguamente era algo que se hacía), y toco el disco, o lo huelo si es un libro, y me tomo una cerveza bien fría mientras lo abro y lo desvirgo, y luego exagero el ritual de ponerlo y el placer de poseerlo. Y ¡qué cojones! la vida es mucho más bonita.
MAKING A MURDERER
¿Os acordáis de la serie HOMBRE RICO, HOMBRE POBRE?
Seguro que los más veteranos sí, pues bien, THE JINX sería a FALCONETTI lo que MAKING A MURDERER sería a TOM JORDACHE, el personaje interpretado por NICK NOLTE.
Quien sea tan ingenuo como para creer que la justicia es igual para todos, y más en un país como Estados Unidos donde impera la ley del bolsillo más lleno, con MAKING A MURDERER se va a llevar una bofetada de realidad tan profunda y tan dura que va a salir disparado del suelo como los romanos en los cómics de ASTERIX.
La historia de STEVEN AVERY, acusado de violación en primer término y, tras pasar 18 años en la cárcel, de asesinato a los dos años de salir, llevó a seguir el caso durante más de 10 años a las creadoras de MAKING A MURDERER, LAURA RICCIARDI y MOIRA DEMOS, hasta la localidad de MANITOWOC, WISCONSIN, en el profundo Estados Unidos.
Nada está claro y nada es lo que parece, policías corruptos, falsificación de pruebas, juicios interminables, fiscales más preocupados por lucirse que por descubrir la verdad, familias destrozadas... Esta serie documental de 10 episodios lo tiene todo, y todo lo que ocurre es real, lo que hace que los hechos tomen dimensiones aún más desproporcionadas.
Producida por NETFLIX, pasó antes por las manos de HBO y PBS donde no supieron ver su potencial.
Con la primera temporada del podcast SERIAL, el caso de asesinato MURDER OF HAE MIN LEE, THE JINX con el de ROBERT DURST y MAKING A MURDERER con el de STEVEN AVERY, está claro que algo huele a podrido al sur de Dinamarca.
De regalo, la subtrama del sobrino de STEVE, BRENDAN DASSEY, deficiente mental acusado junto a su tío por cómplice del asesinato de TERESA HALBACH.
Yo me la he tragado de un tirón, tú no tienes por qué hacerlo, pero lo que está claro es que no puedes perdértela.
DEVIL IN A WOODPILE
Division Street
(BloodshotRecords, 2000)
Para empezar el año no he podido evitar viajar en el tiempo para recordar una de mis bandas favoritas. Resulta que una amiga se casó con uno de Chicago y se fue a vivir a «la ciudad del viento». Los Bulls todavía eran algo la primera vez que fui a verla (yo con el blues a cuestas, ella más o menos feliz y suburbana, no muy lejos del suburbio donde nació Hemingway: un lugar que explica el rifle y el disparo…). Luego ya no. La segunda vez nadie daba un duro por los Bulls y mi amiga se había divorciado y se había vuelto a casar y tenía una hija y su nuevo marido había muerto de repente un día al abrir la nevera y ya tenía otro tipo en el curro olisqueándole el trasero (esta vez fueron todos ellos los del blues a cuestas, yo más o menos feliz y emparejado). Y estaba el Crash Palace, hoy Delilah, el garito donde pinchaban los tipos que en 1993 fundarían el sello Bloodshot Records. Allí los oí por primera vez. Recuerdo haber estado a punto de comprar los dos recopilatorios de «country insurgente» que sacaron los de Bloodshot: For a Life of Sin y Hell Bent, pero nos habíamos gastado toda la pasta en Nashville, buscando el fantasma de Johnny Cash, y apenas teníamos para fatigar las máquinas de discos de los baretos. Claro que la culpa la tendría el dvd Bloodied But Unbowed: Bloodshot Records’ Life in the Trenches, unos años más tarde, allá por el 2006, ya de vuelta en Madrid (con Jordan empezando a hacerse con participaciones de los Charlotte Bobcats y unos Bulls renqueantes que se colaron de milagro en los Playoffs, si bien es cierto que para ser eliminados por los Miami Heat con un 4-2, aunque al año siguiente los Bulls se desquitarían con un abrumador 4-0 para caer luego contra los Pistons, cosa que ya por entonces no podía importarme menos, la NBA «post-Andrés Montes» nunca me ha interesado, 2006 fue el año en que Montes empezó en la Sexta con el puto fútbol: «¿Dónde están las llaves, Salinas?», pero ni con esas). Intento recordar y la verdad es que no tengo muy claro dónde lo conseguí, si me vino de fuera por correo o lo encontré de casualidad en alguna tienda, pero al igual que con el descubrimiento de la película Heartworn Highways, con aquel dvd de más de tres horas y media me voló la cabeza. Lo contenía todo: Bobby Bare Jr., Scott H. Biram, Paul Burch, The Detroit Cobras, Robbie Fulks, Wayne Hancock, Jon Langford, Tha Sadies, Split Lip Rayfield, The Waco Brothers, Sally Timms, Old 97s… ¿Qué hubiese sido de mí sin todos ellos? Y los 13 minutos gloriosos del A Heartbreaker Roadtrip de Ryan Adams. Pero sobre todo, mis favoritos entre toda esa apabullante lista de deslumbrantes talentos: los Devil in a Woodpile, sonido fresco y actitud punk para canciones con más de 80 años de solera, country blues, jug band, llámalo como quieras. En su día abrieron para Son Volt y dos años antes de romper abrieron en Cleveland para el legendario Ramblin’ Jack Elliott. Solo grabaron tres discos. Tres joyas. Division Street es el segundo y lo he elegido porque fue el primero que cayó en mis manos. Podría haber elegido cualquiera (en el último hasta se marcaron unas versiones de Charlie Pattom y de Led Zeppelin). Tabla de lavar, armónica, contrabajo, mandolina. Simplemente escuchad «My Baby Leavin’» y entenderéis de qué demonios estoy hablando. No se me ocurre mejor manera de empezar el año.
RIVER
El actor STELLAN SKARSGARD, conocido colaborador en algunas de las marcianadas del director LARS VON TRIER, es en esta miniserie policíaca de seis episodios producida por BBC ONE, el detective JOHN RIVER.
El bueno de RIVER, además de sesudo detective de homicidios de la Policía Metropolitana de Londres, es esquizofrénico, vamos, que oye voces. Durante todos los capítulos mantiene charlas con las víctimas de los casos de asesinato que investiga, lo que tiene un poco flipados a sus jefes y a sus compañeros de curro.
El tío lo lleva más o menos bien, pero claro...
Con esta premisa, ABI MORGAN, el creador de THE HOUR, nos sumerge en un mundo oscuro de asesinatos, casos que se conectan y familias mafiosas, así como en la particular forma de enfrentarse a ello de un detective esquizo.
A pesar de todo esto, la serie RIVER no está exenta del particular humor negro que muchas veces se deja ver en la obra de MORGAN.
RIVER es cosa buena para empezar este 2016, ya vendrán más, pero yo, como vuestro abogado, de momento os recomiendo que os quedéis con esta.
IMPRESCINDIBLES MÚSICA 2015
Si me lo volvéis a preguntar dentro de cinco minutos probablemente la lista haya cambiado, todos los discos reseñados en el BLOG son cocaína pura, de primera categoría, sin cortar. Aquí no se cuelan ratas ni laxantes. Digamos que esta es la lista de discos imprescindibles de DIRTY WORKS de las 12:41h del 31 de diciembre de 2015. A las 12:46h la cosa puede cambiar. De hecho ya ha cambiado, y son solo las 12:42h... PLAY IT FUCKIN' LOUD!
SAMUEL JAMES (Songs Famed For Sorrow and Joy)
LANCE CANALES (The Blessing and the Curse)
ZOE MUTH (World of Strangers)
CHRIS KNIGHT (The Trailer Tapes)
JAVI GARCIA (A Southern Horror)
LINCOLN DURHAM (The Shovel vs. The Howling Bones)
GILL LANDRY (The Ballad of Lawless Soirez)
MALCOLM HOLCOMBE (Pitiful Blues)
IMPRESCINDIBLES TV 2015
Se acaba el 2015 y, como manda la tradición, toca echar la vista atrás, hacer examen de conciencia y ver cómo ha ido la cosa.
En DIRTY WORKS no nos podemos quejar, hemos visto un montón de series y hemos bebido cantidades ingentes de cerveza. Incluso hemos probado alguna que otra artesanal, aunque al final hemos vuelto a la marca barata de siempre, que es la que más nos gusta.
Lo reconozco, en cuanto a la birra, no somos de gustos refinados.
Pero durante el 2016 vamos a seguir intentándolo, aunque como dice mi abuela Julia: no está hecha la miel para la boca del asno, igual descubrimos por ahí otra cerveza fresquita nueva que nos dé buenas alegrías. Hay mucha peña por ahí mezclando lúpulos, cebada y cosas de esas, y en DIRTY WORKS estamos dispuestos a darles una oportunidad.
Siempre tenemos sed.
En cuanto al tema de las series, el rollo cambia. Nos lo hemos pasado teta descubriendo y viendo series. En esto sí somos muy finos. Y hay mucho nivel por ahí danzando.
Todas las series de las que hemos hablado en el BLOG nos han molado, para hablar mal y criticar ya están otros.
Aquí va la lista de las nueve imprescindibles. Las que no puedes o debes perderte.
THE KNICK (CINEMAX CHANNEL)
PEAKY BLINDERS (BBC)
THE TAKE (SKY 1)
LOW WINTER SUN, USA (ACM STUDIOS)
THE JINX (HBO)
FARGO (FX CHANNEL)
THE LONG FIRM (BBC)
RED RIDING (CHANNEL 4)
SOUTHCLIFFE (CHANNEL 4)
Cuando estudiaba nunca fui muy bueno con las matemáticas, pero sí me quedé con una cosa: El orden de los factores no altera el producto. Por eso no he numerado la lista, el caso es ver series y no ver quién es el mejor porque la tenga más grande.
Feliz entrada de año a todos los DIRTY, portaros bien, o no, y comeros y beberos todo lo que os pongan, que luego nunca se sabe.
JOHN FULLBRIGHT
From the Ground Up
(Blue Dirt Records, 2012)
Podría despachar esta reseña con una sola frase y quedarme tan ancho. No haría falta más. Entre tú y yo nos entenderíamos y podríamos pasar sin más preámbulos a la siguiente pantalla. La frase sería algo así: «John Fullbright es natural (sic) de Okemah, Oklahoma». Punto. Acto seguido, el lector de esta reseña se quitaría el sombrero, se santiguaría y daría gracias a Dios por este disco. Claro que no todos son como tú y como yo (por fortuna para ellos, supongo, o para nosotros), así que no estará de más añadir algunos cuantos datos para los incrédulos, los ignorantes, los inocentes… Apuntaré que el último censo estableció en Okemah una población de 3252 habitantes con un 26,6% de sus residentes nativos americanos, concretamente de la tribu Muscogee, el Pueblo Tribal Thlophlocco. El pueblo tiene un lema. Sí. «Hogar Natal de Woody Guthrie y del Woody Guthrie Folk Festival». Añádasele Gran Depresión y muchas tormentas de polvo. Una de sus celebridades fue un astronauta, William Reid Pogue. Colaboró en varias de las misiones Apolo y estuvo a cargo del Skylab 4: ochenta y cuatro días, una hora y quince minutos en el espacio, algo no tan desolador y solitario, seguro, como un par de horas, un domingo por la tarde, con todo cerrado, bebiendo cerveza con tu novia de siempre en las afueras de Okemah. Más astronauta en Oklahoma que en cualquier otro lugar del espacio. Nada más marciano. Música para Crónicas Marcianas (de Bradbury, por supuesto, no me sean catetos). Perfectamente. Y si no que se lo digan a John Fullbright. Cantaba Lou Reed aquello de los pueblos pequeños (en relación al Pittsburgh de Andy Warhol), que cuando naces en un pueblo pequeño solo eres consciente de una cosa: te tienes que marchar. John Fullbright, que en realidad no es de Okemah, sino de una granja de ochenta acres situada en Bearden (último censo: 133 habitantes), seguro que opinaba lo mismo. En realidad, para él, Okemah era la gran ciudad, el lugar donde iba al colegio y al instituto. Había un bar al que iba a cantar con un ampli que sacaba prestado del colegio y fue allí donde un buen día debutaría en el Woody Guthrie Folk Festival. Y luego estaba Oklahoma City, la capital del estado, concretamente el Blue Door, el mítico bar donde tocó por primera vez en abril del 2008, después de haber mordido ya el polvo de la carretera militando en la banda de Mike McClure y en los Turnpike Troubadours, todo muy «red dirt», todo muy Marte. Allí, en su cuarta noche, grabaría un directo que ya es hoy pieza de coleccionista (Live at The Blue Door, tremendo) y a los pocos meses, siguiendo a pies juntillas el consejo de Guthrie que tantas bandas y músicos desoyen de manera tan lamentable («canta sobre lo que ves»), grabó su primer disco de estudio, este maravilloso From The Ground Up, en claro homenaje a la granja y a la tierra donde se crió. Así que, en efecto, bastaría con decir lo que sugería decir al principio y quedarme tan ancho: «John Fullbright es natural de Okemah, Oklahoma (bueno, de Bearden, del condado de Okfuskee, en cualquier caso)». Música de astronauta.
LONDON SPY
Algunas de las principales agencias de inteligencia a nivel mundial son: MI-6 (Reino Unido), la CIA (Estados Unidos), Mossad (Israel), MSS (China), FSB (Rusia) o BND (Alemania).
¿Y qué pasaría si todas ellas se pusieran en tu contra?
La respuesta es bien sencilla: lo tendrías muy chungo.
Pues de eso va LONDON SPY.
DANIEL EDWARD HOLT, interpretado por BEN WHISHAW, un chaval de la calle algo golfo, conoce a ALEX al salir de un after, se enamora de él y, sin comerlo ni beberlo, se ve metido en un follón de los grandes.
ALEX resulta ser un espía y DANIEL, debido a su relación con este, se verá salpicado por secretos de estado que el pobre no sabía ni que existían.
Producida por BBC Two, LONDON SPY es una miniserie de 5 episodios, oscura, poética, enigmática y romántica, en la que su creador, el escritor TOM ROB SMITH, del que ya se ha llevado al cine su novela CHILD 44, no deja títere con cabeza.
Si no te tragas el rollo de 007 y piensas que las cosas de espías deben ser algo siniestro y sórdido, con LONDON SPY verás que la cosa aún va más allá de lo que te podías imaginar.
JULIAN PRIMEAUX (and his royal rowdy co.)
Flowers from my Bones
(Nature and Grain Music, 2008)
En algún momento del año 2013, noviembre si no recuerdo mal, anduvo por Barcelona y por La Traviesa de Torredembarra acompañando a la guitarra a otro. Al otro le hicieron más caso. Sus credenciales eran más llamativas (de él había dicho Kris Kristofferson que era lo mejor que había oído en 30 años, claro que Kris Kristofferson, ya lo sabrán, es muy sentido para estas cosas…). Por aquí, sin embargo, llevábamos ya varios años siguiéndole la pista a él, al «acompañante», del que solo dijeron que acompañaba, que acompañaba bien, eso sí, pero solo eso, también algún comentario posterior de reseñista enteradillo referente a su proyección de «joven promesa sureña». ¡Pues joder con la joven promesa! Es más: ¡Joder con lo de las jóvenes promesas, en general! Qué comentario más insustancial (es como para decir: «Tú sí que fuiste una joven promesa, o ni eso, y mírate ahora, no tan joven reseñista, te duele la espalda, sigues sin saber tocar la guitarra y perdóname si te pregunto pero ¿cuánto te han pagado por decir tamaña soplapollez?»). En fin. Bastaba con bichear un poco por ahí para saber que el bueno de Julian era nada más y nada menos que el auténtico genio creativo de los gloriosos Howdies, esa banda sureña que ensayaba «en el quinto infierno», allá en el sur de Louisiana (concretamente: en Lafayette). Literalmente, ensayaban en un tráiler en mitad del bosque con un sabueso sonriente acechando en el porche. Como quien destila moonshine en la espesura, ellos mezclaban zapateado, swing, rocabilly, zydeco, blues y country. Tremendo pelotazo. Y sonaban como Dios. Hasta que dejaron de hacerlo. Se separaron en 2012. Y dolió. Pero lo de Primeaux venía de lejos. Antes de todo estuvo la banda de su padre (y antes incluso la del padre de su padre, y la del padre del padre de su padre, y así ad infinitum): A.J. and The BadCats, en el mismísimo corazón del territorio cajun, a quince minutos del Golfo de México. Puntas de flecha en el barro. Se subió por primera vez a un escenario a los 8 años (la «joven promesa»). La cosa le viene, ya digo, de generaciones. Su sonido tiene una solera de 165 años de experiencia. Flowers from my Bones fue su primer disco con la Royal Rowdy Company y, desde que sonó en casa por primera vez en el 2008, cada vez que lo pongo (y lo pongo mucho), no puedo evitar sonreír. Es puro Pantano Atchafalaya. Canciones de azufre y llamas infernales. Mucho Jesús y Satán. Sermones eléctricos pero no de la montaña sino de más abajo, del valle, de la ciénaga, de donde chapotean y hieden las cosas del pantano. Música para una banda sonora de John Constantine. Salvo el Wurlitzer, la batería y las palmas, lo toca todo él. Incluidas las caracas y las cadenas. También produce y escribe todas las canciones. La 3 y la 5, «Red Rodeo» y el brutal «Sinners & Sisters», están tocadas al viejo estilo tradicional del One Man Band. Nada mal para un simple «acompañante».
IN TREATMENT
Mi abuela Julia es una cañera que con 94 años sigue dando guerra.
Las últimas navidades, después de hablar con ella para felicitarle las fiestas, se despidió de mí con una recomendación: Nacho, en esta vida hay que comer mucho, joder fuerte y enseñarle los cojones a la muerte.
Es una recomendación que PAUL WESTON, el doctor psicoanalista interpretado por GABRIEL BYRNE, nunca daría a sus pacientes en THE TREATMENT, pero que a mí me dio que pensar y he de reconocer que me está ayudando bastante en la vida.
THE TREATMENT está producida por MARK WALHBERG para la HBO y está basada en una serie israelí del mismo nombre.
Tres temporadas y más de cien episodios que transcurren en la consulta del buen doctor y en los que vemos cómo este se esfuerza en ayudar a sus pacientes con su cháchara y sus consejos.
Igual entra un poco dura al principio, tanto hablar de esto y de lo otro, pero la verdad es que te vas metiendo en los problemas de los pacientes y te acaba pillando.
IN TREATMENT me la recomendó hace tiempo el director de cine JUANJO GIMÉNEZ, y yo, que soy más de tomarme unas birras con los colegas cuando tengo algún problema, pensé que no era para mí.
Error, aún estoy con la primera temporada y me lo estoy pasando como un enano con las historietas de los pacientes y con la movida personal del doctor enfrentándose a ellas.
Si a alguien como un servidor para el que una terapia de grupo o ir al psicoanalista es tan práctico como comer sopa con dos palillos le mola IN TREATMENT, seguro que a personas con más amplitud de miras también les acaba pillando.
JUMP BACK JAKE
Brooklyn Hustle/Memphis Muscle
(Ardent Music, 2008)
Bandas que en 2008 (por ejemplo), sacaron un disco glorioso que parecía que iba a sacarnos por fin del agujero, un disco que era imposible dejar de escuchar, y que luego, por causas arcanas (egos, novias, adicciones, hartazgos, abducciones, ensaladas en mal estado…), tras un par de EPs que apuntaban a otras direcciones, desaparecieron sin dejar rastro. Maldita sea. Normal que te entren ganas de convertirte en una especie de Annie Wilkes (sí, la enfermera de Misery de Stephen King). Contratar a alguien para que dé con la pista de todos los miembros del grupo. Averiguar el motivo de su silencio. Engañarlos con tretas y reunirlos en una casa apartada en el campo (a ser posible en invierno, con mucha nieve, mucho lobo y mucho bosque). Ser todo amabilidad y sonrisas. Hacerles tartas. A la menor sospecha, inmovilizarlos con pequeñas lesiones «accidentales». Mantenerlos encerrados en un sótano engañosamente confortable. Instalarles un Hammond B3, unos vientos y un par de guitarras. Obligarles a grabar un disco detrás de otro. Solo para nosotros. Bajarles la cena con una flor y matarlos si su música se vuelve cansina o si de pronto les da por ponerse nostálgicos… Al sabueso que contratemos para dar con su paradero le facilitaremos los pocos datos que hayamos podido obtener: Jake Rabinach, el líder del grupo, se largó un buen día de Brooklyn a Memphis en busca del soul de los sesenta, en busca del sonido Stax. En 2006 formó la banda Jump Back Jake y dos años después grabaron el glorioso Brooklyn Hustle/Memphis Muscle. La cosa es una verdadera fiesta, rock ‘n’ roll con aroma soul, todo maravillosamente «groovy». Por ahí dicen que es algo así como The Hawks (futuros The Band) con «feeling» de Muscle Shoals. Gloria bendita, oiga. Y antes de pagarle sus honorarios por adelantado y que se ponga en marcha le sugeriremos al detective que se escuche bien el tema «Samson» o el «Say a Prayer», qué coño, cualquiera…, para que sepa de qué clase de gente estamos hablando. Y yo ya si eso voy comprando la codeína y el hacha…
THE FALL
El PSNI (Servicio de Policía de Irlanda del Norte) anda loco tras la pista de un asesino en serie que no para de cargarse chicas jóvenes de buen ver tras abusar de ellas sexualmente.
La investigación no avanza y el jefe del departamento de policía de Irlanda del Norte pide ayuda a Scotland Yard.
¿Y a quién envían?
Pues a GILLIAN ANDRESON, ¿a quién si no?, que en THE FALL interpreta a la dura detective STELLA GIBSON.
En el papel del asesino sexual PAUL SPECTOR tenemos al actor irlandés JAMIE DORNAN, conocido por el gran público por su papel peñazo en la peli CINCUENTA SOMBRAS DE GREY, aunque hay que decir que en THE FALL lo borda.
Serie producida por la cadena irlandesa RTÉ ONE, THE FALL, además de su dureza y de sus personajes oscuros, tiene como aliciente que desde el minuto uno sabemos quién es el asesino, ya que las vidas de este y de la superintendente se cruzan en la trama y la serie, lejos de perder tensión, te tiene pillado a lo largo de sus dos temporadas de once episodios, por lo bien que está concebida la cosa.
Se rumorea que va a haber una tercera temporada y, sin querer hacer spoilers, me tiene un poco intrigado tras el final de la segunda temporada en la que parecía que todo había quedado zanjado.
A ver qué hacen, que no pase como con HOMELAND, que tras la primera temporada los productores siguieron alargando la serie cuando debería haber terminado en el tercer capítulo de la segunda y ahora no hay dios que la aguante.
Si estás ansioso por que llegue la nueva temporada de EXPEDIENTE X tras largos años de espera, aquí tienes THE FALL de aperitivo y si EXPEDIENTE X te da igual, pues no pasa nada, con THE FALL también lo puedes flipar.
JOSHUA BLACK WILKINS
Fair Weather
(self released, 2013)
Ahora es cuando yo entro en la sala, me siento en el círculo de gente extraña, me pregunto qué demonios estoy haciendo aquí, me engaño diciéndome que solo vengo por los pasteles y el café gratis que sirven al final, o por el desenlace soñado con esa chica intrigante que asistió a la sesión anterior y que hoy, maldita sea, no se ha presentado (mi gozo en un pozo), por lo que barajo la posibilidad de marcharme sin hacer ruido, pero entonces me llega el turno y todos los presentes se dirigen a mí con sus miradas vidriosas y compasivas y no me queda otra que dar el primer paso y decir: sí, en efecto, reconozco que tengo un problema, padezco de «completismo». Cuando algo me gusta, lo quiero todo. «Todo lo de…». Sin excepciones. El menú completo, por muy enojosa y lamentable que, en ocasiones, sea la guarnición (¿tomates cherry?, ¿en serio?). Esto me ha hecho ingerir mucha basura (sigo ingiriéndola), basura de gente que ni ante el Tribunal de Núrenberg reconocería que la ha cagado con todo el equipo (el disco de reggae de Willie Nelson, los años ochenta de Waylon Jennings, los años ochenta de cualquiera, las monstruosidades navideñas de Johnny Cash, las monstruosidades navideñas de cualquiera…). Lo llevo más o menos bien. Gracias. Me estoy quitando. Metadona con Tang de naranja en vaso pequeño. Aunque es un proceso lento y doloroso: el reconocimiento de una caída (¿qué fue de Martin Scorsese, de Woody Allen, de Paul Auster, de Leonard Cohen…, de Dylan mejor no hablamos, ni de Neil Young…). La vida es muy jodida. En fin, ¿qué os voy a contar? El caso es que, afortunadamente, hay salvedades. Casos excepcionales en los que la fidelidad, año tras año, se ve compensada. Magia. Llámalo «X». Y Joshua Black Wilkins es uno de esos raros pistoleros que siempre dan en el blanco. Gente por la que siempre puedes apostar. Lo cierto es que se le conoce más por sus trabajos fotográficos. Es con eso con lo que se gana la vida. Y quizá por eso sus discos sean tan buenos. Porque no hay industria ni intención de medrar. Se los autoproduce, suele hacerse cargo de todos los instrumentos, como cuando fotografía: se defiende en solitario. Graba y fotografía sin artefactos digitales. Prefiere lo analógico, el vinilo y los instrumentos vintage. Hay en todo ello una vieja actitud punk de yo me lo guiso y yo me lo como y lo que tú pienses, la verdad, me la suda bastante. No me parto el corazón para agradar a nadie. El resultado es tosco, resuelto, crudo e inhóspito (la presentación no puede ser más parca: un trozo de cartón con el disco dentro y si te he visto no me acuerdo). Es puro East Nashville, nada que ver con el Music Row del «downtown» que retrata ese horror de serie que es Nashville. No repetiré aquí los lugares comunes que suelen soltar los entendidos a propósito de a quién recuerda su voz de barítono brusca y aguardentosa. Ya os lo podréis imaginar. Solo diré que su música suena a lo que transmiten sus fotografías: esa América del Sur profundo, clase obrera y sudorosa, de trenes perdidos. «Country noir», para los etiqueteros de turno. Y hoy destaco el Fair Weather, pero podría recomendar cualquiera de sus discos. Porque son gloria bendita. Todos. Sin excepción. Aunque ¡mierda!, anoche descubrí que me falta uno: The Girlfriend Sessions, las trece canciones que grabó del tirón, en una sola sesión de doce horas, en una cálida tarde soleada de Tennessee, con dos cintas, una guitarra, un banjo de seis cuerdas y la asistencia del violín de la maravillosa Amanda Shires (una de las artistas que tengo en la sección «¿Quieres casarte conmigo?» de mi discoteca –en la que también está Malcolm Holcombe, no se crean–). Guerra, pobreza, adicción, corazones rotos y soledad. Sin concesiones de gourmet. Sin nitrógeno líquido ni insensateces caramelizadas a lo MasterChef. Y no puedo esperar a salir de esta reseña para llamar a mi dealer. Lo necesito y lo necesito ya. Así es que me perdonaréis. Me largo. Nos vemos en la próxima. Me llevo uno de esos bollos glaseados y un café para el camino. Si se presenta la chica intrigante del otro día decidle que yo también la amo, pero que me ha surgido una cosa. Sí. Lo reconozco. Tengo un problema.
THE HOUR
Tengo un montón de colegas que ya no tienen televisión. Cuando quieren ver algo, se van directamente a internet. Quienes aún la poseemos es más un rollo tipo la peña que deja de fumar y tiene un paquete de tabaco secándose en un cajón. Está ahí, no vamos a volver al hábito, pero saber que está a mano, por si las moscas, nos tranquiliza.
THE HOUR, producida por BBC 2 y BBC HD es una serie de dos temporadas, ambientada en una época en la que las familias se reunían alrededor de la caja tonta después de la cena.
Con la premisa de cómo nacieron los informativos de esta cadena inglesa, al igual que MAD MEN con las agencias de publicidad, THE HOUR va mas allá hasta convertirse en una serie de intriga y cine negro en la que los detectives son los reporteros que investigan los casos.
Entre las caras conocidas por estos lares: DOMINIC WEST como el presentador carismático de los informativos de la BBC, o OONA CHAPLIN en el papel de su sufrida y muy cornuda mujer.
Es una lástima que otra vez el rollo de las audiencias nos jodiera la marrana y los productores decidieran cancelar la serie. Mierdas como los C.S.I. duran y duran más que las pilas Duracell y una serie tan guapa como THE HOUR se la chascaron en la segunda temporada con un final que prometía un montón de cosas.
Así es la vida, como dice mi abuela Julia: "No está hecha la miel para la boca del asno".
Al que se lance a verla le recomiendo que tenga un pelín de paciencia porque en los tres primeros episodios la cosa no termina de arrancar, a partir del cuarto estás atrapado y no la quieres soltar hasta que te obligan a ello por la ya mencionada cancelación.
PETE BERWICK
The Legend of Tyler Doohan… and other tales of victory and defeat.
(Little Class Records, 2015)
La verdad es que ha sido un reencuentro portentoso. Se me pasaron un par de discos y un par de novelas desde aquel glorioso Just Another Day In Hell que escuché en su día hasta extenuarlo y este recientísimo The Legend of Tyler Doohan (que ya va camino de acabar igual). No sé en qué cojones estaría pensando (tanta ñoñez de por medio). Siete años que han llevado a este pionero del cowpunk (olvídate de los Scorchers, de los Beat Farmers y de los putos Long Ryders), boxeador amateur, el último de los «hardcore troubadours», desde el sello Shotgun Records hasta la imprescindible Little Class Records, una discográfica con un nombre que le viene como anillo al dedo. Poca clase, música que suena, como muy bien dijo el reverendo Keith A. Gordon, a «cerveza fría al final de quinientas millas por una carretera mierdosa, así de condenadamente bien». El reverendo no recuerda dónde conoció exactamente a Pete Berwick. Debió ser en un túnel de lavado, en la fila de de una de las muchas tiendas de empeños de Nashville o puede que durante una pelea de bar en algún callejón trasero del Music City Dive. Ya se sabe lo que suele decirse de los ochenta, si realmente te acuerdas de esa década, bueno, es que no la viviste. Las notas de prensa (de prensa muy underground, prensa muy peregrina, muy de «fuck mainstream», muy de «métete a Garth Brooks por el recto», prensa de puro corazón, prensa, en definitiva, fiable), no pueden ser más elogiosas. «Imagínense el blues de Bob Dylan mezclado con la urgencia de Social Distortion y The Clash, y se harán una idea bastante aproximada de qué va el rollo de Pete Berwick». «Berwick se ha ganado su posición entre leyendas como Hank, Waylon, Townes Van Zandt, Steve Earle y John Mellencamp. Su voz canta al corazón roto, al dolor y a la redención, y como en la vida real, los finales no son siempre felices». «Su voz descarnada y su estilo de música nos retrotraen a los tiempos de los forajidos del country como Waylon Jennings, Johnny Cash y sí, incluso David Allan Coe. Sus canciones nos relatan las historias de los héroes de la clase obrera. Si no os gusta Pete Berwick… podéis besarme el culo». «Me hace pensar en que Hank lo hubiese hecho así». Y, por último, mi favorita: «Berwick es, a partes iguales, Johnny Cash, Steve Earle, Jack Kerouac y James Cagney marinados en whisky y gasolina». El puto amo. Así que, en efecto, si no estáis ya bicheando por ahí para escucharlo, que os den.