Send a Prayer My Way
(Matador, 2025)
La cosa se veía venir. Julien Baker (para siempre en nuestro panteón desde que escuchamos la gloriosa «Something», de su primer álbum Sprained Ankel) inició en junio de 2024 una gira en solitario. La idea era que cada bolo lo abriese una artista diferente. En el Webster Hall del East Village de Manhattan, fue Torres. Durante la actuación de Torres, Julien Baker sorprendió al personal saliendo al escenario para interpretar un tema nuevo con ella. Algo se estaba cociendo entre bambalinas. Luego, durante la actuación de Baker, se repitió la jugada: Torres se unió a Baker para cantar otra canción. A los cuatro meses, anunciaron su aparición conjunta en un par de festivales y salió al aire su nueva página web (https://julienbakerandtorres.com/). En diciembre actuaron en el programa de Jimmy Fallon («Sugar in the Tank»). En todas las actuaciones salían engalanadas con ropa western vintage, trajes a lo Nudie Cohn. Muy «rhinestone», muy a lo David Allan Coe en Heartworn Highways. El rollo indie (folk o rock) había desaparecido. Y, a finales de enero de 2025, anunciaron a bombo y platillo que habían grabado un disco: Send a Prayer My Way, un disco de música country (sin disimulos). Se trataba de una reconexión con sus orígenes (no de un gesto impostado). Mencionar a David Allan Coe (en esa película) no es afectación. Julien Baker reconoce que ese documental le cambió la vida, y más aún el gesto de David Allan Coe. Está sentado frente a un grupo de reclusos, vestido de pies a cabeza con uno de esos trajes fantasiosos y extravagantes, salpicado de pedrería, hablándoles del tiempo que pasó en prisión. Una historia oscura y traumática que chocaba con su aspecto estrambótico, casi circense. Y, de pronto, acaba la historia y arremete con una de sus demoledoras baladas «outlaw». Julien Baker lo recuerda así, como un bufón al que han dejado entrar en la cárcel. Con un camuflaje deslumbrante. Una suerte de armadura, antes de abrirse el pecho en canal con sus canciones. Esa es la clave de esta alianza con Torres. Un guiño a su adolescencia (Torres se crio en el Sur Profundo y Julien en Tennessee), una época en la que la música country (contra viento y marea, porque nunca ha sido «lo cool»); sustentó sus vidas (y siempre ha estado entretejido en sus léxicos personales, siempre lo han mirado todo a través de esa lente). Julien estaba en tercero de secundaria cuando oyó el disco debut de Torres (Torres, 2013). Y le impactó. Luego se conocerían en 2016, en un concierto en el Lincoln Hall de Chicago. Baker ya llevaba un año defendiendo su Sprained Ankle. Torres lo tenía entre sus discos favoritos. El rechazo punk (autoproclamado) del género campestre quedaba atrás. Había una reconexión con algo intrínseco. Se completaba un círculo, de alguna manera. «Lo interesante de todo esto es que, desde muy joven, estuve inmersa en una cultura en la que la música country estaba muy presente —comenta Julien—. Se respiraba en el aire, no paraba de sonar en la radio, en todas las gasolineras. Incluso estuve currando en un churrasquería country & western, barriendo cáscaras de cacahuetes y sirviendo panecillos. E incluso en mi época más incendiaria, pensaba que “Mama Tried”, de Merle Haggard, era un temazo.» Es bonito lo que dice del banjo, un instrumento que siempre ha estado presente en su música. Ahora ha vuelto a su terreno natural, fuera del ámbito del indie rock triste en el que se la suele encasillar (y no sin motivos), y ese terreno natural no es otro que el del porche delantero de la casa de su tío. La franqueza innata del género les viene a ambas como anillo al dedo. Su tristeza también. Y su forma de atajarla. Dice Torres: «Están esos acordes que esperas escuchar, y ese estilo melódico que existe dentro de unos parámetros que no rompen los límites. Todo eso permite un tipo de sinceridad y calidez que se pierde en la producción de un disco de indie rock. Hay ciertas cosas que, simplemente, brillan con mayor claridad dentro de este formato, cosas que me gustan muchísimo y a las que nunca me había permitido tener acceso completo.» Es el reflejo de la fascinación de Julien por Heartworn Highways. Y ambas son conscientes de que, en el fondo, se trata de un juego. De que todo es un poco disfraz. Como el de David Allan Coe. Pero por dentro es puro corazón sangrante.